PERFIL

El rugido del presidente tranquilo

Levantó la cabeza y desde Os Peares a Vilalba, de Santiago al centro de Madrid, el bramido atronó toda Galicia como una promesa

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                                                                                     Ilustración de Guillermo Altarriba

Con la cuarta mayoría absoluta consecutiva en el bolsillo, Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, 1961) firma una hazaña sufrida, que no reñida. La tragedia humana -el covid se cobró 619 vidas en Galicia-  pasa factura, aunque esto suene raro en una España tan dura e individualista. Más allá de las muescas, la gestión de la pandemia ha sacado lustre al presidente ejecutivo, al gestor de la austeridad, al tipo pulcro y discreto, al hombre tranquilo que culmina con esta victoria una singladura a la altura del “león de Vilalba”. El rugido de Os Peares voltea el tablero político que hace apenas un año, en las municipales, arrebataba al PP las llaves de las siete ciudades y 18 mayorías absolutas ante un PSdeG en remontada. Para bien y para mal, dice él, “soy Alberto Núñez Feijóo y no lo puedo remediar”.

Cuando don Manuel le dio el relevo en 2006, apenas levantaba dos palmos del suelo (político, entiéndase). Las comparaciones son odiosas, sí, pero… Ahí estaban, David frente a Goliat. Ciclón Fraga, como le bautizó Pilar Cernuda, el excesivo, el intelectual, impetuoso e imperativo don dando el relevo al “contable” de gafas y traje gris. A saber cómo sobrevivió este Feijóo de comidas frugales -feliz con unos huevos con patatas o unas xoubas- a aquellos cocidos pantagruélicos presididos por Fraga. Pero tras aquellas lentes había algo... había ambición y calma. 

John Ford retrata en una de sus grandes obras, “El hombre tranquilo”, un escenario que bien podría ser Galicia: la emigración, los paisajes rurales, la búsqueda de fortuna y la conquista de los afectos. En ella, un templado Wayne consigue ganarse a sus vecinos. Feijóo, claro, no es aquel Duque, feo, fuerte y formal, que podía aplastarte con una sola mirada. Pero el hombre del “amodo” y el “sentidiño” ha barrido la Galicia trémula de este tiempo poscovid pasando de puntillas por una campaña electoral fantasmagórica. Como Wayne, se ha llevado a la chica y a buena parte del vecindario, cosechando el apoyo de la derecha, el centro y parte de la izquierda. El presidente tranquilo que proyecta consciencia, convicción y solidez frente a ideales o filosofía -¿dónde estaba el PP?-. Una política cierta para tiempos inciertos.

Dicen que es un buen tipo, afectuoso y leal y, sobre todo, discreto.  Su madre, Sira, reaparecía este sábado en una jornada de reflexión y reencuentro tardío. De su hijo apenas existen dos imágenes. ¿Y su pareja? Las apariciones de Eva Cárdenas apenas se pueden contar con los dedos de una mano. ¿En campaña? Ni rastro. 

Una rara avis de la derecha -ni halcón ni paloma-, orbita en su propio planeta, Galicia, Galicia, Galicia. Mientras Madrid lleva años afinando sus cantos de sirena, él se aferra al mástil gallego. El de Os Peares está cómodo en la encrucijada, creció en un cruce de caminos, a un paso de cambiar el rumbo, o no. Ese es el as que el presidente no ha puesto aún sobre el tapete. 

La capacidad de resistencia -aficionado al running, lo suyo es la carrera de fondo-, de reescribir su mejor versión y de atisbar una salida, la lleva quizá cosida en la memoria, en los ojos del niño que creció con vistas a un puente, una atalaya sobre el Miño. Hasta los 14 vivió entre los caminos, ríos, concellos y provincias que trenza Os Peares. Allí volvió en 2016 como “o neno” de aldea que hace tiempo dejó de ser. Y funcionó. Y allí arrancó el nieto de Eladia esta gira, un ”excepcional” punto de partida.

En el cara a cara, una descubre que Feijóo no ha apagado las máquinas, que ha ganado aplomo y liberado timidez -no toda-, que gasta una interesante solera y se resuelve mejor. Y, sin embargo, al filo de los 59 años, aún tiene carrete. Dice que con la edad ha ganado en impaciencia, que arranca como su mentor las páginas de los periódicos y la ambición mantiene el fuego encendido de un hombre que escucha, aunque no le guste lo que oye. 

Las tensiones con Casado son, aseguran, cosa del pasado. Y su habilidad para resurgir le ha dado otra vuelta de tuerca al escenario. Como hiciera el artista Leopoldo Novoa, parece haber perfeccionado la técnica de hacer arte con las cenizas.Tras pagar la penitencia por la espantada en la sucesión de Rajoy, Feijóo se ha empoderado de nuevo. El barón de barones ha recuperado prestancia. Si alguien lo dio por muerto, ojo, porque ha resucitado.  

Y pese a las tensiones con el ala del halcón, el eco de su voz recorre cada una de las familias populares.  Se ha ganado el respeto de un partido que siempre lo ha tenido en su brújula. Pero el gallego, fiel al pesado estereotipo, subió y bajó por la escalera capitalina en un requiebro amargo para, de nuevo sin estridencias, resituarse en el centro del tablero. Galicia no es Broadway, pero Feijóo luce el juego de piernas de Fred Astaire. 

En estos cuatro años, llegó incluso a esbozar el perfil de su sucesor, al que arrendaba dos características: juventud y experiencia en la gestión. Un periplo jalonado de poder y gloria, sí, pero también de idas y venidas. Su compromiso con Galicia -porque “él eligió Galicia”, insisten los suyos-, y su capacidad para sortear el conflicto y los escándalos -pareciera que en vez de criarse junto al Miño lo hubiera hecho en el río del Olvido-, le han hecho inmune a cualquier maledicencia. Feijóo ha salido indemne de episodios que hubieran tumbado a cualquier otro. Visto así, muy acertado aquel Feijóo09.  

De Fraga recoge su herencia galleguista y su sentido de Estado, pero su gran legado será "su impronta económica: el impulso a la internacionalización y a la industria”. 

Galicia tiene ante sí el reto definitivo, la reconstrucción de un tejido económico hecho jirones por un virus que no deja más horizonte que la incertidumbre. Difícil. Por muchos Tourmalet que haya encarado Feijóo, este es sin duda su gran desafío. Galicia ha apostado su futuro al “sentidiño” del presidente y el purgatorio aguarda al doblar la esquina.  

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