Personajes y golferancias de mi barrio

A medida que las etapas de la vida van consumiéndose, en paralelo las amistades no lo hacen por las ausencias si no que se renuevan a cada reencuentro desde los tiempos de la niñez cuando andábamos embarcados con toda la chavalada del barrio; es cuando se refuerzan, a cada encuentro, esas amistades que resistirán, más que el bronce, el paso de los años. De pequeño se aprovechaba cualquier recreo que nos daba el maestro de Parada, D.Leopoldo, en los pupitres de la casa familiar, que podía ser un magister plagosus (de esos que usaban la vara o la palmeta), para golfear en la carretera de Celanova, por el occidente urbano. Era cuando se jugaba a las canicas que nosotros decíamos bolas, o al fútbol marcando con un palo el campo en el camino de tierra de Vilaescusa; se jugaba a la foca; a la billarda en el mismo escenario; a la peonza; pero eran los partidos de fútbol jugados con bolas de trapo, excepcionalmente una pelota o raramente un balón, con el cuero que cuando humedecido de imposible cabezazo por el trenzado de la badana, que podría herirte la misma frente. Los partidos tenían el escenario más atractivo en plena carretera por donde pasaba un coche cada hora, o en horas señaladas que conocíamos, evacuando de inmediato cuando una chillona bocina de autobús de línea a Celanova se anunciaba desde el Posío; como tardaba unos minutos en llegar, teníamos tiempo para levantar los pedruscos que hacían de porterías, o los jerséis cuando aquellas no estaban a mano. Aventurilla Una aventurilla por los fríos otoños de matanza de cerdos, cuando las pelotas de trapo eran sustituidas por binchas, las vejigas, que inflábamos. El fútbol de aquel entonces ya tenía sus figuras como Noliño, acaso otros, y cuando trasladado al campo del Riestra o del Feijoo ya eran los Boli, Luisín, Pepín, Mascarones los que dominaban el cotarro e incluso Madriles, cuando empezaba el Casablanca a despuntar entrenado por César Silva, Cóser, en aquel mundillo. Mientras en los aledaños los más que mozalbetes echaban un julepe a cubierto de alguna trinchera, entre los que desde O Posío venía Charles, un tal Rilí, y del Barrio, algún Ciconco, Rebollo, Manolo Cascarilla, ignoro si algún Rego, Miguel; en este escenario, Teresa, una rompedora empresaria que ahora se dice, nos sorprendía por su conducción en una potente moto hacia su fábrica de gaseosas desde donde partía con su camioneta de reparto. Se pasaría del fútbol de la bincha, al de trapo, al balón lacerante en los cabezazos, al allanado y marcado a cal de un campo preparado en la barriada de la Carballeira-Feijóo por los mismos chavales a pico y pala con unas porterías levantadas con la ayuda de algún carpintero de la zona y no recuerdo si de Maderas Pedrouzo, entonces un emporio en la materia, cuando antes lo había sido el aserradero Riestra. Así fue haciéndose el Casablanca de fútbol, ignoro si por el patrocinio, o algo tenía que ver, del Bar Casablanca, entonces muy conocido como sala de baile que tenía tanto nombre como As Cabañas en O Couto. Floreano Velo, un servicial y estimado vecino, gestor de muchas cosas, mutilado de guerra con el grado de suboficial, ayudador como pocos para cualquier trabajo, haciendo gestiones a vecinos moviéndose con fluidez por las públicas oficinas, dirigía este bar-salón de baile, mientras el club iba creciendo y haciéndose un nombre y compitiendo por esos campos provinciales próximos donde, como en Santabaia de Anfeoz, cerca de As Maravillas, hasta podía hallarse en medio un corpulento castaño, que por centenario nadie se atrevía a talar, y que dominaba en sus rebotes como nadie los aguerridos Colás y César Joja (Mascarón), en una de mis asistencias a este partido dirigido desde el banquillo por César Silva, creo recordar. En aquel equipo, el mismo Noliño, que iba para figura si el padre no lo impidiese, era diestrísimo en lanzar córner, que decíamos cornis, que podían entrar directamente en portería; Quico en hacer regates imposibles, Tatá escurriéndose con habilidad entre gigantes, Madriles, parando lo inverosímil, lo que le llevarían allá a primera División lo mismo que a un habilidoso Luisín, que llegaría a extremo de mucho recorrido en el Deportivo de A Coruña, cuando de mozo aún forjaba a martillazos el hierro para azadones, picos o enrejados en la fragua de Manolo el Herrero, que otra forja próxima y más refinada, la de Orencio; se decía que el hermano de Luisín, Pepín, era aún más habilidoso en el juego. El Casablanca daba nombre a la barriada, y los domingos, los afamados bailes en recinto cerrado, acceder al cual costaba unos dineros por lo que muchos ociosos sin recursos se entretenían en los aledaños con lagartos a los que hacían fumar y se oía que desdentaban a estos urodelos metiéndoles un papel de fumar en la boca. Cómics por cientos Estábamos en plena era del racionamiento cuando destacaba como patrocinador de algunos eventos Pepe Pedrouzo, de maderas del mismo nombre, que tenía en Luisín como a un guardia de corps para custodia de sus tesoros de cómics o chistes, por cientos, ya del Guerrero del Antifaz, ya de Roberto Alcázar y Pedrín, ya de Hazañas Bélicas, Flash Gordon…pero un día burlaría Jandrís la vigilancia y casi en sus narices le arrebataría la gran colección…con vuelta a su amo, porque solamente se trataba de demostrar que nada se escapaba a la sagacidad del escurridizo Jandrís, que ya venía avisando que cualquier día se llevaría toda la colección aunque Cancerbero la custodiase, y de aquí devino en el más experto en afanar cuanta fruta se le antojase, fuese el árbol que fuese, de ajenas huertas con nosotros más que de servicio, de apoyo como vigilantes por si el amo aparecía, aunque exponiendo al diestro captador de manzanas a algún tiro de sal, como entonces se decía que algunos amos practicaban. Una vez, sorprendido por o Setecabezas, que le esperaba a pie de árbol, daría brinco tal como se supone saltó el mítico caballo de Santiago Matamoros. A Carballeira, Casablanca O Feijóo eran los escenarios de aquella golferancia tolerada, cuando en alguna incursión en territorio enemigo se hacía ”cantina” ( lanzamiento de piedras que cantazos llamábamos) con otros barrios urbanos como Libertad, Sueiro en la misma Rampa da Alameda, humeante basurero de ciudadanos desperdicios. En aquellas escaramuzas inter-barrios destacaba como pocos el inefable Jandrís, quien a pecho descubierto, con temeraria agilidad, desafiaba cualquier pedrusco desde la cima, lanzando proyectiles como para conato de asalto a esa que nos parecía y era inexpugnable fortaleza.