Deambulando

Paseando... y por un tramo del camino sanabrés - ourensán

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photo_camera Peto de ánimas de Calvos.

Un día más que primaveral echó a los ourensanos de sus casas. Los paseos aledaños no es que no dieran abasto para tanto andarín, que ahora se comprende que cuando se hicieron los fluviales del Miño y Barbaña, un poco menos el del Loña, tardaron en ser concurridos, acaso porque no había la cultura del paseante, pero, entre otros, sucedió que de un tiempo a esta parte los médicos han puesto a andar al ciudadano, conscientes de que muchas enfermedades son evitables con un mínimo de actividad corporal. Así que las que, con cierto tonillo, se empezaron a llamar rutas del colesterol o de la infartería ( de infartados) no solo para paseantes recomendados por sus dolencias si no por aquellos que querían evitar esas patologías, o simplemente gozar de un gratificante paseo, tenían su razón de ser.

El domingo me puse en camino, por las cercanías, donde en cuatro o cinco horas, a nadie encontramos ni de paseo por los aledaños de las aldeas cuando muchas mujeres en el medio dejan a sus cónyuges de partida de cartas en los aldeanos bares y ellas se van de paseo. De aquí que más vivas ellas en cualquier conversación que los que han pasado el tiempo, no digo que perdido, echando una partida en el bar del pueblo, donde han cerrado muchos por falta de vecindario. Saliendo por A Rabeda, ese valle lleno de leyendas de ciudades asulagadas, que tenemos a la mano, tomando el camino en Veredo en el Mesón de Calvos donde se ubica la estación de Taboadela, allá donde las raíces de alguna rama familiar, y un cementerio próximo, el de San Xurxo, que más Outeiriños tiene en sus lápidas, y una aldea llamada Outeiriño, tomaríamos a Venda Nova donde el río Barbaña, menos que un pantano en verano, ahora de aguas vivas, divide este aldeamiento del de Calvos. Unas praderías donde, por estos meses veías alguna cigüeña, acaso inquilina de alguna de las dos chimeneas de unas cerámicas en desuso en torno al industrial Polígono. Ni cigüeñas, ni águilas, ni arrendajos, ni cornejas, ni urracas, si canes defendiendo a ladridos los predios donde encerrados, que alguno que me acompañaba estimaba peligrosos si de sus cercados saliesen, aunque se teme que no, por la acusada territorialidad de los cánidos. Sin casi transición nos encontramos en la espesura de unas carballeiras, que aún deshojadas, por su densidad apenas dejan filtrar los solares rayos; después, unas praderías, y luego el paso de un puente de románico estilo sobre el ferrocarril. Tiempo de muy grata temperatura y sin que al Sol lo perturbara una nube. 

Las obras del AVE

El pasaje a continuación por reciente puente sobre las rectilíneas vías del AVE nos deja ver la magnitud de esta obra. Silvoso, Silvosiño y Pumar estaban en nuestro itinerario cuando antes, a través de un bosque de robles, alcanzamos Pazos, intercambiamos una palabras con los escasos habitantes, pasamos como por túnel bajo vivienda y llegamos a través de los carballos al parroquial templo equidistante entre Abeledo y la antes dejada aldea, de fastuoso cementerio, de tan nuevo que apenas se puede atribuir que uno tan asfixiante rodee a su iglesia. Conectamos con un tramo del camino de Santiago por Ourense, que damos en llamar Vía de la Plata, creo que porque, simplemente, queda mejor o vende más. Este tramo debería ser llamado sanabrés-ourensán, pero, como no queda bien, seguiremos transitando por la Vía de la Plata, que de cierto cuidado y de mucho abandono de sus áreas de descanso, como la de Pereira con cercado de madera y mesas en estado de dejadez cuando con un simple mantenimiento ahora, podría invitar a la detención con el rumoroso Barbaña a sus pies; luego habrán de emplearse muchos dineros en su restauración. Por Pereira, muchos pétreos chalets abalaustrados, como obedeciendo a un estilo; toma de cafés en un bar en el que la mesonera nos dice que pocos peregrinos por esta ruta, que, imaginamos, será porque aún en tiempo de invernía. Dejamos este tramo del Camino y con gratísima temperatura a esa hora de cinco de la tarde nos adentramos por otras praderías, ausentes como las pasadas de ganadería del vacuno o lanar, y entre instantes ladridos de canes de custodia de vacíos chalets, alcanzamos Calvos y su particular peto de ánimas en medio de la calle, que parecería en uso a juzgar por las artificiales flores aún visibles. Pasamos el Barbaña, que ya dije, imperceptible por el estío, ahora rumoroso. Una taza de WC lucía como florero rematado por escoba, como aprovechamiento de un sanitario que mejor destino, imposible.

Una vueltecilla de docena de kilómetros al lado de casa que a ojos de mediano observador tanto ofrece.

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