Obituario | Fran Ruiz Antón

Obituario | Una vida dedicada al amor a Dios

Fran Ruiz Antón
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El día 7, día de la Santísima Trinidad, se nos fue a la casa del Padre Fran Ruiz Antón; se nos fue después de una larga y dura enfermedad, con solo 54 años y una brillante carrera. Brillante carrera que ejercía con amor y que dirigía al amor. Qué bonito es vivir cuando siempre se está dispuesto a amar, a acariciar con cariño y de una manera tierna y delicada a la persona amada. Francisco había elegido a Dios, como meta, como destino, como destinatario único de su proyecto vocacional. Dios eligió y llamo a Francisco y Francisco con toda la certeza en el alma contestó que sí a esa llamada imperativa. Y balanceándose sobre el amor vivió Francisco, vivió una sola fantasía: querer más y mejor cada día al amor de los amores. Y ese día en el que Dios celebra su fiesta principal se nos marchó al cielo.

Dejó atrás muchas y muchas cosas, muchos proyectos, muchas ilusiones, mucha juventud vibrante y entusiasta. Dejó a multitud de amigos, amigos queridos que le querían con todo el alma. Dejó a su familia, a su gran familia: padre, madre y doce hermanos, no dos como diría alguno, si no 12. Doce estrellas que ahora en estos momentos quisieran estar en el firmamento contemplando a su querido y amado hermano. Atrás quedó su brillante currículum académico y profesional, atrás quedó el diario ABC, los apasionados trabajos con Google, el mundo empresarial y un sinfín de ideas e ideas. Ideas que llenaban en plenitud su vida, porque con la habilidad del más codiciado artista plasmaba esas ideas poniendo en el horizonte a Jesucristo. No era hacer por hacer. No era brillar para deslumbrar. No era subir y subir. Francisco lo hacía por amor. Un amor que no era una cosa esporádica, circunstancial, temporal. Su amor era la clave de una vida en plenitud. Una vida vivida para entregarse de lleno. Su desbordante virtud era como un inmenso mar sin orillas, era como una fuente de inagotables y esperanzadores deseos. En su cara se dibujaba la ingente magnitud de un firmamento sin fronteras.

Un día, siendo él muy pequeño, un "Santo" lo cogió en brazos. Ese santo era, fue lógicamente después, San Josemaría Escrivá de Balaguer. Ese santo posiblemente dejaría en él las huellas de una santidad ordinaria y callejera. Lo que sí sabemos es que Francisco denotaba tener en lo más hondo de su alma un carisma bien definido.

Y nuestro personaje ya está en el cielo gozando de la plenitud del amor, gozando de la sabiduría más absoluta, gozando de la ciencia en sentido total.

Hay muchas personas hoy que no entienden el sentido de la vida. Gracias a Dios, Francisco sí lo entendía y de ese entendimiento sacaba la fuerzas para afrontar cada uno de sus días, y más cuando la situación de la enfermedad se puso muy cuesta arriba, y se necesitaba reciedumbre, se necesitaba fortaleza, se necesitaban buenas dosis de virtud, se necesitaban apoyos en personas de confianza, se necesitan los sacramentos, se necesitaba a la Iglesia y se necesitaba a Dios. Ese Dios que siempre fue para él el alfa y el omega, el principio y el fin. Ese Dios del que le hablaron tantas veces sus padres, sus amigos y tantas -y tantas- personas del Opus Dei. Francisco ya ha superado el terrible virus de la tremenda mortaja; quizás el momento más espantoso de la vida de todo ser humano; pero todo eso ha pasado y ya es el cielo para siempre para siempre y para siempre. Ciertamente te hemos dicho un triste adiós, pero ese triste adiós ha dado paso en ti a la felicidad más plena, al culmen de todas las esperanzas, a la vida divina en la que uno está plenamente inmerso, a la realidad de un Dios que se hizo amor por nosotros. Francisco, tú ya con Dios: ruega por nosotros, y dile algo a la Santísima Virgen, para que cuando nosotros lleguemos allí nos reciba también Ella con el eterno abrazo del amor.

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