Deambulando

Ribeira Sacra Miñota, un regalo para la vista

Viñedos de ladera de Belesar. Por aquí discurre una antigua vía romana.
photo_camera Viñedos de ladera de Belesar. Por aquí discurre una antigua vía romana.
Salir en estos luminosos días, que hasta ahora lo fueron, es como hacer un brindis a la vida.

El sol cuando inunda el paisaje le da otro matiz; todo se enaltece cuando el sol brilla y si en esta época del año, tanto más. Así que en este esbozado perfil de ese día me perdí con unos cuantos amigos, de más goce que andadura, por esas laderas miñotas cultivadas, que bancales forman por Belesar, A Cova y el altisonante Cabo do Mundo que es un entrante a modo de espolón, pero a lo grande que le hacen al Miño; con menos grandeza, a Cubela, en el Sil, pero no belleza. Las vinícolas laderas plenas de socalcos o terrazas con menos verticalidad que las de la Ribeira Sacra allá por Cristosende, Abeleda o Doade. A pleno sol matinal, del cuidado de sus viñas que de tan trabajosos parece como si extraño que esos vinos no tuviesen un elevado precio, aunque cultivados unos cuantos, por jubilados, los menos, y los más, como más profesionalizados. En estas laderas los chantadinos en cada viñedo tienen un intermedio entre bodega y casa de fin de semana, que a veces difícil diferenciarlas, en ese ni un viñedo sin bodega.

Por allá el placentero paseo miñoto entre viñedos, ya por estrechas pistas de tierra, ya entre pétreos muros por entre los que un sendero para servicio de viñedos y de caminantes. Por el invierno deberían pasar esos peregrinos del Camino Francés, que no quieren afrontar los fríos de O Cebreiro o el Poio… pero a ninguno vimos cuando emprendimos la marcha en Belesar aldea, que aunque distante, da nombre al embalse aguas arriba, cuando otras aldeas más próximas. Unos catamaranes yacen al abrigo del invernal sol y en paro entre semana para tranquilidad de un trío de cisnes, dos blancos y uno negro, que vagan entre el pantalán. En el camino, como en miércoles y no en lunes al sol de aquella película de los trabajadores en paro de un astillero, algún jubilado de cava y plantación de alguna cepa, y algún que otro de ata de las varas de la vid que allí de tan enxebre siguen usando el bimbio, mimbre, en lugar de bridas de plástico.

Siempre algún can suelto te acompaña, pero adelantado como para señalar el camino, generalmente a su aire, que te abandonará donde menos lo esperes. Ni siquiera hizo falta llegarse hasta Tide o más adelante Pincelo donde un naranjo de tal abarrote que más destacaba el anaranjado que el verdor de sus hojas. Las vides desnudas en conjunto y de lejos resultaban gratas para la visión, aunque se reconozca que allá por los primeros octubrinos días los cien colores de las hojas ofrecen tantos matices que difícil hallar en planta alguna. Aún se ven barcazas que se usaban para llevar pipotes a la opuesta orilla, y vida escasa en estas aldeas donde alguna casa a la venta.

Se reflejan en las aguas aquí represadas en la cola del embalse de Os Peares aldeas colgadas en las faldas. El can que nos acompaña marca territorio o más bien constancia de su presencia a sus congéneres; luego desaparece sin más, que uno al principio y otro al final de séquito.

Obedeciendo más al estómago que a las bellezas que el paisaje proporcionaba, algunos forzarían el retorno por las más cómoda carretera que trepar entre viñedos o darse el gustazo de remontar a la medieval iglesia de Diomondi por la empedrada vía romana, hoy del camino de invierno a Santiago. Mas desistimos, porque uno de mucha disposición para el envite a unos pinchillos, a modo de entrantes antes del almuerzo, nos situaría en el mismo embarcadero libando unas cervecillas a precios abusíbosis, que diría el pavero tío Luís, y más abusivos los pinchillos de jamón, salchichón y chorizón a través de los cuales se veía el mismísimo sol, y lo que se sirve hoy gratuitamente con cualquier bebida, cobrado más aquí que si no traspasasen los solares rayos. Luego comprendimos el porqué de tantas manos en aquella concesión para comida de catamaranes.

Chantada fue la siguiente parada para gozarnos de los placeres de la mesa y donde el clero se asiente, la buena mesa garantizada. Así que casi por accidente nos hallamos a manteles, aunque de papel, con la vecindad de varios párrocos, no sabemos si arcipreste alguno; lo que sí que ni obispo, deán y si algunos jóvenes de ese clero ya tan escaso en vocaciones que vacías dejaron las aulas de grandes y pequeños seminarios ahora reconvertidos en residencias de mayores.

Y mientras esto, que no bien narrado pedestre asunto teñido de gastronómico, no me resisto a contar el avistamiento ciudadano en plena calle de una pata y sus patitos( del género ánsar real alabanco), salvados in extremis por un automóvil atravesado para salvaguarda de la familia. Si fueron llevador a orillas del muy cercano Miño no lo sé, pero acaso diesen en la carretera bajo puente Viejo, o recogidos, alguien los habrá puesto de patitas en el río; pero es mucho creer. Lo que sí es que más fotos se hicieron del evento, ahora que todos cámara en ristre con esto de los smartphone.

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