Historias de un sentimental

La sala “Apolo” de Ourense y los contratos de Isaac Fraga con las cupletistas


Yo creo que pocos ourensanos saben que Isaac Fraga, el famoso empresario de cine y espectáculos de buena parte del siglo XX de España, era de aquí, concretamente de Seoane de Arcos (O Carballiño), donde nació en 1888. 

Emigrante a Argentina, a su regreso se convirtió en el más famoso distribuidor de cine de España, luego ampliado a la gestión de espectáculos. Quiso la casualidad, que en el previo derribo de uno de sus últimos cines en Vigo yo pudiera recuperar, antes de que acabara en la basura, una carpeta que contiene sus contratos con las cantantes y cupletistas que encandilaron a nuestros abuelos en los años veinte y siguientes. Supe entonces que en nuestra ciudad existió una célebre sala llamada “Apolo”, cuya ubicación concreta no he podido determinar y que fue muy anterior al café cantante “La Bilbaína”, de la calle del Paseo, donde todavía alcancé a admirar alguna de sus vedettes. Pero sí aparecen referencias al Principal.

Hace algunos años, cuando se cerraron el cine Tamberlick y otras salas de la empresa Fraga, el gerente de la empresa inmobiliaria que adquiría los locales, que era mi amigo, me invitó a pasar por allí por si quería recoger algún recuerdo. En el Tamberlick encontré varios, pero el más curioso era una carpeta de la empresa Fraga, que contenía los contratos de las artistas diversas que durante años vinieron a actuar a Vigo y a Galicia, en los años diez al veinte del pasado siglo. 

Allí estaba viva la historia de los cafés cantantes, cafetines, teatros, circos de variedades y cines, donde reinaba sin discusión posible Isaac Fraga, quien a comienzos del siglo XX se anunciaba como empresa de espectáculos en la región gallega fundamentalmente y más allá. Decía su publicidad que aparte de espectáculos de primer orden, se dedicaba a siempre grandes atracciones; compra, venta y alquiler de películas, monopolio exclusivo para Vascongadas, Navarra, Castilla la Vieja, León, Galicia y Asturias. Casi nada. El agudo empresario controlaba los teatros de Galicia y distribuía las películas a sus cines, entre otros a nuestro Principal.

Antes de que las ratas o el servicio municipal de recogida de basuras dieran cuentan de los amarillentos documentos, quiso la casualidad que vinieran a caer en mis manos, donde se conservan. Y uno sintió, francamente, la emoción de haber hallado un tesoro valioso y hasta que debió de embargar a nuestros tatarabuelos cuyos ojos pecadores vieron lo que para nosotros no es otra cosa que un montón de viejos documentos mercantiles que encierran buena parte de nuestra propia historia de la frivolidad. Aquellos contratos eran muy minuciosos. Se decía, entre otras cosas, que las artistas tenían que estar media hora antes del inicio de la sesión en su camerino y que, “por los casos fortuitos de fuerza mayor, como guerra, motín, incendio, suspensión por orden gubernativa (no fuera que nuestros abuelos pillines se desmandasen) o por cualquier otra causa independiente de la empresa, podrá suspender o anular el presente contrato”. Ayer, como ahora, los representantes percibían el diez por ciento del sueldo pactado en los contratos. Las cupletistas y artistas de variedades viajaban, en su mayoría en tercera. 

Algunas de las cláusulas de aquellos contratos son realmente curiosas, por cuento se tenía en cuenta la opinión del público, según la artista fuera o no de su agrado. O sea, que cuidado con el pataleo. En ese sentido, leemos en la octava cláusula del contrato correspondiente a la actuación de Conchita Ledesma para los teatros Principal de Ourense y Santiago, respectivamente, del 4 al 9 de mayo de 1918: “Cuando la artista fuese ruidosamente protestada por el público durante tres noches consecutivas, la Empresa se reserva el derecho a rescindir el presente contrato, sin que por el Artista pueda exigirse indemnización alguna”. Otro día les cuento más de esta curiosa historia.

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