Pasó lo que pasó

Masa gris o que la masa sea gris

OUFF. MARTIÑO PINAL
photo_camera OUFF. MARTIÑO PINAL

Decía el periódico que el suflé del rural, alimentado con los agobios del covid, se desinfló, que el interés por vivir en entornos bucólicos y pastoriles se ha esfumado una vez que la soga de la pandemia ha aflojado. No nos engañemos, el repentino interés por la casa de la aldea y el terruño tenía más que ver con el estrés de estar encerrado en el pisito sin balcón ni terraza durante el estado de alarma que con el sueño calderoniano de repoblar las tierras extramuros de la ciudad. La venta de casas se sigue centrando donde siempre, la ciudad, a salvo de episódicos repuntes como la Ribeira Sacra o la confirmación de que Allariz ha dejado de ser una efímera moda para convertirse en una sólida realidad nutrida por una inteligente estrategia de desarrollo local. El rural no repunta ni en población, ni en venta de casas ni en actividad económica. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Qué ha cambiado para bien desde la pandemia? Los mismos déficits continúan, incluso se acrecientan. Siguen en barbecho las mejoras en tecnología, permanecen sin avance las plúmbeas promesas de transporte público metropolitano, que no hacen más que mostrar las posaderas de los alcaldes y la Xunta.

Los concellos se afanan por predicar que se están modernizando gracias a que ponen luces led en el alumbrado público. ¿Qué proyecto hay para un medio rural del que siguen escapando jóvenes y en el que sigue ardiendo casi todo todos los veranos? El covid ha permitido una mirada efímera a otras fomas de vida, pero las enseñanzas de las crisis son siempre muy relativas. De la del 2008, engordada por el ladrillo y por la engañifa de la economía de casino hemos salido comprando más casas y contratando más hipotecas. A interés variable, eso sí, para que nos quedemos entrampados otra vez, ahora que suben los tipos. 

Estrategias 

Ciudades, pero también entidades de población de mediano tamaño, han puesto en marcha estrategias de desarrollo. Una especie de respuesta a la tópica pregunta de qué queremos ser de mayores. Oviedo cambió su configuración urbana mediante un plan sabiamente trazado. Bilbao dio la vuelta a la negrura de la ría. Málaga ha decidido jugar en la división de las urbes tecnológicas y va a la Champions. Pero, ciudades más modestas tampoco dejan pasar la oportunidad de vivir nuevas juventudes, sacar partido a sus recursos. Decía Chanel que “la naturaleza te da la cara que tienes a los veinte años, depende de ti merecer la cara que tienes a los cincuenta”. En el caso de Ourense, convertido en un gran baúl lleno de recuerdos y añoranzas, futuro se llama escaleras mecánicas, esa especie de bastón que se agradece para superar las secuelas de la senectud. “Y está comprando una escalera al cielo”, cantaba Led Zeppelin. La está comprando, cierto, como los votos. El cemento siempre metió sufragios en las urnas. Pesa tanto o más que el talento.

Fuera empresas 

Los crepusculares profetas del desarrollo aún creen en el señuelo de que el empleo viene de las empresas, incluso de las fábricas. Ese estadio ya está superado en Ourense, que ha sobrevivido a los ilusos que se han atado a los postulados de la Revolución Industrial y sus anacrónicas conquistas. El futuro en la provincia no pasa por las manos encallecidas de la producción en un polígono. Los próximos años aquí serán de albornoz en el balneario y de daiquiri a la caída de la tarde bajo una pérgola por la que trepan las buganvilias. Por eso aquí nadie se preocupa por el suelo industrial. El Polígono de San Cibrao está petado y en el resto lo que hay no da para mucho más que un par de talleres de chapa y pintura. Las empresas, esos inventos diabólicos, mejor que se den el piro. Aquí, jubilados y funcionarios en la terraza del balneario que no existe, peinando con mimo las melenas del bichón maltés que se deja acariciar en el regazo. 

A ver si es gol 

Pero hasta los más negados en el área tienen en algún momento ocasión clara de gol y lo meten, aunque sea de punteirolo. Está para estrenar en Ourense el Centro de Innovación de FP en A Farixa, visitado el jueves por las autoridades. No sería de recibo que ante una oportunidad de gol se tirase el balón fuera, intolerable siquiera que vaya al poste.  A ver qué hacemos, porque en ocasiones en Ourense no le metemos gol ni al arco iris.

El portafotos

Manuel Buciños, en realidad Manuel García Vázquez en el DNI, habrá colgado en lugar preferente de su casa o taller el cuadro de “fillo adoptivo da provincia”. Un acto celebrado en la Diputación sirvió para honrar al escultor, demostrar que es querido, sus obras respetadas y que la institución se ha acordado de él, haciendo perdurable su obra e imperecedera su personalidad, con el cuño de los “artistiñas” que puso Vicente Risco a una nómina de creadores tal vez irrepetibles. Buciños pidió no abandonar “aquela Atenas de Galicia”, una evocación humedecida con una lágrima de añoranza. Aquella ágora ateniense se sustentaba en gentes como Otero Pedrayo, Cuevillas, Risco, Blanco Amor, Xocas… En varias sociedades culturales, recreativas o artísticas (Liceo, Orfeón, Troya, Ateneo…), agrupaciones musicales y teatrales de diferente credo, y un largo etcétera. Evocó Buciños un Ourense pretérito, que pervive en la memoria de unos cuantos, pero irreconocible hoy. Los creadores no se arraciman como antes, menos en un espacio pequeño como Ourense, ya son del mundo, no de una provincia. Muchas disciplinas hoy rompen las costuras de las artes. Se oye el clic del ratón donde antes percutía un cincel contra la materia para moldearla. Creo.

A los 27 hay que demostrar pasión

Otra edición del Festival de Cine de Ourense llega con la naturalidad con la que lo hacen los acontecimientos administrativos. Porque toca. Como el plazo para pagar la declaración de la renta o pasar la ITV al coche. Eso sí, empiezan los desvelos e ilusiones al afanoso equipo organizador, que se propone que el audiovisual cale hasta los huesos por unos días. Los eventos no tienen  por qué ser multitudinarios para ser respetables, porque si así fuese, Jácome sería ministro de Cultura porque solo piensa en la Panorama y el Combo Dominicano. Precisamente porque el Concello desdeñó el festival, pese a salir del útero municipal merced a una decisión de Manuel Cabezas allá por los 90, la Diputación fue en su auxilio para impedir su desaparición. Siempre es más fácil la demolición que la construcción, como saben bien en la Plaza Mayor. El certamen cumple 27 años, que es una edad muy pasional, lejos aún de la monotonía. A ver cómo mantienen esa llama este año.

Te puede interesar