Un premiado chalé integrado en el medio, Barbadás y A Valenzá

Bajando, después de pedalear cuesta arriba por las térreas pistas de Os Castros en los municipios de Barbadás, Toén, A Merca o Cartelle, paso por O Pouleiro, encima de Bentraces, en donde se han erigido varios chalés, de original factura, entre ellos el de Emilio Fernández y Pili Herrero, premiado con el Juana de Vega 2005 para casas originales que se integren en el medio. Al paso fugaz y casi huidizo, un ¡Chicho! a mis espaldas me hace volver sobre mis pedaladas, aunque escasas cuesta abajo. Paro y lo primero que veo es una plantación de olivos por docenas; pregunto si harán, cuando en producción, algún aceite virgen extra de marca, pero no, ya piensan en vender la producción a Aceites Abril. Mientras, me fijo en los coloridos grafitis literarios en el bajo muro con frases de Charlot, de Saramago y de varios arquitectos universales, cual antesala de bienvenida a una finca a toda y varia producción para cosecha propia y para amigos, pero lo que destaca es la casa, y si antes Pili reticente y sobrepasada, ahora me parece que con tanto entusiasmo como un marido que de delineante trabajó en el estudio de los arquitectos autores Freixedo y Valente, pero donde Emilio fue capataz, obrero especializado y peón, que traducido, se implicó en la construcción con la colaboración de una cualificada peona, que no era otra que Pili. Sigo más que dando, estabilizando los pedales, y veo otros chalés al uso, pero que me temo jamás serán premiados, por toda la piedra que utilicen; el de Pili y Emilio usa el acero y el vidrio, y los pies, el cemento, y es una singularidad dentro del entorno. Ya en contacto con el asfalto, porque de cierta prisa de retorno, por Cima de Vila, Barbadás, donde se ubica la consistorial; la desolación comienza allá donde surgen las pavimentadas aceras, causada por la tala de unos plátanos hispánicos ya frondosos realizada bajo el mandato del entonces alcalde Freire, que se han sustituido por unos mortecinos, secos unos cuantos, aligustres; más abajo el asfaltado del vial del parque de los Patos al pabellón y campo de fútbol, a pesar de que Parras y el que suscribe in situ le dijimos: ¿No se te ocurrirá asfaltar este camino? Pues, vaya, la ocurrencia ya la tenía asumida, privando al joven vecindario de disfrutar de un arbolado paseo térreo a la vera del río dos Muíños o de Pontón sin los autos que hoy lo colonizan. Luego, encima se premia a los munícipes por éstas y otras cosas con puestos públicos por buenas prácticas municipales, y hasta les votan… los que no les ascienden, pero contribuyen. Esos contrasentidos que la vida tiene. Y en llegando chez moi, aquella Valenzá, espacio de tantas correrías cuando rapaces, donde destacaban en su acceso varias carnicerías: la del Lombán, un hombre enhiesto; la del Pera que nunca sabríamos porque así dicho; la del Garabás por, tal vez, venido de esa aldea de Amoeiro o de otro municipio; en todas estas carnicerías se encontraba una calidad estimada en le ciudad. Se conocía el lugar por As Carnicerías y nunca más apropiado nombre, aunque ahora no haya subsistido ni una, porque aquellos carniceros, o sus herederos más bien, fueron rentabilizando sus solares para nuevas construcciones, cuando sus carnicerías lo eran menos. A Valenzá la salvó la extraordinaria separación de sus casas de uno a otro lado de la carretera de Celanova, y así se formó esta casi ciudad más que dormitorio, pero en el municipio de Barbadás, de una anchura tal que aparcando en ambas aceras aun pueden circular holgadamente los automóviles en ambas direcciones. Este fue el éxito de su amplia avenida. Por A Valenzá, que Valenzana antes, dos almacenes de sal surtían a todo el suroeste provincial por lo que las camionetas no cesaban de dar respiro a los paleadores. Uno, el almacén del José Ramón, un señor de respeto en el barrio, de chaqueta y sombrero siempre, y el otro, enfrente, el del Nicolás, de informal vestimenta; ambos, competidores que nunca entraron en conflicto, mientras un poquitín antes, una panadería desde la cual el Chamaco expedía sus panes en la plaza de Abastos o a domicilio, subido a su carro de cuatro ruedas de radios con volante, aprovechando las bajadas hasta la ciudad, y donde no, empujando él o empujándole algunos rapaces del barrio, con el premio a la vuelta de alguna bajada gratuita.