Crisis del coronavirus

Lo raro ya es salir a la calle sin guantes

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El ritmo de Ourense se ralentiza día a día en unas calles en las que gana el silencio. El "Luar" se grabó sin público y quién se acuerda ya de la rutina precrisis, de que había que resintonizar la TDT y renovar el carné de conducir. Lo excepcional se va haciendo rutina y uno se acostumbra a ver mascarillas, a que solo sonrían los perros y a los vecinos tomándose una cerveza y conociéndose entre balcones.

Una semana basta para normalizar lo anormal. Van dos noches seguidas que me detiene Tráfico al bajar del periódico con una pregunta que desliza sileparecenhorasaustedparacircularporlacarretera y uno ya tiene con naturalidad el salvoconducto preparado al lado del freno de mano. "Luar" grabó el viernes sin público en sus sillas y el Cancún está cerrado hasta nuevo aviso. Naturalizamos hacer videollamadas con tu familia o con el curro. A que el saludo "qué tal estás" o la despedida "cuídate mucho" tengan ahora significado. A no darse la mano y también a lavárselas compulsivamente. Una puta mierda. 

Recluidos en casa, el éxito tiene forma de pasar un día más sin que pase nada, de volver del súper con papel higiénico o jabón de manos. En el ascensor han puesto el cartel del cambio de frecuencia de la TDT. Quién se acuerda ya de esas cosas precrisis. De cuándo jugaba el Deportivo y el Barça. Tras esta bofetada de irrealidad, apuntaba el periodista Enrique Ballester la añoranza al sonido del despertador y decirse: "Ánimo, sal de la cama que hoy hay partido...". Son días, continúa, "de victorias nimias y derrotas inmensas". 

Es sábado, y día a día crecen las mascarillas y los guantes por la ciudad. Lo que rompe la norma, apuntan en la Redacción, es casi ya toparse con alguien sin ninguna protección por la calle. El trabajador que antes atendía sin guantes ahora los lleva. El que antes los llevaba ahora se ha puesto mascarilla. Asusta pensar dónde estaremos dentro de otra semana. De momento, mucha gente sale de su portal y mientras toca la acera con un pie mira a un lado y otro como si temiese que le atropellase una estampida de elefantes. También es curioso ver cómo alguno de tus vecinos te ha borrado el saludo para evitar la miniparada y otros que no te conocen saludan con sinceridad. Muchos de los que llevan mascarilla no dan los buenos días y en las tiendas dialogan encerrados en un homenaje a Chewbacca. 

-¿Qué quiere?
-Brrrrrrrrrrrr –señala unos plátanos–
-2,50 euros
-Brrrrrrrr
-Gracias
-Brrrr

Avenida Buenos Aires y Las Mercedes

Es sábado, y se nota que el pulso de la ciudad va bajando. Cada día hay menos gente por la calle y el silencio gana terreno. Recuerdo una escena del jueves: el larguísimo suspiro de una integrante de la generación Z. Iba a por el pan y lleva las manos en los bolsillos. Sonó sincera con ese quejido de hastío mientras sorteaba coches mal aparcados -ni en una pandemia la gente respeta las plazas de la zona azul-. Currantes de Pinturas Manolo guardaban sus trastos en absoluto silencio.

"Quería botar a Primitiva pero está todo pechado", se lamenta un vecino. Está apoyado en el recodo de un portal. Le explica a su compinche, más joven, que lleva media hora dando vueltas. Todo cerrado. "Aquí non xoga ningúen. Estrano a xente, non poden vir. Non hai bares. Canto vai durar isto? Manda carallo como estamos!". Su colega lo mira con un rostro de pena en el que cabe mucha humanidad. "Saín a ver si podía tomar unha chiquita. Pero nada. E esta epidemia é en toda España?". De tanto teclear a su lado se pispa: "Neno, déixote o meu móbil se queres". En muchas zonas, la media de edad por la calle supera los 60 años tranquilamente. Las colas en los súper pasan, de media, las 15 personas en los Gadis y Froiz del centro. De rebote esto beneficia a las tiendas pequeñas de alimentación, como apunta Tino, de Fruterías Tino. Al menos a él hoy ya se le ha acabado el pavo. 

En la plaza de Las Mercedes sale a todo trapo música latina de un balcón. Están bailando como auténticos locos en el salón. Es mediodía. Lo que antes sería la escena de un after se convierte ahora en este nuevo mundo en una clase de zumba a distancia. De otra ventana sale una discusión. "No soy médico pero tú no sales de casa. Hay que echarle cojones. Hay que echarle cojones... (...) estamos pagando entre todos". Arrimo a la puerta para terminar la bronca pero se oye un portazo. Al lado, en la calle, dos mujeres tratan de hablar a base de frases hechas sobre el coronavirus. Ya decía Innenarity en la radio el otro día que en esta crisis lo que sobra es filosofía. Sobran clichés, urgen expertos. Y también leer a Millás. Es curioso el Paseo: desde el cruce de Cardenal Quiroga, la gente avanza distribuida en tres carriles. Sin hablarse. Aquí solo sonríen los perros. 

Rianxo y Plaza

En la zona vieja no hay un alma. Aparece un niño. "Tápate la barriga que te viene el coronavirus", le dice su padre. Complicado distinguir la crueldad de la genialidad. Mientras, salta en la pantalla del móvil un correo anunciando que Jácome estará todos los días currando en su despacho de Alcaldía. Unos metros más allá, en el Rianxo luchan por tener algo de vida. En su corona, Baye y su hermano pelean por mantenerse a flote en las ventas. "Vamos aguantando", explica mientras despacha. No se ve por aquí a los okupas. A ellos el coronavirus les ha pospuesto su desalojo. Posiblemente era el único capítulo que le faltaba a las obras de la Plaza de Abastos. En el mercado provisional hay poquísima actividad. Toñi, de Quesos Amalia, está en un descanso. Está muy preocupada. Las facciones se le tensan al hablar. Cinco minutos después sale Maripaz, de Milucho. Ha decidido ponerse un casco de desbrozar porque la mascarilla le empaña las gafas. "Se me encoge el alma"

 Al rodear la obra del Mercado desembarcas en las Burgas. En diez minutos solo aparece por allí un hombre. Supera los 80 años y dice que viene todos los días a coger una botella de agua. Hace gárgaras, explica, y se frota con ella las rodillas.

-¿No le preocupa el coronavirus?
-Bah. De algo hai que morrer. 

Posa sin problemas para la foto. Pero no da su nombre.

De vuelta

Una mujer espera el bus en la Alameda. Va hacia la avenida de Zamora. "Está todo muy fastidiado, muy fastidiado. Está muriendo gente como chinches". Dice que está asustada pero que los recados hay que hacerlos igual: "Estoy sola". Da su nombre sin problema, Maricarmen, pero no quiere posar. 

Entrando de nuevo en la piedra de la zona vieja está Alberto. Durmió en el Fogar do Transeúnte y ahora espera para que le dejen mear en una tienda. 

-¿Puedo sacarle una foto?
-¡Ni de coña!
-¿Por qué?
-Mi exmujer cuando me ve en el periódico me maldice. 

Al lado de la Praza do Trigo, dos mujeres se toman una cerveza de balcón. Vanesa y Ana, quedan cada día a tomar la birra a la una. La cita se amplía a una tercera terraza, hoy cerrada. De vuelta para casa paso al lado de otra cola de supermercado. Un tío escribe concentradísimo en su móvil. Se ven dos tetas en la pantalla. Sin Tinder, explican amigos solteros, estos días es la revolución del sexting. Un poco más allá el cartel electrónico de una casa de apuestas pide un aplauso solidario "para salir más fuertes de esta". Manda cojones. Ya comiendo, se escuchará una ovación. Son las tres, y en la mesa no se recuerda ninguna cita aplausil para esta hora. Están cambiando el turno en el supermercado de abajo y un vecino honra a los trabajadores de forma espontánea. Nadie les sigue y se quedan un rato aplaudiendo solos. Es posible que estemos ya aplaudiéndonos por encima de nuestras posibilidades. Mientras, el bar de la avenida de Buenos Aires que luce en su cristalera el "Bamos a salir de esta" ha puesto a su lado otro papel: ya hacen comida para llevar.

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