JAZZ EN OURENSE

Secreto balance de su vida

Vuelve el jazz a la ciudad. Cierto, por el Café Latino han pasado los mejores jazzmen del mundo. Esos seres erráticos, acostumbrados a visitar las casas de empeño; tipos de ligero equipaje machadiano y caminantes de luz.
 

¡Ah!, Charlie Parker, llevando presuroso su saxo desvencijado a su camello y haciendo cola a la puerta de las casas de comida gratuita del Ejército de Salvación.

Pero hoy quiero hablar de alguien, una leyenda y de la noche más extraña. Era 11 de noviembre de 1999 y llovía en Ourense. Ayer, antes de cerrar el café, José, ese barman curtido en Nueva York, y Eduardo, propietario del local, contemplamos otra vez esa foto suya que nos duele.

Te hablo de Milt Jackson, el vibrafonista que trabajó con todos los grandes de su generación, desde Charlie Parker a Ray Charles. Nació en 1923 y actuó con frecuencia en el Cotton Club, ante los gangsters más poderosos, y en el legendario teatro Apolo de Harlem, cuando los discos eran a 78 revoluciones por minuto y el público del gueto insultaba a Louise Armstrong: “Tio Tom”. Decían que siempre había sido muy servil con los “blancos”.

Te cuento de Milt, aquel día de 1999. José, Eduardo y yo cenamos con él en un restaurante de las afueras. Estoy viendo la inquietante serenidad en su rostro. Silencioso, pidió pasta y lechuga, y parecía de una edad indefinible. Impacientes como escolares, queríamos que nos contase las historias sórdidas de los garitos de Nueva York y sus anécdotas. Por sus biógrafos sabía que estuvo algunas veces en el ‘arroyo’; tenía fama de olfatear a los que traían mala suerte y era conocida su afición a visitar videntes y tarotistas. Había leído su devoción por Charlie Parker.

Lo cierto es que en la cena, Milt estaba un poco distante y solemne. José soltó el nombre de Parker y él sonrió vagamente. José insistió: “Go, man, go”, esa expresión tan de jazzman. El vibracionista habló despacio y con ironía: “Se pasaba todo el tiempo en las toiletts, era audaz como el Diablo con las chicas, como todo el mundo más de una vez le presté 20 dólares. Ha sido el único que vi pasear en los 40 a una chica blanca sin que le dieran una paliza. Jamás lo vi llorar, vertía sus lágrimas en el saxo”.

Al final, pensé, tomará un bourbon. Eduardo le habló del licor café y él engulló de un trago la copa. Dijo enigmático: “Robemos el placer mientras dormita la desgracia”.



(Ayer, José, Eduardo y yo contemplamos de nuevo su foto, que está al entrar a la derecha. Si la miras, te duele. Si te empujas por sus ojos descubres el miedo. El concierto del maestro en aquel noviembre lluvioso fue demoledoramente espiritual. Recuerdo “Ascensión”, ese viaje a los cielos de John Coltrane.

Veinte días después llegaron malas noticias de Detroit: Milt Jackson había fallecido. Nadie sabía de sus males. Comprendí el secreto de la foto. Y que su concierto había sido un secreto balance de su vida.)

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