Deambulando

Nos comen los rentables eucaliptos

barco chicho deambulando
Mi experiencia por el monte en un ir y venir de acá para allá, me abre los ojos para ver que nada crece bajo él,

El río Eo, que marca la divisoria entre Lugo y Asturias por el norte, digamos la raya húmeda, porque más al sur, la seca por la sierra de Ancares. Un río que desde Vegadeo, fin de ría, se mezcla con las aguas del Cantábrico para formar la ría de Ribadeo, que se amplía en una cala entre Castropol y Figueras, villas de Asturias, la primera señorial y la segunda fabril a juzgar por los astilleros en los que hay actividad, y enfrente Ribadeo, que posee el puerto deportivo más hermoso de la costa da Mariña, y otro pesquero de escasa actividad, y otro más en lo profundo, de industrial trasiego, a juzgar por ese embarcar montañas de eucaliptos, suponemos que con destino a Europa.

Mientras sigan estos puertos exportando y los camiones abasteciendo de madera a las fábricas de celulosa, los eucaliptales, ahora plaga, seguirán expandiéndose, incontenibles por toda la costa cantábrica y también la atlántica en una profundidad de no menos de 10 kilómetros.

Este vender madera en cantidades industriales se muestra en varios puertos da Mariña, por lo que al ver esos barcos que engullen en sus bodegas los troncos y a las colosales máquinas que los depositan, mucho me temo que la actividad de plantar eucaliptos se detenga. Mi experiencia por el monte en un ir y venir de acá para allá, me abre los ojos para ver que nada crece bajo él, salvo esos helechos y poco más. Los taninos de las hojas desde el exterior no dejan crecer nada bajo ellos; las raíces se encargan desde el interior de un continuo drenaje de todas las fuentes subterráneas. Basta ver un corte en un talud para observar el empobrecimiento del humus.

Una miseria que nos van a dejar todas estas comunidades de montes que han encontrado un filón, lo que fácil deducir por esas millonarias máquinas que manejan. Item que tampoco hay vida aunque una excepción cuando por primera vez, inmerso en el eucaliptal, he oído el canto de un arrendajo. Sorprendido por la novedad, se me ocurrió observar el entorno, y sí, venía el canto del eucaliptal, pero a pocos metros un bosque entrometido de abedules, pinos y robles. Mas bien pareciere esta inmisión un despiste o inconsciencia del córvido arrendajo ("Garrulus glandarius"); mientras, la Xunta exhibe sus carteles de fauna protegida ¿Cuál?

Maldita colonización traída a estos pagos por un religioso, no recuerdo si franciscano ido a Australia. Le coincidió a él, porque otro hubiera sido el importador a partir del que se crearon estos bosques que empobrecen la cadena trófica, producen alteraciones físico-químicas y bioquímicas, microbiológicas del suelo con pérdida de la biodiversidad vegetal y animal, amén de desecar el subsuelo. Y en este mundo globalizado cualquier día sueltan por los ríos mascotas cocodrilianas, como hicieron con los visones por el monteo con las percas en los embalses. Ahora dicen que los tiburones serán habituales en nuestras costas. Un trastorno imparable.

Yo quería solazarme por Ribadeo y cuando paseante me atopo con un muelle ocupado por ingente troncada de eucaliptos y un enorme carguero que se llevaba una ínfima parte. Ribadeo, el más poblado de los núcleos urbanos de A Mariña en el que pervive un pequeño comercio y pocos locales de abre y cierra a la venta o alquiler. El comercio propio, como en otras villas o ciudades cuando alejadas de los hiper.

Volviendo, o aún no recuperado de tanto eucaliptal, hallo que en Burela se triplicaba el depósito arbóreo. Cuánto bosque hace falta para acumular esta semikilométrica troncada en una villa que se nutre del ejercicio de la pesca, principalmente del bonito, y donde puedes encontrar barcos de mucha eslora, británicos, franceses o portugueses, y en ese que pareciere mare magnum, hay un orden y no precisamente el de la policía portuaria de la Xunta que revisa y actúa a modo de policía local en un puerto donde más visibles que los marineros, esos pescantines de más charla y pasatiempo que provecho de sus cañas.

Saltando a San Cibrao en la península donde se asienta el faro dos moles o edificios de seis pantas afeando el paisaje, el uno concluido y luego desalojado y el otro en esqueleto, permanecen como testigos de una construcción desbocada donde el ladrillo, cemento en este caso, no paraba en mientes afeando cualquier paraje, ocupando cualquier espacio al precio que fuese y en este caso, al parecer, unas catas descubrieron para más inri un poblado castrejo en esta montuosa peninsulilla, desde la que grandes vistas, porque más abajo en la urbana playa, algo insólito, incluso publicitado como si tal y típico, un carpintero de ribera, de esos que reparan pequeños barcas o las hacen, ocupa por muchos años un arenal que ha cercado de alambrada y el único frondoso de toda la playa urbana con magníficos ejemplares de álamos blancos, en un impacto que más ostensible que el de los ocupantes por acá debajo del puente Ribeiriño, o el Coiñal frente a la Peña de Francia.

De estos ocupantes de lo público se hace elogio como animando a otros a que sigan el ejemplo. El espacio público nunca puede ser ocupado para establecimiento aquí permanente de lo privado. Pero esta sociedad enaltece estos casos. Claro que si los medimos con la ocupación de esos espacios por los poblados o bidonville gitanos, aquellos  resultarían una nadería.

Y aun no dejada la colindante villa con la  factoría de aluminio de Alcoa vemos un poco mar adentro tres inmensos barcos mercantes a la espera, quizás de más que días, semanas, de la entrada para cargar placas de aluminio, como esos otros buques a la espera en la bocana de la ría de Viveiro que se dirigen al puerto de Celeiro para abastecer sus bodegas de los minerales conductibles extraídos de la península de Bares, mientras, un jinete se pasea a trote y galope por las arenas de la playa de Cobas, haciendo caso omiso a cualquier prohibición con la inacción de la local policía que, avisada, no se la vería en parte alguna, o tardada en aparecer, daría tiempo a que el caballista se esfumara.

Un jinete que repite estas cabalgadas periódicamente. Da que pensar que alguna complicidad con el infractor. La omisión de las funciones públicas se puede convertir en un caso de corrupción, complicidad o dejación de funciones.

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