El “Resistiré" llega a los quioscos

OURENSE 22/03/2020.- Historias del coronavirus. . José Paz
Los quioscos abren porque la prensa es un bien de primera necesidad. En medio de un paisaje de persianas vacías ellos siguen, entregados como siempre a unos clientes que les son fieles en medio de una realidad compleja.

Mañana de domingo en el quiosco. Calles vacías, ambiente raro, desconfiado; cada poco pasa un coche policial que a cualquiera -con razón- le vuelve sospechoso. Un quiosco es como un refugio en medio de una catástrofe, con la salvedad de que aquí las letras impresas si no curan del todo sí suavizarán el estado de shock que nos atenaza y evitarán que el edificio no se nos venga encima.

Sabíamos de la entereza del oficio, la entrega, un quiosquero no cierra nunca -salvo esos tres días sin edición- pero con el maldito coronavirus algunos ejercen hasta de psicólogo. “Veo más psicosis en el supermercado que acá”. La voz de Silvia Díaz es cálida, amable, con ese deje porteño que lo suaviza todo. Y se agradece. “Hay que ser prudentes, si te agarra el pánico la gente reacciona de una forma descontrolada”, añade. Es lo que aplica, o intenta. 

 “¿Tiene dentro la revista de la Región?”. “Sí, sol, cómo estás”. Pero el miedo es libre y las circunstancias imponen. Hay gente que pregunta desde la puerta si les queda el periódico; otros entran enmascarados con pañuelos, sin respirar, y casi levitando, alcanzan el mostrador pagan y se van. El quiosco de Silvia es grande, espacioso y con mercancía desperdigada para rellenar espacios; los periódicos están a la entrada, junto a la puerta. Una señora pasa y pide dos Regiones, “Una es para una vecina, se la llevo para no tener que andar las dos dando vueltas”.

OURENSE 22/03/2020.- Historias del coronavirus. . José Paz


Mayores y solos


El drama de estos días es sobre todo la gente mayor, muchos viven solos y el miedo, la sobreinformación y la realidad atenazante les está haciendo mucho daño. En los que optan por salir e ir al quiosco su rostro es un mapa de circunstancias. “Mira o que dixo onte o Goberno, que esto é como unha guerra mundial”, comenta una señora mayor que viene con una bolsita de plástico con las monedas dentro de la cartera. Se las da a Silvia. “Lo que más me cuesta es agarrar los billetes con guantes”, comenta. El quiosco de Silvia está en la calle Coruña, es una zona muy frecuentada, y aunque se vende más, se equilibra con las cafeterías cerradas. 

Junto a la Catedral, un quiosco mínimo, con puerta corredera de ventana. En su interior entra una persona, dos son multitud. José Ramón Blanco, su propietario es hijo de la emigración. Nació en Río de Janeiro y a los 14 años emigraron sus padres a Venezuela. “Llegamos con Caldera, año 72 y regresamos en el 96 con Caldera -otra vez- en el gobierno”, comenta. En Venezuela sus padres tenían una mercería-lavandería y él trabajó con un tío, primero vendiendo antirrobos para coches y después en la Hermandad Gallega, ocho años. “Mis padres quisieron venir a morir a su tierra, y yo me vine con ellos”. José habla a trompicones, con un acento casi encriptado. Hace 20 años se hicieron con el local, y hoy en este minúsculo espacio vende desde material de ferretería, películas, libros, papelería y sobre todo periódicos. Muchos a los bares y cafeterías de la zona, hoy cerrados. La zona está muerta, ni un alma. “La gente mayor sale menos y es la que se acercaba por aquí. El que no se contagie va a sufrir. Es deprimente”, dice. 

En Juan de Austria, Lamas Carvajal y tramos del Paseo, caminar aunque sea para comprar la prensa impone. Escuchar la voz de la Policía Local invitando al confinamiento era algo hasta ahora sólo visto en el cine. “Yo estoy muy nerviosa. ¿Te puedo hablar sin mascarilla?”, comenta Marta Fernández, quien trabaja en el quiosco de La Viuda desde hace 16 años. “Veo a la gente cada vez más triste. Mucha gente mayor que vive sola, ya no sale. Tienen miedo. La gente se está tomando el confinamiento más en serio. No se está vendiendo porque no hay nadie”. 

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En un estado de confinamiento el paisaje es muy desigual, aunque todo está desierto, en determinadas zonas, la actividad comercial mantiene el pulso. El quiosco más minúsculo está en Progreso intersección Ervedelo. Ahora se llama Mari, antes el popular O Carrabouxo, el espacio es tan reducido que parte de las promociones editoriales se disponen en la acera, y aunque tiene mostrador a muchos clientes les alcanzan el pedido hasta la puerta, tan sólo hay que estirar el brazo. Lucía Calviño ve estos días a los clientes un poco más tristes, “Es importante que el negocio esté abierto, si no con tanta persiana bajada...”. Toda una prueba de fuego para esta joven, lleva un mes al frente del negocio. 

Los quiosqueros, después de mil vicisitudes, están ahí para quedarse, y más necesarios que nunca. Resistirán, resistiremos, eso. 

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