Olivares, río, pazos y el cuco madrugador

Por ese norte ciudadano, allá por las cuasi planas tierras de Vilamarín, en torno al Barbantiño, ese río que se nutre de las escorrentías de la sierra de A Martiñá y de otras menores, anduvimos un soleado atardecer haciendo salida y llegada en Sobreira, concretamente donde el pazo del mismo nombre que un orensano, Servando Méndez, adquirió con un inmenso latifundio que convertir quiso en campo de golf, su afición preferida, sobrevenida después de un exitoso paso por el tenis aficionado, pero que no contaba con las ayudas esperadas y terminó convirtiendo en explotación olivera de muchas hectáreas, pero que tardía en producción de frutos haciéndonos recordar aquello aprendido en nuestros primeros pasos en latín: Agricola serit arbores qui proderunt altero seculo o sea el agricultor planta árboles que aprovecharán a otro siglo. Y esto parece deducirse de tamaña explotación, porque más adelante sobre el románico puente de Sobreira, con granja anexa que perteneció al monasterio de Oseira de la que varios destejados edificios aún en pie. Nuestra intención era ir por la ribera siniestra del río hasta Ponte Mandrás, pero el ameno sendero fluvial había desaparecido bajo una cubierta de zarzas, pero partiendo aguas arriba, una senda de reciente factura ofrecía otra perspectiva y por ella fuimos entre carballos, alisos, escasos abedules, salvando un paso en O Muíño de Sobreira, de esos de maquila donde se pagaba la molienda con parte del maíz, trigo o centeno y otra parte en moneda, rememorando un cartel lo que en torno a los molinos había incluso recuerda uno aquello de “¡qué polvo tiene el molino, qué polvo la molinera!”. Pasado como el trance de la bajada por resbaladizos escalones, subimos a la Nacional a Santiago y lo primero que nos llamó la atención fueron dos gigantescos eucaliptos, que por dar tantas pistas acaso algún punto ganen para ser pasto de la motosierra. Uno, pocas simpatías tiene por estos invasores y drenadores empobrecedores del suelo, pero cuando solitarios, son como referencia y aportan algo distinto, como en este caso con uno de los ejemplares que andaría por los 60 m. de altura, que ya alcanzaría o “Avó”, de Chavín, Viveiro, que tiene 64 y pasa por el más alto del país. Otra propiedad de latifundista pradería a nuestra vera cuando el sendero se convierte en pista entre recios robles, mientras hallamos cómo se cargaban troncos de carballo después de una más tala que limpia que más parecía para ganar espacio para forestal camino. Arribamos a Vilamarín, alargada aldea de restauradas casas a la que da nombre el pazo fortaleza, la escuela de hostelería, maderas Rubén, enorme industria de transformación, que impacta por sus dimensiones. Pero el objetivo estaba a la vista, el siempre vistoso castelo o pazo fortificado que a la caída de la tarde un tono rojizo le daba vida como en su interior las pinturas de la exposición permanente del rememorado pintor Xaime Quessada, de una familia de abundantes hermanos, todos poseídos de un don especial para el arte como Carlos, Antonio, Fernando, Heriberto, de los que ninguno subsiste, y de una mujer. Alguna dureza por cierto asfalto hizo que como alivio cuando escape por amplísima y herbosa pista forestal que nos introdujo de nuevo en estos bosques mágicos en los que prolífica la provincia, mientras el madrugador cuco, invisible por otro lado, dejaba oír su cu-cu a la búsqueda de hembra para fecundarla y que deje el huevo en ajeno nido. Así que lo de cuco ya sabemos de quién viene porque ni calor al huevo ni crianza, que de eso se encargará otro ignorante pájaro. Al paso por Tamallancos recuerdo para Mosqueras, Condes y Nogueroles; por Bouzas y hacia Sobreira avistamos la casa de campo de la enfermera Montset y el ginecólogo Liceras, como retiro de más que estíos, cuando de bajada un colega que fue y amigo que creo sigue siendo, Fernando Montenegro, me reconoce a pesar de mis gafas, gorra y mascarilla, y él sin apearse de su Toyota Hybrid, por lo que por más segundos de los que quisiera, en reconocerlo traté con varias preguntas, acertando aunque al volante el reconocimiento se hace más dificultoso; antes de este encuentro pasa un Volvo, también por este asfaltado vial del Camino, que detenido se apea y a saludarnos viene Belén Outeiriño, que prima por demás, y anfitriona sin par ahora y cuando de alcaldesa de Petín ejercía, ignoro si de las primeras de la provincia con la que posterior parada hicimos cabe a su casa, luciendo en cancilla las iniciales A y O de un abuelo común. Este vivir en el campo se antoja para gente especial, como esta prima, sobre todo cuando desempeñamos nuestra vida social en la ciudad. Rematamos cuando se desvanecía el crepúsculo y las piernas si no al límite, pedían acaso asiento después de ser usadas en una cuasi quincena de kilómetros.