Obituario

Obituario | Manuel Conde García, familia y trabajo

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Una llamada al móvil de un amigo que ha fallecido impone un tanto, pero es que no tenía a mano otro medio de comunicación, y resultó que hubo respuesta al otro lado de esa siempre sorprendente intercomunicación espacial, y cuando te contestan con un ¡hola, Chicho!, desde Benidorm, la cierta tensión se rompe. La respuesta no vino del más allá, porque para mi no hay más allá. Cuando al premio Nóbel, el científico Severo Ochoa, en su última entrevista, ya pasando sus postreros días en su natal Asturias, le preguntaron si creía en el más allá: “Que más quisiera yo”, dijo. Así que la llamada respondida por Blanca, la viuda, entre sollozos, aumentados cuando rememoramos en unos minutos la juventud y los días pasados con Manolo, lo que nos hizo recordar que la vida hay que vivirla aquí, y él la vivió, y que Severo Ochoa no tuvo ni la duda de que hay que vivir lo que tenemos, porque la otra es pura hipótesis.

Me causó impacto, por sorpresiva, la muerte de un amigo, que en sus muchas visitas a Ourense desde Benidorm me llamaba para echar unas parrafadas sobre tiempos pasados cuando ambos por Allariz en más de alguna fiesta por el San Benito o de chapuzones en el Arnoia, al lado de la casa familiar de Valverde donde con su hermano Camilo estaban muy implicados con el almacén familiar de jamones al mayor desde donde proveían a hiper y supermercados nacionales por la fiabilidad de las perniles piezas. Cuando por el verano le visitaba, previa injerencia de una vara en el jamón, para olfatear su sabor, él elegía el mejor para darme la prueba al tiempo que me explicaba cómo se cataba y contrastaba la calidad de un pernil; luego, nos íbamos al rio Arnoia, más que de pesca, de baño allá por la presa del Rexo o aguas abajo.

Cuando su hermano Camilo y él prospectaron otros horizontes en la ciudad, los vi con su primera obra en un edificio de unas cuantas alturas en la avenida de Portugal, donde comenzaron o fue el punto de partida para otras, y algunas de envergadura como la urbanización Las Camelias o el edificio Proyflem, entre otras muchas, ya en sociedad con Peña bajo el nombre  de Peña-Conde. Fueron los años de la explosión urbanística con el derribo de tantos edificios emblemáticos.  Un tiempo después la sociedad se disolvió, y Manolo decidió dirigir sus inversiones a Benidorm, porque vio posibilidades cuando aquello ya presagiaba su lanzamiento turístico, y  además, atraído por el clima, estableciéndose en compañía de su familia, pero sin olvidar su tierra a la que visitaba regularmente, bien para atender sus heredades aquí o en las tierras de Monterrei  y charlar con unos cuantos amigos.

A Manolo podías verle de parlamento en tierras de Monterrei con uno de sus arrendatarios que por todo pago le daba un par de sacos de patatas por unas cuantas hectáreas dejadas por que sí, para que la tierra siga produciendo y aproveche a su cultivador. O cuando empezaba sus andanzas en el mundo de los constructores manejando una grúa, como para dar ejemplo de que él, como el más humilde de los obreros, consciente de que así se puede llegar a lo que uno se proponga. De los jamones a la construcción parece un salto arriesgado y no lo fue porque la intuición, el olfato para el negocio estaban ahí desde la adolescencia.

Su viuda Blanca F. Gulín  echará en falta las idas y venidas de Manolo en su moto de Benidorm a su casa de campo-playa que más morada para escapar del abigarramiento de la ciudad modelo de explotación turística del Levante, para atender su jardín y una huerta de la que extraían lo mejor de sus naranjales y limoneros; también lo echarán de menos sus hijos Lorena, Susana o José Benito, que sentirán la ausencia de tan querido y provisor padre  al que  hicieron gozar de los placeres de ser abuelo.

Manolo, allá do mores, hay que agradecer a la vida el haber nacido y gozado por ocho décadas. Tus cenizas se depositarán en las tierras de Celanova, en el camposanto de Rabal da Cima(A Merca), donde hace breve tiempo durante un oficio de difuntos circunvalaba yo el templo en torno a un cementerio donde ahora depositarán tus cenizas. Manolo, amabas la vida aun conociendo su fragilidad y en esto estabas, cuando te sorprendió una muerte no anunciada; al menos yo no la esperaba.n

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