VOLUNTARIO

Desde Nicaragua: la ilusión de salir de la pobreza con ayuda ourensana

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photo_camera Marcos, junto a uno de los pequeños de la familia y otros niños del pueblo jugando.

Marcos Bouza es voluntario en una aldea de la zona más necesitada del país. Llegó para ayudar a los jóvenes que desean emprender con un taller de bicis como idea favorita

En Coyolito, un pueblo de la región más pobre de Nicaragua, los jóvenes sueñan con abrir un taller de bicicletas, una panadería o dedicarse a la apicultura. A conseguir su ilusión les ayuda un voluntario ourensano, que convive con ellos desde hace un par de meses. 

"Nos llamamos facilitadores. A través de un programa de desarrollo internacional del Reino Unido les entrenamos para que aprendan ideas básicas de negocio", explica Marcos Bouza (Ourense, 1993), que se ha alejado un tiempo de su trabajo como enfermero en Inglaterra para lanzarse a una aventura que le está cambiando la vida.
"Vivir con lo básico me ha enseñado mucho". Duerme con siete personas en una habitación de 15 metros cuadrados, la cocina está fuera de casa, tienen una letrina en el medio del monte y no hay agua. No parece importarle mucho: "Lo mejor de estar aquí es poder vivir con una familia que te adopta como si fueses su hijo".

A las cinco de la mañana se levanta viendo cómo una madre de 28 años cuida a sus cuatro hijos. Los saca adelante con los 90 euros al mes que cobra el padre de familia, al que solo pueden ver cada dos semanas. "Con su sueldo viven todos. Ahora empiezo a valorar cosas que antes no hacía", se confiesa Marcos. Los pequeños de la casa le llaman para jugar al béisbol y celebran su fiesta de cumpleaños con él, ya es un amigo más.

"Duermo con siete personas más en 15 metros cuadrados. Lo mejor es ser como un hijo más para la familia".

El resto del día, este ourensano escucha cómo los chavales de Coyolito desean salir adelante y ayudar a su familia emprendiendo en Madriz, la región más pobre de Nicaragua. "Las bicicletas centran las ideas de negocio, aquí es como el coche en Europa. Cada familia tiene una bici por si necesitan ir a pueblos cercanos". Los ultramarinos, que se llaman pulperías, son otros proyectos emprendedores.

Cómo hacer investigaciones de mercado o llevar el libro de cuentas de esos sueños por cumplir son algunas de las ideas que los voluntarios  enseñan en Coyolito. "Después de seis meses podrán tener acceso a una ayuda de microcréditos que les ofrece la ONG Raleigh, y así empezar su negocio. Es una forma sostenible de desarrollo de la comunidad, una vez nos vayamos los voluntarios pueden mantenerse por sí mismos", relata Marcos.

Aunque nadie quiere que se vaya, su misión agota los días en Coyolito. Este viajero ourensano suma un parche más a su mochila decorada con banderas de los países que visita. La de Nicaragua tendrá un lugar especial: "He decidido venir porque es una gran oportunidad para dar lo mejor de mí y aprender de una cultura totalmente distinta a la mía. Lo mejor es ser parte de la comunidad, ser uno más", comenta emocionado. 
Las ideas básicas de negocio que centraban su cometido van mucho más lejos de la huella que dejará en el pueblo. Los niños de la familia no se despegan de él, tampoco los de los vecinos. 

Los jóvenes a los que ayuda le invitan a todas las fiestas y muestran el agradecimiento al ourensano y a los demás compañeros voluntarios.  En el poco tiempo libre que le queda, enseña inglés a niños y adultos. A las ocho de la tarde, termina el día. Se levantará a las cinco para caminar hasta el pozo más cercano. Ir a por agua para toda la familia es el ritual que marca todas las enseñanzas que se lleva en la mochila.

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