Vivienda

Los refugiados sufren cada vez más el miedo de los caseros a alquilarles piso

María Martínez y Paquita Panero, frente al edificio de la Cruz Roja.
photo_camera María Martínez y Paquita Panero, frente al edificio de la Cruz Roja.

En tres años se han instalado en la provincia de Ourense unos doscientos asilados, más de la mitad menores de edad

Laura (nombre ficticio) y su hijo son dos de los dos centenares de refugiados –más de la mitad, menores– que el Estado ha enviado a la provincia en los últimos tres años para poner en manos de  Cruz Roja, única oenegé que desarrolla este programa en Ourense. Superada la primera fase –seis meses en una de las 42 plazas de acogida temporal repartidas entre la ciudad y Valdeorras –, esta asilada, venezolana, se lanzó a buscar un piso para instalarse por su cuenta con el respaldo económico de Cruz Roja, en una segunda fase que abarca otros 12 meses, perfilados para avanzar en su integración y autonomía. Y se topó con un muro.

"Una vez que escuchaban el acento, que se daban cuenta que no soy española ni tenía nómina... imposible".  Cruz Roja tuvo que mediar. "Al final lo encontré por la monitora de un campamento de mi hijo".  La experiencia es general para todos los refugiados. "Cada vez tenemos más problemas. De un año a esta parte lo hemos notado mucho. No hay pisos. Y es casi imposible sin nómina", apunta María Martínez, coordinadora del área de Extrema Vulnerabilidad de Cruz Roja. 

"Es una mezcla. La crisis del mercado, inseguridades, miedo al inmigrante...", razona Martínez, que explica que la única manera es la "insistencia, buscar y convencer a las inmobiliarias. Y si ya han alquilado un piso, que intenten también convencer a otros propietarios". Son tajantes: "Nunca hemos tenido una situación de impago o destrozos. Los caseros tienen que perder el miedo". Con 70.000 viviendas vacías en la provincia, el escenario invita a la reflexión. 


¿Auge de la xenofobia?


¿Preocupa el auge de la xenofobia? "La sociedad ourensana es acogedora. ¿Quién no tiene un familiar que no haya emigrado. Hay mucha empatía. Eso no quiere decir que no haya miedos. Y a veces afloran", analiza María. "Recibí un buenísimo trato –vuelve Laura-– Eso no quita haber visto malas malas caras cuando iba con el ticket de Cruz Roja al súper. O eso de: 'A ellos sí que los ayudan, y no a los españoles". "La gente en la calle no es consciente de las realidades de los refugiados", matiza Ángela Grande, 74 años, sentada en una de las mesas en las que les da clases de español en Cruz Roja. 


Valdeorras


Valdeorras es núcleo de esta historia. Allí llegaron los primeros refugiados a la provincia. Era mediados de 2016, en plena guerra de Siria. A la ciudad aterrizaron más tarde, con críticas de la oposición por falta de celeridad. Esa presión parece haberse desvanecido en toda España y los carteles de "Welcome refugees" amarillean. Pero la realidad es tozuda: las peticiones de asilo se dispararon en 2018 un 75%, hasta superar las 55.000 personas. Según se liberan plazas de la primera fase –en la que sí colaboran Xunta, Fegamp, Obispado o fundaciones– el Ministerio envía más refugiados.

El proyecto monitoriza ahora mismo a un centenar de personas. Otros tantos ya vuelan solos en la provincia. "Sirios, turcos, palestinos, georgianos, ucranianos, latinos... con su vida en peligro por raza, género, motivos políticos u orientación sexual...", detallan en Cruz Roja.  "Esto le puede puede pasar a cualquiera", entra Ángela Ramallo, responsable de comunicación de la oenegé. Lo recuerdan series distópicas tan de moda como "Years and years". "Me vine con dos maletas. Nunca pensé que me iba a sentir tan bien con ropa regalada. A uno le cambia la vida completamente. Tenía una condición, buena. Y ahora toca esto", detalla Laura.


Voluntarios


Paquita Panero se pone el chaleco de Cruz Roja –"es XXXL", bromea-para posar en la foto. Maestra jubilada, también enseña español a los refugiados: "Con los árabes es más complicado por la grafía... si controlan el francés vamos tirando". "Hay que ir buscando estrategias", explica la técnica de Cruz Roja, que destaca que manejar el idioma "es clave" para empoderarlos."Son gente buenísima, y más majos...", realza Panero. Unos diez voluntarios se dedican a este colectivo, que apoya a otros tantos profesionales del equipo de la oenegé –psicóloga, jurídica...– Entre todos ayudan a los refugiados a ir pasando fases, etapas y "cerrar heridas".

"Lo que quieren, todos, es vivir con sus propios medios. Casa, trabajo, colegio...y que su familia no tenga miedo", desgrana María. Ángela Grande, religiosa de la orden de las Josefinas, amplía foco: "Al principio los notas a la expectativa. Pero basta una sonrisa para que se destensen". "Hay una familia en mi barrio –interviene Paquita–. En abril mi marido se rompió el peroné e iba yo a a la compra. Me los encontré en un pasillo del súper. 'Ya le llevo yo las bolsas, ya las llevo'. Me las dejó en la puerta del ascensor". Cruz Roja ya tiene a refugiados ayudando a otros como voluntarios. "Nos han invitado varias veces a comer a sus casas –recuerda Grande–. Te ofrecen lo poco que tienen. Es una tremenda corriente de humanidad"



Refugiada: “ya llevo 8 meses trabajando"

Laura y su hijo llegaron a España en enero de 2018. Huían del gobierno de Maduro, como el 25% de los 55.000 solicitantes de asilo en España el pasado año. "La decisión no fue fácil.  Éramos 'escuálidos' (opositores). A mí me cuesta mucho callarme. Iba a protestas.. Me sentía identificada. No me intimidaban. Pero no era el país que quería para mi hijo". En Segovia pidió asilo. "Accem me ayudó con los trámites. Me autorizaron el ingreso al programa . Y con Cruz Roja, a Ourense".Llegó en mayo de 2018. "Tenía todo cubierto. Me ayudaron con el padrón, cole... Vivía con otra familia. Estuvimos cuatro meses y pasamos a la segunda etapa". Ahora viven en un piso por su cuenta y, tras hacer varios cursos, encontró trabajo. "Llevo ocho meses.  Casi no dependo de Cruz Roja. Solo por un tema médico. Vienen para ver cómo está el piso o las facturas".

Su mirada cruza el Atlántico. "Tenía carrera y un buen puesto. Y un día me di cuenta que no podía pagar el colegio. Que no tenía luz ni podía ir al súper. Cuando puedo  envío medicamentos. Y dinero. 'Hija, pude comprar pescado'. Me parte el alma".  En unos meses se "independizará" de Cruz Roja. Integrada, va a los cumples de los amigos del crío. "Una ourensana más". Y si todo va bien, en poquito será indefinida en el curro. 

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