Ya saben, ya contestan

Oiga, y esto de Ourense, ¿qué? Los ciudadanos votan cada cuatro años y por el medio se limitan a soltar indirectas. Fuera de los circuitos oficiales de opinión, restringidos a unos pocos, la mayoría se queda en el no sabe no contesta hasta que se abren de nuevo las urnas para dictar sentencia. Luego, como tiene ocurrido, deja todo perdido de partidos y ambiciones ingobernables. Y, al fin, viene un encuestador y le dice al paisano: oiga, y esto de Ourense, ¿qué? Y, claro, son muchos los encogidos de hombros, los de por un lado xa ves e por outro, que queres que che diga. Pero también hay decenas de vecinos que le dicen al que les hace las preguntas: toma papel y lápiz que les voy a dar para el pelo. De ahí que salga una encuesta como la que publica hoy este periódico en las páginas dos y tres, que demuestra hasta dónde están del Jácome este, de sus corifeos y de la panda de flojos que visten el traje de la oposición. Había que ser muy indolente (y Ourense lo es) para ni siquiera quejarse del mal olor que sale de la Consistorial. Pero, más allá del previsible rechazo que provoca el haragán de Jácome, la salpicadura de barro cae sobre la práctica totalidad de los 27 concejales de la institución hasta mancharles vestimenta y dignidad. Hace ya más de dos meses que la fatua oposición propuso darle una vuelta a todo esto. Hay dirigentes que necesitan un mandato para demostrar lo inútiles que son, un periodo que aprovechan sus rivales para crecer a costa de su inoperancia. Aquí está ocurriendo al revés: en solo dos meses la mayoría de la corporación ha demostrado lo incapaz que es, lo prescindibles que resultan sus comparecencias, lo vagas que son sus explicaciones, la pereza que contagian con ver su sola presencia pública para reiterar cada día que su capacidad mengua a la misma velocidad que convierten al tal Jácome en una especie de David que también aquí puede ganar a Goliat. Y lo dice la encuesta: ninguno vale y que se deberían ir todos a la calle. Si es que no se le puede preguntar a la gente. Muchas son las gotas malayas Tomaré prestado un análisis que hizo en Telemiño el exconcejal Antonio Trotiño, añadiendo libérrimas interpretaciones. El resultado de la corporación municipal actual es la gota malaya que ha caído sobre la frente del ourensano durante las últimas décadas. Aquel Manuel Veiga Pombo se sentó durante años en las arenas movedizas del socialismo cainita hasta que saltó todo por los aires. Un alcalde como Manuel Cabezas, que dio estabilidad y proyectos de entidad gracias a sus tres mayorías absolutas, se llevó una mancha de huevo en la camisa por un cambiazo en los planos del PXOM que acabó tirando la Justicia. Por si fuese poco, aún tiene algunos asuntos pendientes en los tribunales. Su sucesor, Francisco Rodríguez, fue despertado por los agentes policiales que seguían órdenes de una jueza que resultó ser de gatillo fácil. Daba igual, el PSOE mandó a las mazmorras a Paco obligándolo a dimitir. Los del BNG, novatos en la mesa del poder, quemaron sus ambiciones en la división y la fractura. Agustín Fernández estuvo de oyente, pero vio y escuchó lo suficiente como para saber qué es la política. Por el medio, los socialistas llevaban los zapatos agujereados de tantos tiros que se habían metido para no caminar. Jesús Vázquez adoptó el modelo riquiño y tipo majo, pero sin una gestión que presentar, como el electorado le recordó en 2019. En medio de todo esto, experimentos con gaseosa, entre ellos Jácome y su argumentario insulticional en vez de institucional. Que ahora no se ponga nadie de acuerdo para poner esta situación en vereda no debiera espantar a nadie. Si no nos hemos escandalizado antes... Entre tragedias y estadísticas Se atribuye al genocida Stalin, en cuyo haber se cuentan millones de muertos durante las purgas soviéticas, una terrible frase: "Un muerto es una tragedia, un millón de muertos es una estadística". Las víctimas por covid se apilan en las grandes fosas comunes del periodismo y la política, trituradoras de actualidad. Con indisimulada avidez se espera la cifra diaria, pero solo para ver si son menos que el día anterior, aventurar si la curva se aplana, si se mantiene o endurece el confinamiento. Los fallecimientos por la pandemia siguen siendo tantos que ya son como los de Stalin, un número, como mucho un nombre en una lápida y algún día una estatua, una plaza o una calle dará nombre a los caídos. Los familiares de los que se ha llevado por delante el virus mascan el dolor sin el sosiego de un abrazo o una palabra amable en el momento del óbito. Pero la mente humana es dúctil, modula estas tragedias y divide el cerebro en pequeños desvanes para guardar ahí sus recuerdos. Guardar no es olvidar. Es imprescindible gestionar esas emociones para asegurarse la limpieza en la mirada del futuro. Pero es pecaminoso meter a estos muertos en las fosas comunes del periodismo y la política. Creo que se lo debemos. Vicio de pedir, la virtud de no dar San Martín nos ha dado un festivo porque nosotros le hemos hecho patrón. En la catedral campa a sus anchas pese a que algunas investigaciones recuerdan que el tal personaje nunca pisó suelo local. No le vamos a retirar ahora medallas, méritos y demás lisonjas culpándole de semejante desaire. Como cada 11 de noviembre escuchó invocaciones para que nos vaya mejor de lo que nos va, que no es difícil. Nos hemos quedado sin magosto añorando tiempos mejores, seguimos sobrellevando privaciones. Observando que, pese a las peticiones de todos los años, no ha hecho ni caso. El portafotos El hostelero es un ser anónimo, sin nombre y apellidos, pero con obligaciones de servicio y tributarias. Ante los camareros las dignísimas personas irrelevantes se hacían tratar de usted y el profesional accedía. Este café está frío, el filete viene poco hecho, la merluza es congelada, el vino es de matute. Quién no ha escuchado bravatas dirigidas al que atendía. Cuando los datos estacionales del empleo iban bien, los teóricos sentenciaban que este es un país de camareros, para situarse varios peldaños por encima de la chusma hostelera. Aguantó el camarero a botarates en la barra, respiró el aliento a botijo del que no quería irse a casa a enfrentarse a la realidad que le superaba. Soportó jornadas de 16 horas. Ahora aguanta decisiones administrativas parapetadas detrás de la disculpa de la pandemia. No hay barra, no hay mesa, no hay negocio. Sí hay obligaciones tributarias, sí hay exigencias con el banco y los proveedores. El sector hostelero está cerrado y Ourense también asume con resignación esta suerte de ley seca. Las cafeterías que quedan se han vuelto como las ventanillas para sellar la póliza. Pones el euro y esperas el vaso de plástico con el cortado. Todo es anónimo, ahora le llamamos "el sector". Así, sin nombre ni apellidos.