El singular sargento Generoso y otros personajes del Zamora 8

Todavía quedamos afortunadamente un buen montón de veteranos que podemos contar historias de personajes y sucedidos en el Regimiento de Infantería Zamora 8, que durante casi medio siglo se albergó en el Cuartel de San Francisco, vinculado a la vida de miles de ourensanos que por allí pasamos una parte esencial de nuestra juventud. Yo, como otros, soy uno de tantos que suele evocar aquellos años, como ahora hago. Tuve la suerte de disfrutar de una especial perspectiva que me brindada mi destino a la llamada “Primera oficina“ o secretaría del coronel, junto al entonces teniente Eguileta, gran persona y mi profesor de inglés. Tuve un especial trato con los sargentos, dado que, por haber realizado el curso de sargento de complemento, aquel verano de 1969, enlacé un servicio de semana tras otro, dadas las vacaciones de verano a los profesionales. Recuerdo que antes de tomar el servicio de llevar una compañía pregunté a uno de los veteranos cuál era el mejor modo de hacerlo, y me dio un consejo que me fue de gran utilidad en la vida: “Durante la semana –me dijo-, aplica el reglamento y propón arrestos al que se desmandre, pero si la compañía ha ido bien, el viernes le propones al capitán que los levante todos”. Y así hice, pues como dice el famoso artículo 5 del cabo que sirve para todo mando: “El cabo, como jefe más inmediato del soldado, se hará querer y respetar de él; no le disimulará jamás las faltas de subordinación; infundirá a sus subordinados amor al oficio y mucha exactitud en el desempeño de sus obligaciones; será firme en el mando, graciable en lo que pueda, castigará sin cólera y será comedido en sus palabras, aun cuando reprenda”. De todos aquellos personajes que sabían bien las cosas que sabían era especialmente famoso el sargento Generoso. Hombre curioso que protagonizó anécdotas sin par, por su capacidad para cambiar de opinión. Era costumbre entonces que cuando se pasaba la revista de armas de comisario, todos los fusiles y subfusiles que estaban en el armero de las compañías se colocaran sobre unos bancos alineados, para que el comandante los revisara. Pero delante de mí, Generoso dijo al capitán en el castrapo en que hablaba: “Mi capitán, é mellor deixalos ó armeiro e que o comandante se mova e nós aforramos o traballo”. Cuando llegó el comandante y se extrañó de que las cosas no estuvieran como siempre, Generoso dijo: “Eso se lo dije al capitán, pero el que manda manda”. Era conocida en el cuartel la anécdota del soldado con las botas rotas que pidió a Generoso unas nuevas, ya que, en todas las compañías, aparte de las del trinque en el almacén, había calzado de repuesto para estas ocasiones del que estaba en mejor estado, que se entregaba al licenciarse. Nuestro personaje, como si las botas fueran suyas le dijo al soldado: “Isto non é o exército americano, lévaas ó zapateiro”. O sea, se negó a darle unas nuevas; pero el soldado que era habilidoso se presentó ante el capitán que enseguida advirtió que era preciso darle calzado nuevo, y al ver que éste iba a intervenir, Generoso, que acababa de negarle botas nuevas, atajó rápidamente: “Mi capitán, non me diga nada. A este home hai que vestilo”. Esta anécdota circuló mucho en el cuartel. Sin duda por su capacidad para decir una cosa y la contraria, sin solución de continuidad, según el caso, el famoso Generoso hubiera hecho carrera en la política de nuestros días.