Oleada de robos en una aldea de Ourense con solo seis vecinos

El botín de la última sustracción en esta aldea de Ourense incluyó la galería de aluminio de una vivienda en la que no había nadie

Los vecinos de Berredo, en el concello de A Bola, están atemorizados tras registrarse varios robos en viviendas deshabitadas de esta aldea de Ourense, el último la semana pasada. Los amigos de lo ajeno asaltaron a sus anchas una de las últimas casas del pueblo, la número 99, llevándose consigo puertas, ventanas, un calentador, los motores de la lavadora y hasta la galería de aluminio del balcón de la primera planta. “Cando entrei, caeume a alma os pés e chorei”, confesaba Francisca de Capelo, una lugareña quien tiene claro que “eses (los ladrones) están por aquí cerca”.

Fue su cuñado, José Domelo, quien se percató del asalto y avisó a los propietarios, que residen en Alemania. “Xa puxeron a denuncia”, advierte mientras enseña los desperfectos en el interior de la casa, de la que se llevaron todo tipo de enseres, aunque lo que más llama la atención es la galería de aluminio, que antaño protegía todo el corredor de la vivienda. “Non se escoito nada, din que viñeron de noite, porque de día sempre anda alguén por aí”, comenta otra de las vecinas, María Fernández. En total, son seis los residentes habituales en este núcleo bolense, con bellos ejemplos de arquitectura tradicional y que antaño llegó a tener más de 80 casas abiertas (hoy son cuatro). “Hoxe quedamos nós e os xabaríns”, bromea María, que sale a la puerta acompañada de los ladridos de Anie, el único perro del pueblo.  “Eu non vivo aquí e o medo é ese, que me entren na casa. Non nos vai a quedar outro remedio que por unha alarma ou unha cámara para ver por internet”, apunta Francisca.

Los robos, relatan los vecinos, comenzaron antes del verano con varias inclusiones, sin grandes botines, en varias casas deshabitadas. “Nesta mesma xa entraron, e se levaron a barra da cociña”, comenta José mientras cierra con cadena y candado el portón de la vivienda 99. “Pero vese que lles gustou o que había, que volveron”, comenta. A las afueras del núcleo está la iglesia parroquial y, otros vecinos recuerdan de allí también se llevaron hace algunos meses las anillas que permiten levantar las sepulturas. “Non teñen respecto por nada, nin ninguén”, lamentan.  

El último episodio llegaba en forma de silbidos, los que, en la madrugada del viernes, escuchó una de las vecinas que vive en la parte alta del pueblo. “Era como si se estivesen comunicando”, declara al otro lado del hilo telefónico, un bolense que reside fuera, preocupado ante la oleada de robos en la aldea familiar. “Di que oíu uns ruídos, levantouse e prendeu a luz, pero non viu nada”, corrobora José, quien ya tiene a todos aleccionados para que fotografíen cada coche o individuo ajeno a la aldea. Él, por su parte, ha decidido hacer una ronda por el pueblo cada mañana para ver si ve algo nuevo.

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