Coronavirus en Ourense | "Nadie se achicó, pese al miedo"

Las residencias de mayores iniciaban, hace un año, un camino hacia lo desconocido. La irrupción del coronavirus obligó a cerrar las puertas, convertir las visitas en llamadas o videollamadas, extremar la precaución, evitar el contacto físico. El centro Nuestra Señora de la Esperanza, de la Fundación San Rosendo, se adaptó a los cambios y a las sucesivas normas, como el resto. "Recuerdo las dudas de aquellos días, el 'qué pasará'. En la Fundación ya llevábamos días con las visitas restringidas", explica Aranzazu Crespo, directora de la residencia. "Reinaba el desconcierto sobre la enfermedad, todavía empezaba entonces a haber consenso sanitario", señala Francisco Marcos, uno de los médicos del centro. En aquel momento, para ser considerada posible positivo, la persona tenía que provenir de alguna zona de riesgo, como China, norte de Italia o, con el paso del tiempo, Madrid o País Vasco. "Nuestros pacientes no cumplían esos requisitos, así que no fue hasta que empezamos a detectar fiebre en algún paciente que lo pensamos, aunque podía ser un catarro. Pero claro, empezamos a verlo en uno, en otro, en otro... Y solicitamos un cribado", explica. Entre el 1 y el 3 de abril, todo cambió. El muestreo detectó un centenar de positivos. "No nos lo esperábamos, para nada", asegura el sanitario. "Lo primero que sientes es miedo. Nuestro centro, además, es de grandes dependientes, la gente está delicada", dice Crespo. El siguiente paso fue dividirlos por grupos y restringir las salidas de la habitación. "Los dividíamos en cuatro grupos, según nos indicaba la normativa", comenta el sanitario. "Aunque tú les explicases que no podían salir de su habitación, muchos no entendían lo que pasaba... Nosotros intentábamos mantener el cocido de los domingos, ponerles música, disimular la gravedad de la situación con ellos", cuenta la directora. “Luchamos por nuestra gente" El personal –tanto el del centro como el de apoyo, enviado para cubrir las bajas de los trabajadores contagiados– se unió ante el desafío. "Un bichito no iba a poder con nosotros, nos unimos, tiramos con lo que había", recalca Marcos. "Al final estás luchando por tu gente, por tu familia, porque los mayores llevan con nosotros mucho tiempo", apunta Crespo. El equipo profesional se unió, pese a la situación: "Había miedo y preocupación, pero aquí nadie se achicó, ningún trabajador se echó para atrás". Las características de la residencia permitieron que la mayoría de los mayores positivos con síntomas no fuesen hospitalizados. "Estamos capacitados para utilizar oxígeno, vías... Y estuvimos en contacto continuo con el personal de Urgencias, Infecciosas, Preventiva, Hospitalización a Domicilio (HADO)... Hablábamos con ellos todos los días, nos explicaban los tratamientos que utilizaban en el CHUO, nosotros aquí hacíamos lo mismo", resalta Marcos, que destaca la importancia de la colaboración diaria con el hospital. Los sanitarios de la Esperanza creyeron que, en la medida de lo posible, mantener a los mayores en el centro sería mejor para ellos. "La mayoría permaneció aquí, pero derivamos a aquellos casos que ya se escapaban de nuestro control, claro", detalla. En torno al 80% de los mayores afectados no desarrolló síntomas de la enfermedad. De los 125 contagiados, 26 perdieron la vida. "Queda un vacío imposible de llenar. A esas personas las conoces, los quieres, forman parte de tu vida. Sabes si le gusta la novela o no, la comida que más disfrutan, conoces a su familia...", explica Crespo. "Fue durísimo, un camino que ojalá no volvamos a vivir. Las personas que se ha llevado el coronavirus se han ido sin compañía de sus seres queridos. A los familiares de las personas que fallecieron aquí el único acto de humanidad que podíamos darles era que los viesen antes de que precintasen el ataúd", recuerda Marcos. El peso de la experiencia Lo vivido en la Esperanza ha permitido ayudar y orientar a otros centros de la Fundación que han pasado por lo mismo. Tanto Marcos como Crespo forman parte del "equipo covid" de San Rosendo, que ha estado al frente de los brotes más graves. "He estado en O Incio, Lobeira, Os Gozos, Boqueixón, ahora Xinzo...", explica la directora. "Antes de llegar a cada centro hablo con el gabinete de la Fundación, me cuentan cuántos positivos hay, en qué condiciones... Al llegar, veo cómo está todo, hablo de nuevo con el gabinete y tomamos las decisiones de cómo organizar a los usuarios", añade. La experiencia previa en la Esperanza ha permitido idear un sistema de sectorización por mayores contagiados, contactos estrechos de positivos y, por otro lado, los negativos. "Creemos que ese es el matiz que faltaba al principio de la pandemia", apunta el sanitario. Pero el "equipo covid" también supone un importante soporte emocional para los compañeros de las otras residencias, que se enfrentan, como ellos, a un enemigo invisible y difícil. "Nosotros ya sabemos que de esta situación se sale, y al principio no lo sabíamos, nadie lo había vivido antes. Lo que hemos vivido nos ha ayudado a hacernos más valientes, a descubrir hasta dónde podemos llegar", apunta Crespo.