Pasó lo que pasó | Es el vecino el que elige al alcalde

¿Tantos cuñados? Gonzalo Pérez Jácome obtuvo en las elecciones de la semana pasada 18.450 votos, que no es cosa menor, que diría Rajoy. Ya ha pasado una semana y esto es cosa de forenses, ya no es asunto del 061, que interviene al minuto de la emergencia. Es el vecino el que elige al alcalde y el alcalde el vecino, otra vez Rajoy. Pues algo ha pasado aquí. Nadie tiene tantos amigos dispuestos a votar, ni siquiera cuñados. Lo de estas elecciones ha sido como las ruedas de reconocimiento de las películas del género policiaco. Los candidatos posaron con el cartelito del partido por el que concurrían y detrás del cristal los testigos señalaron al principal sospechoso, pero para entronizarle. Optó por Jácome a sabiendas de que no le dice la verdad ni a su médico. Bendijo su desprecio institucional, su vulgaridad y, lo que es peor, se mostró insensible a las supuestas corruptelas destapadas en plena campaña. No puede haber tanta gente que vote con la nariz tapada, es que más de 18.000 vecinos creen que es el mejor. Un análisis simplista demostraría que al ourensano medio le ha bastado una rampa que ya se estropea, un bono de cien euros que no ha sido prerrogativa suya o una orquesta para votarle. Cada sociedad debe medir el nivel que le exige a sus representantes y Ourense va a seguir siendo representado por este sujeto pese a que en una sociedad madura le echarían hasta de la comunidad de vecinos por no pagarla o por pretender mordida también ahí. ¿Algo mejor? Los grandes partidos, cada vez más liliputienses en la ciudad, creyeron que lo mejor procedía del viejo armario del desván. Se supone que acuciados por la necesidad, desprevenidos y a medio vestir pensando que el invierno iba a ser benigno. Pero hay cambio climático, también de valores políticos. Echar encima de los candidatos toda la culpa sería cruel, por mucho que planteasen una campaña sosa, con alguno de ellos melancólico, creyendo que los mítines son conferencias o sesiones de la Academia. Pero, ¿tenían algo mejor? ¿Han trabajado la cantera? El PP, por ejemplo, algun día deberá repensarse su estrategia porque está claro que la del 2019, sentando a Jácome en la Praza Maior, no fue un éxito precisamente. Los socialistas han dinamitado todos los puentes desde hace años y el palo de la derrota de Paco el domingo por la noche fue celebrada en las salas de banderas de los cuartelazos socialistas, siempre con ruido de sables. Aquí solo se salva el BNG, que a ver qué hacen ahora los pretorianos de Breogán, los de la limpieza de sangre. ¿Quién queda? Que un tipo como Jácome tenga semejante respaldo obedece a que Ourense ha sufrido desde hace ya tiempo un proceso de voladura controlada que la ha caricaturizado. Cómo sorprenderse de que crezcan este tipo de ortigas en las instituciones cuando en los partidos quedan los trepas, los pelotas y los vagos. ¿Quién contrapone las ideas en una ciudad cada vez más zafia, donde no fluye el pensamiento, no se transmite el conocimiento, no se pone en entredicho nada y a nadie? ¿Cómo no van a florecer estas plantas carnívoras si la mal llamada sociedad civil se ha descoyuntado sin remedio, sin Loctite que pegue los trocitos? En los sindicatos ya no quedan ni los compañeiros del metal, en el comercio salivan con los cien euros, pensando que habrá un bono cada mes. ¿Quién cuestiona desde la cultureta los vicios del poder si todos mendigan una axudiña? ¿Qué me dicen de ciertas entidades de distinto orden, con un convenio por renovar con la institución equis? ¿Y de las asociaciones de vecinos pensando ya en el magosto como mayor preocupación? ¿Quién iba a gobernar en este país de ciegos más que el tuerto? ¿Y la Iglesia? Dicho lo cual, el máximo respeto a los que han dado el volante al tal Jácome. Después de cuatro años de probaturas llegan los de la consolidación si no hay un improbable pacto de los otros tres partidos. Aún vendrá la Justicia a decir que lo de los audios solo son bufonadas de un botarate. Después, quedará la Iglesia, que le permitirá entrar bajo palio y lo canonizarán por multiplicar panes y peces, pero se los paparía sin repartir nada a los pobres. Les querría comisión. Al poner la lupa Yo pecador confieso mis pecados, amén Las cabinas de votación son bastante cutres, una cortinilla mal sujeta por el riel y poco más. Todo ello para preservar la intimidad, porque el sufragio es libre, directo y secreto, como ampara la Constitución. Son como los vetustos confesionarios de las iglesias por los que cada vez pasa menos gente, porque apenas se peca en esta vida. Al menos se elige la papeleta de pie y se vota también en posición digna, no como cuando se le cuenta las penas al cura, que obliga a arrodillarse, lo que no presagia nada bueno. Muchos han prometido votar a los de siempre, pero no siempre ocurre eso. Han mentido a sus candidatos de siempre, prometiéndoles su apoyo pero dándoselo al enemigo. Han dicho que ellos veían los documentales de La 2 pero la tele estaba en Sálvame. Y ahí siguen los partidos grandes esperando de los suyos la plegaria del yo pecador me confieso para darle ellos la bendición: “Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”. Van dados. El portafotos Rafael Rodríguez Villarino, secretario provincial del PSOE, es como la tía solterona de Gila. Decía el humorista que su parienta iba a todas las bodas y siempre esperaba a que el cura dijese si fulanita quería por esposo a fulanito. Antes de que los contrayentes contestasen ella se dejaba oír en el templo diciendo: “¡Y si no lo quiere, para mí!”. El líder socialista forma parte de los periclitados individuos que bajo el señuelo del servicio público van a la política a por el puestiño y ponen precio a su alma por una tarjeta de visita en la que ponga don fulanito de tal. Con el cadáver socialista aún caliente, el velatorio sin abrir por los resultados del domingo (entre ellos, los suyos en San Cibrao, que fueron pésimos), con la estrategia aún por definir, Villarino se lanzó en brazos de Jácome a sabiendas de que es el anatema. Ya no solo quedó en evidencia por la burda maniobra, sino que recibió la desautorización de los suyos y quedó ya para los restos. Organizará cacerías para Jácome con el fin de ganar su favor, como el vendedor de porteros automáticos de La Escopeta Nacional, pero en el fondo se sabe uno de los Leguineche, la familia de pudientes venida a menos. Ahí sigue el pobre Rafa, implorando el favor de Jácome, quedando como la tía de Gila: “¡Y si no lo quiere nadie, para mí!”.