DEAMBULANDO

Retorno a Ítaca

Retornado de la cantábrica costa, que suena como a bravo y si se quiere salvaje esto de la mar que baña el norte de la Península, que ciertamente brumosa y de arrojados marinos, me encuentro de primeras en esta ciudad como si un Ulises llegado a casa luego de una larga peregrinación por el Egeo y el Adriático, solo que aquel, el héroe sempiterno en su odisea (de ahí lo de Odiseo como Ulises llamado en griego) entre islas, costa y playas salvando peligros entre Scilla y Caribdis, los de las sirenas, la maga Circe, la ninfa Calipso o las iras del desojado cíclope Polyfemo lanzando peñascos por el acantilado contra la varada nave del héroe, mientras su hijo Telémaco, según la obra homónima del cardenal Fenelón, emprendía otra odisea a la búsqueda de su padre. Uno vuelve a Ítaca donde no le espera, porque ya con él, una Penélope tejiendo y destejiendo. Así que esta Ítaca, que ni insular siquiera, tierra añorada, aunque bien en otra parte te halles.

Lo primero que te encuentras: unas lluvias tenaces, que para pesimistas, ineficaces; acaso no sea así, pues no eran para llenar embalses, pero sí para que Aceredo, esa aldea descubierta por las aguas de la presa de Lindoso, ahora cubierta, ya diese que pensar que los embalses de este Limia de cicatero caudal, comienzan a llenarse, aunque semivacíos gran parte del año el de Lindoso y un poco menos el de As Conchas. Unas lluvias que impenitentes, elevarían por un día el caudal de un Barbaña terroso, pero al siguiente día, claro y de apaciguadas aguas y ya navegado por ese pato colonizador que es el azulón o alavanco o ánsar real, compartiendo con palomas y algún otro manso pato el estanque del parque Barbaña, que nada comparable a ese de Salvaterra do Miño donde conviven patos de varias especies, garzas, garcetas y hasta cormoranes acostumbrados a la cercanía de la gente sin espantarse.

Hablo con Pepelino Monjardín, aun reciente prejubilado de la enseñanza en el Otero Pedrayo, disfrutador como pocos de su tiempo libre entre el billar, sus paseos, visitas a todo lo que de enxebre él crea, al que un día puedes ver en cualquier feria de esas que huelen a tradición como la de Monterroso, entre quesos y los más insólitos objetos que por asequibles, dice él que más le cuadraría una furgoneta para traerlos todos, que su limitado auto; pues Pepelino me invita al monumental espectáculo que nos brindó Churry Silva en el Principal, sobrino por más referencias del inolvidable padre Silva, que si no rimara con descomunal, así habría de juzgarse: algo distinto esa cochambre de trastos y enseres que por inútiles y desechados tenemos, entre la que se desenvuelve en un alarde de ingenio alguien que sin hablar trasmite todo con su mímica y ademanes y provoca desde la sonrisa, acaso benevolente y continuada, a la carcajada hilarante, y de tan aplaudido que aquello pareciere concierto de ópera donde a los divos se les premia que prolongadísimas ovaciones que ponen a prueba el batir de manos. Alfonso, hermano de Pepelino, plasmó en una de sus crónicas la singularidad de este artista, que como él dijo, fue profeta en su tierra luego de peregrinar con su espectáculo urbi et orbi. Una representación de la que ni sabría si no fuese por el amigo Monxardas.

Ya de asiento de permanencia en la ciudad, ruando uno se puede encontrar con unos cuantos a los que conoce, con el bus aun embozado, con otros, pocos, con la mascarilla, con los mismos panes de siempre que uno varía al menos dos o tres veces a la semana y que tan diferenciados de esos que por ahí se cuecen, que hacen de esta provincia una singularidad panadera. Entre los diferenciados me encuentro con Paco Rodríguez, que regentó la droguería Román Saco y Cía, donde acudíamos para proveernos de cloro para las piscinas. Como un tiempo sin vernos, más de minutos que en contarlo charlamos recordando tiempos, su campestre retiro en tierra de Os Chaos, cuando le pregunto por uno de sus hijos, Carlos, anatomopatólogo del Cunqueiro vigués, con el que de muchas caminatas montañeras porque él impregnado de la cultura montañesa de los castellonenses cuando en prácticas médicas por allá estuvo. Nos despedimos, y más habríamos de hablar, pero sucede que aunque se disponga de tiempo, uno siempre va con él contado para alguna cosa.

Y de mucho dispondríamos, no sé si también por parte de un Javier encontrado como por acaso, éste de las continuas ocurrencias, oídas mil veces por su consorte Chus que le acompaña de continuo, de tal modo que uno sin la otra de difícil visión y a la inversa. Javi es capaz de sacarle de inmediato punta a todo, por esa su rapidez de reflejos y esa su manera dotada para la improvisación y el chascarrillo adecuado, o el refrán o el dicho o eso que descuadraría al más osado de los maleducados que por ahí transitan, a los que desarmaría en un tris. Javier Tarela y Chus Cisneros eran fijos en aquellas salidas montaraces que hacíamos, o las menos, por días, por esta Hispania y mucho por Portugal, que del Tajo para arriba sin casi un lugar por conocer. Una noche, después de una cena en Vilanova da Cerveira mantendría un duelo a dos a ver quién contaba más chistes por la breve. Dos horas de pugilato que más serían si no fuese que habría de estarse fresco para una mañana de caminata.

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