“El miedo no sube aquí arriba"

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Los vecinos de los barrios periféricos de Ourense luchan contra el coronavirus en medio de un entorno rural que les permite oxigenarse y llevar un estilo de vida propio de un pueblo, algo que, en estas circunstancias, parece un privilegio

Tan cerca pero, en algunas cosas, tan lejos. Viven en Ourense. Lo dice la lógica y el registro. Tienen el centro de la ciudad a tiro de piedra. Pero, cuando cruzas a barrios-parroquias como Rabo de Galo, A Lonia de Arriba o Rairo parece que has hecho un viaje mucho más largo. El verde gana al cemento, las huertas a los supermercados y, entre los vecinos, se respira un aire de camaradería más propio de los pueblos. Hay trasvase de alimentos, charlas furtivas y no pocos habitantes de esos que llaman "grupo de riesgo". En estos núcleos hay más respeto que miedo al virus.

Es difícil llegar a Rairo sin cruzarte una ambulancia, un autobús o ambas cosas. El color verde predomina en un paisaje que anima a la agricultura. En plena faena está Franco Vincenzo, un italiano que, tras recorrer buena parte del mapa, se instaló en Ourense. Casa y huerta, donde trata con mimo unas alcachofas dignas de exposición. "Yo aquí estoy genial, sin miedo. Al centro intento bajar poco. En el centro de las ciudades hay más peligro, pero aquí..." explica abriendo los brazos para enseñar que el entorno está a prueba de virus. No es muy científico, pero le funciona. 

Franco es italiano, tiene una casa en Rairo y celebra las bendiciones de su huerta: "aquí estoy genial, sin miedo"

En él, mezcla italiana y española, dos de los territorios más castigados por el coronavirus. "No aprendimos nada de lo que iba pasando antes en Italia. El Gobierno actuó tarde, todos los países están reaccionando tarde", afirma. Un teléfono le hace estar en contacto con su familia, que reside en la región de Lacio. "Están como yo, en las afueras. Están bien. Aguantando", apunta Franco.


Tertulia improvisada


En la acera de enfrente, Pepe sale a la verja de su casa para confirmar que cumple a rajatabla con el encierro. "Vivimos encerrados. Saímos comprar moi de vez en cando. Teño aínda restos da última matanza nun arcón e tamén axuda. Pasamos o tempo no terreo, falando e aturando a miña muller". "E eu aturándote a ti", responde rápido la matriarca de la casa. "Estamos tranquilos", confirman los dos.

Desde la ventana del edificio de al lado, Florentina mira hacia la casa de su hijo. "Tan cerca, tan lejos. Allí al fondo está, pero no nos podemos ver. La cuarentena se lleva, cumpliendo. Asomándote, hablando, viendo cruzar las ambulancias y los buses...". Podrían recitar el horario y el número de cada autobús.

En Rabo de Galo, la separación con el centro urbano la marca un cartel, una señal de prohibido circular a más de 20 y el estrechamiento de la ¿carretera? Eloy tiene 58 años y es el mejor ejemplo de aquello de "al mal tiempo, buena cara". Llena su día a día  "hablando unos con otros, dándonos un poco de 'vidilla'. Ves a las mujeres mayores salir a la calle, poniéndose a 50 metros unas de otras, y a charlar. Cumpliendo las normas y pasando el día. A la ciudad se baja poco, dos veces a la semana y llega. Una compra grande y listo. Aquí si quieres hacer algo de verdura te la da una vecina, es diferente", señala mirando hacia Rosa, que vive enfrente. 85 años la contemplan. Riega su huerta preguntando si hacerlo no la causará problemas legales. La cuarentena no llega al interior de las casa... aún.

Eloy cuida a su madre. Con sus 74 años entraría en el grupo de mayor riesgo, como otros tantos vecinos y vecinas. "¿Miedo? No tienen ninguno. Como estamos apartados, hasta aquí arriba no llega el miedo. Si bajan al centro, además, van con sus mascarillas, sus guantes... bien equipadas", afirma.

Uno de sus vecinos es Lino. Tiene 58 años pero es diabético, ya ha superado un ataque al corazón y una neumonía de la que se recuperó antes del confinamiento. Argumentos que le hacen tener un riesgo extra ante el coronavirus, pero también saber que ha salido victorioso de unas cuentas batallas."Aquí esta vida se lleva bastante bien. La gran mayoría somos buenos vecinos. Se habla, se pasea lo que se puede, uno le ofrece unos productos a otro. Al centro bajo cuando tengo que ir al súper o la farmacia. Dos veces a la semana, no mas. Mi día a día no ha cambiado tanto". 

"Si esta situación de cuarentena me coge en un piso, me muero", afirma Laureano, Vecino de A Lonia de Arriba 

Al otro lado del mapa ourensano, A Lonia de Arriba, pero con esa distancia prudencial del núcleo urbano como denominador común. Y, para Laureano, uno de sus vecinos, eso es un plus. "Estamos todos jodidos por resta situación, claro, pero mejor estar aquí que en un piso. Yo puedo salir a tomarme un café al sol, a que me de el aire... En un piso me moriría.. 

Vive solo y se las arregla para cumplir con las normas vigentes. "No podemos andar por ahí a la ligera. Si es un mes, un mes. Si es mes y medio, mes y medio"

Son ejemplos de lo más parecido a un pueblo que se puede encontrar en la ciudad. Y eso, en las actuales circunstancias, tiene muchas más ventajas que inconvenientes. La vida de algunos, la envidia de muchos. 

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