Queimada contra el “bicho"

José Manuel Rodríguez y Germán Crespo se veían todos los días antes de que se declarase el estado de alarma. Son yerno y suegro pero la relación es de padre e hijo, como tantas. Ayer se reencontraron casi tres meses después de que una pandemia mundial los distanciase forzosamente. A pesar de vivir los dos a pocos metros, en la misma localidad de A Peroxa, Germán reside en la residencia Nuestra Señora de la Salud, perteneciente a la Fundación San Rosendo, desde hace unos meses. Hace un año que ambos perdieron a lo que más querían: la hija y la mujer que les unió de por vida y que ahora, más que nunca, les hace inseparables pese a las reglas que marca el coronavirus. Ellos fueron de los primeros en disfrutar de las visitas en las residencias de la Fundación San Rosendo, que esperó a esta semana para retomar el contacto con el exterior, a pesar de que el lunes pasado ya podían concertarse visitas en centros sin contagios. "Só nos temos un ao outro", dice José Manuel. Germán, más tímido, atiende a Queti Pérez, la directora del centro, con la que muestra una gran complicidad. "Ímoslle dicir ao Moro–el yerno–que cando acabe todo isto traia unha botella de augardente, imos facer unha queimada para despedirnos do coronavirus e de todo isto", le dice ella para arrancarle una sonrisa, visible en la mirada a pesar de la mascarilla. Él, tímido, asiente, dando el visto bueno a la idea de una fiesta para decir adiós al "bicho" que, por cierto, no pisó esta residencia de A Peroxa en la que residen medio centenar de usuarios. "Por aquí non veu, nin falta que fai", dice la risueña directora. La Fundación San Rosendo decidió retrasar las visitas de familiares hasta junio, teniendo la última semana de mayo para que los usuarios de los centros recuperasen primero su vida en los centros. Muchos todavía no habían podido dar la primera bocanada de aire en el exterior del recinto, en las zonas verdes. La "nueva normalidad" se hace más cautelosamente en estas residencias de mayores. Las visitas tienen su protocolo: una hora como límite de tiempo, un solo familiar, equipos de protección y la tediosa distancia de seguridad de dos metros que resulta tan dura tantos meses después. "Para el foi moi duro. Eu vivo na Peroxa e viña a velo tódolos días, mañá e tarde. Foi un corte en seco. Sentiumo moito", cuenta José Manuel Rodríguez. El yerno pregunta a la directora por el estado de salud de otros residentes. Conoce los nombres de muchos. Siente especialmente no poder reencontrarse con un amigo de 91 años. "Está en corentena na habitación. Non por coronavirus. Pero foi ao hospital por outro tema entón ten que botar 14 días illado", explica la directora del centro. José Manuel y Germán se entienden con la mirada. "Témonos un ao outro. Non temos familia. Nun ano viuse sen filla, a miña muller que en paz descanse", lamenta. "Estou sorprendido porque foron moitas cousas para el e nesta situación non pensei que o ía levar tan ben", dice un poco aliviado el yerno. "Como te encontras, Germán?", pregunta. "Malamente", dice el hombre, con tono jocoso. "Botaches de menos ao Moro?", pregunta la directora. Asiente rápido. Una brigada de Medio Rural entra por la puerta para desinfectar. Queti Pérez, la directora, los ve desde la ventana y casi se emociona. "Que alegría, por Dios. Son voluntarios que veñen desinfectar. Pensabamos que a partir do día 31 xa non viñan e están aquí", dice. La alegría es común al resto de trabajadoras.