Ribeiro, el primer vino global

Andrés Usatorre observa la demostración de una motocavadora experimental en el Ribeiro en 1966.
photo_camera Andrés Usatorre observa la demostración de una motocavadora experimental en el Ribeiro en 1966.

Si la historia de sus vinos convierte a Ourense en un territorio único en el mundo, ello es en gran medida gracias al enorme nivel de penetración que tuvo desde la Edad Media el vino del Ribeiro en todos los segmentos de consumo. Desde el Reino de Nápoles, entonces controlado por la Corona Española, hasta los territorios de Flandes y la por veces hostil Inglaterra -donde pese a ello se servían en la mesa de sus reyes- los “ribadavias” recorrían el mundo, hasta el punto de ser el primer “vino global”, el primero del que hay constancia de su consumo en el viejo y en el nuevo mundo a la vez, llevado por las tripulaciones de Colón. 

El continuum que forman los ribeiros del Miño y del Avia parece un capricho de la Creación para cultivar el vino en las mejores condiciones de temperatura, insolación y humedad. Quizá por eso fue elegido para ello desde la implantación de la cultura mediterránea en sus tierras. Y por ello alberga el único lagar rupestre -el del castro de Santa Lucía (Astariz)- que ha puesto de acuerdo a los arqueólogos sobre su datación en tiempos de Roma. 

Desde entonces, el liderazgo de las tierras del Ribeiro en la producción peninsular de vino ha sido constante. Comenzando por la primera donación de viñedos a un monasterio, realizada en tierras de San Clodio por los nobles Álvaro y Sabita en el siglo IX, hasta el aluvión de “opas” sobre viñedos por parte de las grandes órdenes monacales con presencia en Galicia, especialmente las compostelanas, las tierras de Ribadavia se empaparon de los mejores vinos durante un milenio. 

Uno de estas granjas monacales fue la delegación de San Martín Pinario en Santo André de Camporredondo, auténtica factoría preindustrial del vino, cuyas prensas en batería y lagares por gravedad se pueden apreciar desde el 19 de julio de 2019 in situ, musealizadas en el Museo do Viño de Galicia, que ya es un referente en la conservación y el estudio del vino gallego. 

Pero no todo fueron alegrías. El marchamo de marca del Ribeiro estuvo en peligro en varias ocasiones históricas, las más recientes en el cercano siglo XX. Las pandemias fitosanitarias -mildeu, oídium y filoxera- las falsificaciones del producto (matute) e incluso la crisis económica del 29, que cortó los retornos de los emigrantes americanos, desencadenaron una espiral perversa de cantidad contra calidad, que a punto estuvo de tirar por la borda siglos de prestigio. 

Afortunadamente, la tecnificación y la profesionalización, junto con la salvaguarda de nuestra “vinodiversidad” con el impulso de las variedades autóctonas (treixadura-lado-torrontés-godello-albariño-caíño) han superado con creces las dificultades, y hoy el Ribeiro vive una segunda edad de oro. Para superarlo fueron precisos esfuerzos y creatividad, como los del emprendedor Andrés Usatorre (foto) que no dudó en viajar a Francia  a mediados del siglo XX para adaptar el eje de las motocavadoras al ancho de los “cabañóns” ribeiraos. Así llegó el “chimpín”, que aunque nos parezca increíble, no siempre estuvo entre nosotros: manejado por el técnico de corbata, y ante la perplejidad del paisano, asombrado por el ruido.

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