DEMBULANDO

Esos martilleantes que nunca dejarán un solo resquicio

Mientras uno, que se dice amigo y lo es, me aturde con su incesante verbo del que me veo imposibilitado para la huida, al que aun así aguantaría si no fuese que todo lo remata con una mierda; para él todo es una mierda; nada salva en su discurso final: todo es corrupción, podredumbre, explotación, y cuando hablo con alguno de esos explotados, mi sorpresa es que por acomodados o por no querer perder el empleo se manifiestan satisfechos con su situación, de explotados una gran mayoría. La humana naturaleza posee la ductilidad y maleabilidad necesaria para acomodarse, pero este amigo nunca se acomodará ni se sujetará a yugo alguno. Entonces tiene su razones; acaso si y me expone no una si no varias para convencerme de que el mundo capitalista funciona así, creando en su entorno riqueza para unos y miseria para muchos. ¿Pero es que tenemos otro modelo? Se habla del capitalismo humanista, ese que se humanizó más por los contrapesos sindicales que por su propia esencia de crear ricos a costa del ajeno esfuerzo.

Con estas reflexiones nunca me libraré del tal amigo de inclemente verbo, no pocas veces acertado, pero que en su afán de reducirlo todo a la miseria estropea un discurso de buena trabazón pero carente y de tan martilleante nunca dejará que se cuele alguna consideración o matiz y nunca escuchará las opiniones de otro, porque en sus escasas pausas nunca prestará oídos al “interlocutor” porque tiene el pensamiento ocupado en lo que va a decir, y, si acaso te deja un resquicio para tu propia historia, tendrá preparado el as para matar al tres o un menos metafórico cuento con el que aplastará toda intromisión en su incesante parlamento, que más bien verborrea debería decirse, y esto siendo benevolente.

Dejando a esta pléyade de verborréicos, a los que más se debería tildar de barallanes, por el monte me allego a aldeas donde se guarda la distancia, relativamente, aflora alguna mascarilla aunque sin contagio alguno y hallo que la gente deseosa de comunicarse. En una aldea me dicen que viven de las castañas: nunca mencionarán las pensiones, como si con aquellas solas del castaño se pudiese vivir.

Fantasmas que se rehuyen

Parecemos fantasmas que se rehuyen en la calle y en los espacios públicos confraternizan. Se ha instalado como una ley del silencio que no invita a la parada con un amigo o a abordar o ser abordado por algún conocido. Vivimos de las secuelas de una reclusión impuesta para nuestra salud y culpamos a los que la imponen por aquello de que lo invisible no existe y lo visible, los que nos rigen, es a quienes dirigimos nuestras quejas. Este virus precursor de otros muchos a ver si no enseña el respeto por una Naturaleza que hemos dañado hasta el infinito, pero parece que no. Basta ver esa carrera desenfrenada del automóvil ya rodando como en sus mejores tiempos a la que seguirán trenes, aviones…porque el dios turismo no puede parar sobre todo en los países que han montado estructuras para él de tal modo que desmadrado se ha. Si no, piensen en los recursos hídrícos que se llevarán 75 millones de turistas cuando desembarquen en este país en el que muy ajustados para una población de poco más de la mitad. Turismo, turismo, crecer, crecer es el ronroneo que no cesa de un, cuántos más vengan, mejor, puede que a corto plazo, pero las secuelas se hicieron notar y se harán notar más si no se racionaliza para reconducirlo por eso que da en llamarse turismo sostenible. Nuestro leviatán está servido porque volveremos a las andadas por la presión de tantos corifeos. Así no habrá remedio para la especie homo como vienen advirtiendo los que saben sobre un medioambiente que se conmemoraba el día 5.

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