En patines de bolas a Celanova

Allá por los 50, casi al refilón del vencimiento de las cartillas de racionamiento expedidas por el régimen nacido de la sublevación militar, o cuando pasada la restricción que representaban los cupones arrancados por el tendero de esos blocs oficiales y sellados, que permitían a las familias obtener con restricciones, alimentos básicos, nosotros, los del barrio da Carballeira, más que holgazanear vagabundeábamos en continuos juegos acá y allá; el acá, los tramos finales de los confines urbanos hacia Celanova, porque a escasos centenares de metros ya asomaban para nuestra incomprensión los términos municipales de Barbadás, y el allá, cuando te adentrabas en la ahora dicha Valenzá, que antes Valenzana, llamada así entonces por la castellanización emprendida por la dictadura imperante. Por aquel tiempo en nuestras holganzas de rapazuelos se disputaban en la misma carretera partidos de fútbol con bolas de trapo; por estas fechas de matanzas de cerdos jugábamos también con sus binchas o vesículas que inflábamos a pulmón para jugar a patadas con ellas; también los juegos de bolas o canicas, entonces en uso. Ciertos domingos de bonanza, aun por el otoño, invierno o primavera nos lanzábamos por la sinuosa carretera de Celanova con pesados patinetes hechos de madera y rodamientos de bolas o cajas de bolas, que decíamos, hasta la misma villa. Previa juntanza de a veces docena y bajo la dirección y estímulo de Jesús Raña, ya por entonces un mocetón a punto de mili y nosotros frisando la adolescencia. A Raña, en un más difícil todavía, se le empujaba en carro de cuatro ruedas, remolcado tirado por un cordel en las subidas, porque en llanos, algunos de nuestro séquito caminante, le empujaban hasta donde el acompañamiento posible allá por donde los esforzados galeotes remaban en las rampas y se solazaban en las bajadas, montados en la caja del artilugio. Al paso por A Valenzá cuando en su dominical misa oficiaba el párroco de Piñor a la sazón Don Florencio, se iba por llano hasta las curvas de As Escorregas que luego algún respiro al paso por Cima de Vila o Barbadás, que entonces Barbadanes, donde ya la cosa se complicaba y menos mal que aquel asfalto por invernías y a salvo de los calurosos veranos no surgía la viscosidad de un chapapote con el que impermeabilizábamos nuestras alparagatas de esparto. Antes de Bentraces del que decíamos “En Bentraces matan aos rapaces, e en Loiro quítanlle o coiro”, un llano para descansar o para abordar el último kilómetro hasta Loiro, daba un respiro que luego transitando por algún tobogán hasta Parderrubias, que por aquellas edades nuestras asociábamos con, naturalmente, dos rubias sirviendo en la barra, cuando realmente era Parada das Rubias, por ser parada obligada de carruajes o diligencias, y lo de rubias por el color de sus tierras. A como tiro de piedra, A Manchica, donde si se iba con retraso se optaba por dar la vuelta porque la bajada hasta Ponte Grande, imponía por lo que había de subirse a la vuelta. Pasado el río Arnoia y un poco antes, en la calma del llano hasta que las curvas del Cristal señalaban que hasta la villa de Celanova poco menos de una legua. Como avistando la torre de Vilanova ya entraba el canguelo de si capaces por tanto batir de entrambos pies, que se alternaban, contra el irregular firme del asfaltado de aquellos tiempos, por lo que Celanova se antojaba a esas alturas del recorrido siempre como un sueño inalcanzado… aun a sus mismos pies, pero expugnable, por el optimismo insuflado desde la salida en el barrio de A Carballeira. Aquellos pesados patinetes que elevábamos a la categoría de patines, manufacturados bajo la supervisión de Raña Amil, que incluso te prestaba alguno, hicieron época en la barriada ya fueran manejados por Jandrís, Sito, Poldo, Toño Araña, ya por Toño Cuento, Noliño, Carcacías, Manel o algunos otros con la silente aprobación de un más que mocetón, Tono Turzós, que no acompañaba como gran patrón en la partida, el cual pronto emigrado a Venezuela, dejaría su puesto en una vacante por nadie cubierta. Recuerdo la salida, más que tumultuosa, a toda pastilla, para irse enfriando cuando se atacaban las primeras rampas hacia Barbadás con la aprobación de Pedriño das Lamas, un singular, cojo, que diariamente se descolgaba de su aldea para ir por mistos (cerillas) a ultramarinos Turzós en nuestra barriada. ¡Qué hubiéramos hecho con estos patinetes de ahora… y no digamos con los eléctricos!