La solidaridad va por parroquias

Escenas que se repiten. Familias que golpeadas por la crisis económica derivada del covid-19 recurren a la labor asistencial de las parroquias para recoger alimentos. Cuando Manuela Requejo trabajaba, muchos días, al rematar jornada tras comer un escueto bocadillo afrontaba otra jornada en la casa parroquial de Santa Lucía de Rairo. En el CHUO donde trabajó, estuvo 40 años; en la parroquia, después de 35 años, sigue. El local parroquial no es un súper pero el bajo escueto que le da forma amanece atiborrado de alimentos; el aroma a fruta rezuma en el ambiente. Son las 09,00 horas, en la mañana están citadas 28 familias, cada 15 minutos; según sus cálculos a las 12,30h estará todo listo. Al ser un barrio de la periferia, el conocimiento de las personas y de sus circunstancias es palpable; aún así, en todos los casos media la asistenta social que es quien valora. La compra Tras una pequeña mesa escolar donde se apilan los listados por duplicado, lo más visible hoy es un muro de 125 cajas de leche de marca blanca Froiz. “Solo aquí hay 500 euros en leche”, comenta Marcos Taboada, hijo de Manuela, quien agradece el donativo de leche de la cadena, junto a pasta y cacao. Lo más demandado es la leche, “estas familias tienen muchos niños”; a cada unidad familiar le corresponderán dos cartones. Aunque su denominación es Cáritas parroquial, la independencia con la diocesana es total. A lo largo del año reciben víveres del Banco de Alimentos, de la Unión Europea a través del Gobierno y donativos de empresas y particulares. La parroquia -además- pone a su disposición un dinero con el que complementan lo que consideran. Gestiones como esta de Froiz es del propio Marcos. “En otra ocasión hubiéramos dispuesto carritos de recogida, pero con el covid, nos indicaron que era imposible”. Pero no sólo es repartir alimentos lo de estos dos voluntarios, sin olvidar a Pilar, Consuelo y Rosa, quienes por cuestión de edad se han alejado del reparto de hoy; también hay labor asistencial, incluso de inserción laboral, “en estos años hemos gestionado algún empleo una docena de personas”, es más, son de los que han rebajado el listado de beneficiarios en este tiempo, hasta las 28 familias que hoy tienen. Jesús y Adriano Dos Anjos son feriantes; padre e hijo aunque viven independientes. De no ser por la pandemia a estas alturas del año estarían con sus colchonetas, tiovivos e hinchables en Páramo (Lugo), la anterior en la Milagrosa y antes en las fiestas del Couto y no en la parroquial recogiendo alimentos para sustentar a la familia. En la zona hay muchos atrapados en esta situación, en Ourense -dicen- hay 300 feriantes como ellos, recurriendo a la solidaridad. Jesús, con 21 años espera su primer hijo. Eligio y su mujer Hermelinda se acercan al “súper” con una carretilla tuneada en el área de carga para seguir rodando, su compra irá en ella. Hermelinda lleva años enferma, Manuela ha pasado con ella muchas tardes en el hospital; al verse, en la mirada se nota complicidad y gestos de cariño. Eligio realiza tareas de campo para quien se lo pide. El siguiente, Eladio Borrajo, de 84 años, a quien los rigores de la edad impiden casi avanzar. Muchas veces llega con un carretillo armado con un cajón desde el fondo del pueblo, donde vive. Trabajó muchos años en las obras, pero sólo cotizaron por él 8; “cobro una paga de beneficencia”. Hoy, por suerte, lo acerca la hija de la mujer con quien convive. Muy agradecido también Nelson Vázquez, cubano de Camagüey, de padre originario de Cartelle a quien en vida le prometería venir a conocer su terruño. Hoy a sus 64 años, después de 2 en Ourense, cultiva una pequeña tierra prestada por un vecino. Trata de meter todos los víveres en una maleta de viaje y en bolsas; volverá otra vez más. En Cuba fue chofer, y “mecánico”, como buen manitas arregla maquinaria cuando surge, el trueque y la solidaridad se da muy bien entre estos vecinos.