Deambulando

Un martín pescador en el Barbaña

martin

De paso, por donde suelo para evitar ese mal necesario de un automóvil que todo lo invade. Así que me veo, habitualmente, de caminante por las riberas del Barbaña, empatando con el río Dos Muíños o de Pontón, que en repetido barbarismo algunos aún siguen llamando nada menos que Barbañica. Me paro y no veo peces ni por asomo, impedidos de morar estas aguas, que, aunque de hábito claras, como maldición reciben de cuando en cuando algún vertido que acaba con cualquier intento de repoblación piscícola. Y esto viene a cuento porque si veo surcar velocísimo las aguas a un cormorán, me pregunto qué pescará esta prodigiosa ave en estas aguas, o una garza, que parece más habituada a la humana presencia y permanece posada en el cauce de cuello encogido, tan tranquila, pero ya mi pasmo es que ayer mismo vi a un vistosísimo martín pescador, que por acá decimos con ese precioso nombre de martiño peixeiro, y me repetía qué hacía saltando de rama en rama con su vistosísimo plumaje irisado cuando en el Miño cercano, pero por tan crecido propiciaría el cambio o traslado a las más tranquilas aguas del Barbaña para pescar ¿qué peces? El martín pescador desde su percha, de una rama de cualquier árbol o arbusto ribereño se lanza en picado y trae en su pico casi siempre algunos de los peces de su variada dieta que antes de tragar golpea violentamente para ablandarlos; también en su comida se incluyen insectos, a veces el 40 % de su dieta. Regurjita el sobrante de las escamas de peces y los caparazones de los insectos, y se pasa dos horas diarias en el secado y acicalamiento de su plumaje. Una vistosa ave tan difícil de ver aun para observadores.          

Y como entre alados la cosa anda, no podían faltar los alabancos o ánsares reales o azulones o más nombres con los que se denomina a esta especie de ánades, más emparejados que en bandadas, con comportamientos, como el último de una pareja, que dicen por vida, en la que el macho puesto en fuga por otro intruso del mismo género, y sin que el agresor se aprovechase de esta huida para cobrarse a la hembra sino que se alejaría como si tal. Siguiendo de observación, contemplo a un par de carboneros comunes y más adelante a un pinzón real, dejados ver porque las ramas desnudas de hojas. Ya más adelante, el cuerpo semi desplumado de una paloma turca, esas grisáceas bravías, tan apetecidas como las torcaces de las aves de rapiña, a la que el predador, acaso ahuyentado por un humano, debió dejar la escena despegando con su poderoso aleteo. 

Los aviones roqueros siguen en expansión por los urbanos cielos; aparte la concentración centenaria diaria casi en el entorno del colegio das Lagoas, trasera de rúa Celso Emilio, se ven por a Ponte Vella, convirtiéndose en estos momentos en el mayor predador aéreo de insectos de ese placton atmosférico, contribuyendo a la limpieza del aire y de nuestra salud. Tan expansivos como entre los ánades, el ánsar real o alabanco, que desde la nada hace más de veintena de años, se han revertido en multitud, tal vez ocupando el nicho de otras especies…pero así es la naturaleza.              

El mundo de las aves tiene estos comportamientos y lamento, que aunque observador de la fauna, casi nada pueda decir de los mamíferos. Es que los hemos ahuyentado. Se han hecho nocturnos. Ni jabalíes, ni corzos, los más abundantes se ven sino raramente, y no digamos el zorro, la marta, la nutria. Entre los reptiles, las mismas culebras, un imposible. Del lobo, solo por el rastro. La andropización de los espacios naturales han convertido su avistamiento en un milagro. Se esconden, nos temen…con razón.

El hombre y volar

El hombre ha pretendido volar desde las icarias alas de aquel hijo de Dédalo, el arquitecto del laberinto de Creta, que osó desafiar al mismo Febo o dios del Sol ascendiendo tanto hasta que las cerúleas alas se quemaron, precipitándose en el mar Egeo o de Ícaro, que el nombre también así dicho de estas aguas que bañaban la culta Hélade. Hoy hemos alcanzado el sueño de volar gracias a artilugios perfeccionados en los últimos tiempos. Dicen que los fríos, las heladas, matan hasta un 70% de las plagas. Bienvenido, aunque helado y con esos fenómenos que para el común inexplicables cómo en Manzaneda, a 1778 m. o en Trevinca a 2.127 hace menos frío que por acá  abajo. Sencillamente porque por frío el aire se hace más denso y pesado y por ello no puede ascender a las cumbres que tienen mejores temperaturas, eso sí, pocas veces.

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