Pedir ayuda por no pedir limosna

Pedir una cosa y pensar la otra Recuerdo como durante años un mendigo en la esquina de la calle con la mano tendida y la palma hacia arriba imploraba una "ayuda". Por vergüenza no pedía limosna, solo quería "una ayuda", como si no supiésemos su significado. En tiempos la mendicidad tenía una estética, los harapos eran una etiqueta, como los lamparones o los zurcidos del sayo. Los surcos del rostro, marcados; las cuencas de los ojos, profundas. Las barbas y el desaliño generalizado daban a entender que el personaje andaba sin blanca. Y, si aún por encima, le daba grolos a la botella y le olía el aliento, pocas dudas. Era un mendigo o un "hermano", como le llamaban en la aldea. Nunca faltaba una taza de caldo para ayudarle a separar las paredes del estómago. Franco pedía que sentásemos un pobre a la mesa después de haberlo fregado, no sea que el olor espantase a la sociedad biempensante. Ahora, la pobreza ya puede vestir de Zara para pasar desapercibida. Las crisis dejan dentelladas en la dignidad y agujeros en la cuenta bancaria, pero raras veces en el atuendo o en el modelo de teléfono móvil que se mira para atenuar la espera por el bono que permite comer caliente. A la cola del comedor social ahora ya no hay más diferencias estéticas de las que puede haber en la sala de espera del dentista. La crisis del covid 19 tiene buen fondo de armario, pero el vacío de las tripas empieza a hacer ruido y el rojo manda en la cuenta bancaria. Ahí no hay etiqueta que valga como mordaza. Las restricciones a la movilidad, las limitaciones a la actividad por culpa de la pandemia llevan a más de uno a preguntar por los servicios sociales, por los trámites para las subvenciones para salir de esta. Se orienten preguntando a la gente al pasar o por el Google, algunas actividades profesionales se ven tan mal que ya se adivinan abocados a la ventanilla de la beneficencia. En un acto público hace unos días un profesional de la hostelería reconoció que él, como otros del gremio, necesitan con urgencia "una ayuda". Un escalofrío recorrió el espinazo. No sonó a limosna, sí a implorar una salida. Pero que también se arruine el vecino Las palabras se entrecortaban por la emoción, que rima con desesperación. La mirada se volvió acuosa y la voz comenzó a quebrarse. Aún con un hilo llegó a maldecir a sus colegas de otras asociaciones del sector para que, ya que la ruina visitará la puerta de los negocios, que al menos comenzase por el local de al lado. Sé de quien ahorró unos años para pleitear con un vecino a sabiendas de que lo perdería. Es igual, dijo, a este lo jodo, como me llamo fulano. Un colectivo empresarial de la ciudad dio a conocer una iniciativa para lograr una rebaja en los alquileres de los locales, ante el silencio y el desinterés del sector en Ourense. Desde otras villas y ciudades pidieron información a los promotores para poner en marcha allí la misma propuesta. En algunos colectivos empresariales llevan mejor sus propias miserias a sabiendas de que al vecino les puede ir un poco peor. El covid ha sido una bendición para este tipo de mentalidades. Unidad por tierra, mar y aire Esas barreras mentales tan nuestras, ese jódete y baila, superan en velocidad a la propagación de la pandemia. Coronavirus sanitario aparte, la grieta económica que nos espera no se sella ni con masa al seis. Sus señorías y sus señoríos tocan similar violón. Esta semana por el Congreso de los Diputados nos tuvieron entretenidos enterrando a Abascal y resucitando a Casado. Fuera, a coro, varias voces interpretaron la misma partitura. El presidente de la Confederación de Empresarios, Antonio Garamendi, pidió estos días "a la clase política que trabaje por nuestro país con moderación". El presidente de Cámara España, José Luis Bonet, visiblemente molesto, afirmó también: "Basta ya de ensoñaciones y demagogias, vayamos a salvar a la gente". El presidente de la Asociación de Empresarios del polígono de San Cibrao, José Antonio Rodríguez Araújo instó a los dirigentes políticos "unidad, entendimiento y colaboración". Pero el muro es alto y no se oye al otro lado. Comenzaron con acúfenos, pero pueden acabar sordos como tapias. No se enteran de nada. Y dicen que son todos iguales Para enterados en el Concello de Ourense, esa institución maldita en manos de rufianes y donde gobierna la vileza. En el espejo desdoblado en el que vive esta gente, un personaje infame como Jácome pasa los días viendo cómo se pueden entregar los caramelos en la cabalgata del covid al tiempo que a sus criaturas les empapela las paredes con 60.000 euros más. La oposición (un decir) ya no toma la iniciativa, se justifica. Ah, y sufre ataques de dignidad porque se le tilda de que todos son iguales. Cuando los uniformes son visibles Los uniformes se han generalizado. Cuando sobrevuelan sobre la sociedad civil es que alguna anomalía ocurre. Sus colores vivos y sus abalorios relacionados con la función nos rodean. El ulular de las sirenas de ambulancias y coches de policía, los uniformes de los EPI, los militares entrando en las residencias de ancianos, el fumigador que pringa el mobiliario público para aniquilar rastros de virus... Vísperas de que esto no mejora, evidencias de que la alarma está otra vez aquí. Llega para ser auxiliados, como en la foto, en la que ambos personajes han perdido hasta la fisonomía. El portafolios Julio García Comesaña es desde septiembre conselleiro de Sanidade. Nació en Vigo en 1968, esa ciudad con venas ourensanas, levantada en parte con talento de esta provincia, constituida como nuestra salida natural al mar, pero con un problema de diseño: debería de empezar en A Ponte, pero no anduvimos finos y la construimos más allá de A Cañiza. Es licenciado en Ciencias Físicas por la Universidade de Santiago y especialista en Radiofísica Hospitalaria. Al peso, cotejando su currículum con el de otros dirigentes políticos, dobla los bíceps de cualquiera. Está en la tregua no escrita de los cien días, aunque el covid no anda con esas zarandajas. Vino desde Vigo a dirigir el Complexo Hospitalario Ourensán y luego permutó el puesto con el actual por motivos que contaremos cuanto haya algo más de espacio. Es tan mediocre el nivel de la representación pública que en Comesaña hay que ensalzar, primero, su educación. Ahí saca leguas de ventaja a muchos de sus colegas. Y, para colmo, sabe de lo que habla porque sabe lo que hace. Hubo un tiempo en el que los jueces eran estrellas y al sistema no le fue bien. Hoy tragamos con ministros del montón (Illa) y técnicos de marca (Simón). Si Comesaña consigue hacer "solo" su papel nos daremos por satisfechos. Para estrellas, las del firmamento.