Pasó lo que pasó

El poder es comer caliente

Ourense. 10/01/2020. Pleno ordinario del concello de Ourense del mes de enero de 2020.
Foto: Xesús Fariñas
Llegar al poder es un camino arduo pero la meta es alcanzable hasta para los que reúnen mínimas condiciones. Basta que digas una cosa y la contraria sin rubor. Es el primer paso para comer caliente.

Después de mí, el diluvio, sin duda


El poder, por el ejemplo que dan algunos, es un objetivo en sí mismo. Es como una mudanza, un traslado en el que siempre se pierde algo, lo primero los compromisos, en algún caso la dignidad. Se abandona el principio de contradicción, poco importa la palabra dada, lo que se lleva es la ocurrencia, cuando más lábil mejor. Ahora el poder no supone tener un conjunto de herramientas para cambiar las cosas, apenas se ha quedado en una confortable disculpa para gustarse y contentar a los edecanes. Algunos retazos vemos por La Moncloa últimamente, pero lo topamos a diario en el Concello de Ourense, ese centro de realidades paralelas. El alcalde Jácome vaga por los pasillos consistoriales con su libreto compuesto ex profeso al estilo de Marx (el de los principios mutantes, no el del materialismo histórico). Una mala copia en pequeñito del Rey Sol, aquel Luis XV que se hizo famoso por su frase "l´etat c´est moi", el Estado soy yo. Su departamento de agitprop (agitación y propaganda) le construye argumentos ad hoc que él mimetiza. El regidor ha sustituido el salir por la ciudad, el verla de cerca, el avergonzarse por cómo está quedando con su inacción por la calefacción de un despacho y una cohorte de aduladores que tropiezan entre ellos de tantos que son y sin que se sepa qué deben hacer salvo esperar a fin de mes para cobrar. El día que este periódico publicaba unas vergonzantes fotos de cómo está en entorno termal (al que ya ni se le vacían los charcos), imágenes de cómo se tapa con chapapote el pavimento de piedra de algunas calles el regidor se felicitaba porque la programación navideña había sido un "éxito", porque el feísmo de sus actividades había conseguido sobrepasar todos los bordes del ridículo. El día en el que los ciudadanos publicaban aquí fotos de una ciudad que boquea, el alcalde felicitaba a la policía por su eficacia contra el top manta. Es esta la inacción del Concello, su falta de autocrítica en una ciudad en la que ya ni la crítica queda. Es el mismo alcalde que se emboba con el argumento que le sirve el interventor cuando está en la oposición y al que detesta cuando ahora manda y le pasa el corrector por sus propias cuentas. No, no son reflexiones políticas basadas en pensamientos, son las decisiones de la persona que se está embriagando de poder solo a base de caprichos. Un patético Rey Sol, remedando uno de sus asertos: "Después del mí, el diluvio". Ya está empezando a llover. 


La culpa es del vecino


Vivir en el casco histórico de la ciudad se ha vuelto un impuesto, una carga imputable a la osadía de colonizar un territorio ganado solo a la marabunta de la copa, a la hostelería del jarreo. Vivir en la zona antigua de Ourense es una osadía, una provocación. Intentar habitar estas callejuelas es revivir el oxímoron del silencio atronador. Hubo un tiempo en que la sociedad biempensante se santiguaba al pasar los antros de lenocinio de la zona haciendo la del capitán Renault en Casablanca: "qué escándalo, aquí se juega", mientras deambulaba por el casino. Qué escándalo, aquí se folla, decían ojipláticos algunos ourensanos mientras se daban golpes de pecho, pero preguntándose por la tarifa por yacer con aquellas perdidas. Del casco histórico se huía porque la droga había entrado para quedarse. Los sidazos menguaron la población yonqui de la zona y los altercados confundieron las diversas formas de ser esclavo del caballo, la maría o la farlopa. Hubo comandos de mango de azada para deslomar a la peña que buscaba el lado opuesto de la tapia para meterse algo. Aquello pasó a la historia, sin que sea el orgullo de nadie, pese a que aún hoy algún comerciante saca pecho arrogándose la feliz idea de hacer cordones sanitarios entre el Posío y la Plaza Mayor. Ahora vivir en la zona antigua es un desiderátum. Habitar sí, vivir apenas se puede. Los habitantes de la zona recuerdan que lo que ellos tienen es un sinvivir. Debe ser cierto porque hasta la Concejalía de Urbanismo reconoce estar desbordada por el problema, que hay más de 200 reclamaciones. Los vecinos exigen soluciones y el Concello dice que ya se verá. Se quejarán de falta de medios, y tal, que hay pocos funcionarios y cosas por el estilo. Todo lo que recauda el Concello al año por el IBI (28,7 millones) no llega para pagar a los trabajadores municipales (38,4 millones). Los vecinos del casco histórico deberían pagar más impuestos municipales. Con ello se podría contratar más gente. Tal vez así habría más en ventanilla para tramitar las reclamaciones.     

Venía de licenciarse en las lides de oposición el PSOE y reparó en un campus universitario "que esmorece". El grupo socialista en el Concello de Ourense (que ha tenido y tiene profesores en sus filas)  maldice el rumbo de la institución académica. Se hacen fuertes en el Concello, institución sin competencias en el asunto. Lo siguiente será preguntarse por qué ni a estudiantes y profesores importa un bledo su Universidad, incluyendo pasados y actuales profesores socialistas.


Al poner la lupa


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Ha salido de entre la oscuridad de la noche una plataforma por la estación digna. Unos cuantos ourensanos se han refugiado en la oscuridad y con la cobertura que da la falta de luz han planteado sus propuestas con disimulo. En la ciudad en la que por la noche se duerme y durante el día se descansa unos cuantos civiles han recordado que se está cometiendo un error con la construcción de la estación intermodal de A Ponte. A pesar de la nocturnidad se les vio bien y se les escuchó con nitidez. Lo malo es que a la luz del día nada queda, fue todo como una sombra.


El portafotos


Verín. 10/01/2020. Entrevista a Guillermina Agulla, la nueva gerente del hospital de Verín.
Foto: Xesús Fariñas

Guillermina Agulla ha sido la golondrina de Gustavo Adolfo Becquer y ha vuelto su nido a colgar bajo el balcón del hospital de Verín. Regresó esta semana al puesto  en el que estuvo ya entre el 2010 y el 2013 y luego en 2016 hasta su jubilación. Fue recuperada para poner pie en pared y detener la deriva en la que el Sergas se metió él solito con la decisión de cerrar los paritorios del centro hospitalario. Las grandes fábricas de Alemania han dado un puntapié a sus mejores ingenieros por un hecho cronológico, habían cumplido años, pero se dieron cuenta que habían mandado el talento para Benidorm. Les llamaron luego para que su experiencia fuese útil a los animosos pero bisoños jóvenes que tomaban decisiones con la impericia del recién llegado.

A la doctora Agulla no le han pedido que regrese de su merecido retiro por la bisoñez de los gestores que le precedieron. Lo hicieron como mejor forma de disimular. La Xunta quería cerrar los paritorios porque no había partos y luego porque no había pediatras. Ahora parece que han echado las redes y han pescado a tres, que quieren venir fuera de plazo. A  la doctora Agulla le toca ser esa ingeniera rescatada para repensar una medida que estaba llena de aristas. Vuelve para ver si con su experiencia mitiga la bisoñez de una Xunta que obró desde la ingenuidad. Como poco.

 

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