Luis Rodríguez Carmona: "Cuatro de cada cinco personas con enfermedades mentales viven bajo el umbral de la pobreza"

Luis Rodríguez Carmona tiene 15 años de experiencia luchando contra las dificultades que sufren las personas con una enfermedad mental. En 2019 realizó un estudio en el que constataba su falta de inclusión en la sociedad ourensana. Actualmente trabaja con los más jóvenes en el CHUO. ¿Ha afectado el confinamiento a la salud mental? La pandemia nos ha cogido por sorpresa. La gente con patologías previas se vio obligada a una reclusión contraproducente para muchos de ellos al limitar su rutina diaria. Y en el resto de la sociedad se han producido cuadros de angustia, depresión... Esta es otra pandemia silenciosa a la que le estamos dando la espalda, pero tendrá su efecto en poco tiempo. Si no cambiamos nuestro modelo de sociedad, la próxima crisis sanitaria será de la salud mental. Usted ha denunciado la situación de las personas con enfermedades psicológicas en Ourense. Y estos malos datos son perfectamente extrapolables al resto de España. La salud mental es la especialidad médica más atrasada. Hay dos paradigmas enfrentados: uno con mayor peso de la química y otro humanista. ¿Cómo es esta perspectiva humanista? Es la que piensa en la enfermedad mental como un fallo en el binomio individuo-sociedad, en contraposición con las ideas biológicas. Porque las personas nacemos, crecemos y morimos en sociedad. El bullying, por ejemplo, puede terminar provocando una patología que no tendría por qué aparecer. Claro que la medicación es necesaria, pero la atención sería mucho mejor si se tuviera en cuenta el contexto personal. Las medicinas tapan los problemas sin solucionarlos. Solo con ellas, el diagnóstico es incompleto. El determinismo social pesa más que el biológico. Es crítico con la sobremedicación. España es el segundo país del mundo que consume más medicamentos por habitante, con los antidepresivos en primera línea. Tenemos un modelo centrado en la industria farmacéutica en lugar de la persona, en el que al afectado no se le escucha ni se atienden sus derechos constitucionales. Se reduce todo a un fármaco que arregla todos los problemas, así que no hace falta escuchar a nadie. En el mundo de la enfermedad mental, quienes las sufren pintan muy poco, y todos deciden su futuro, cuando nadie mejor que ellos sabe lo que es la tortura de estas enfermedades y qué necesita para mejorar. Lamentablemente, ocurre a menudo que tras un único episodio ya se les mantiene la medicación, y en el caso de que esta no funcione no se tiene en cuenta el criterio de quien la toma. ¿Los pacientes se quejan de ello? En un porcentaje muy alto, sugieren que la experiencia de sus ingresos es mala: medicación, medidas de contención mecánica y rigidez de normas. Atarles de pies y cintura debería ser la última medida, pero se hace a menudo. Hay pacientes en Ourense que llevan 10 años sin salir de un recurso de rehabilitación psiquiátrica. Los dejan a remojo durante una década. Y esto no es un fracaso de quien padece la enfermedad, sino de los profesionales. ¿El paso de tratar con adultos a menores de edad le ha aportado alguna enseñanza? Más que nunca, me he dado cuenta de la importancia del factor social y ambiental para que un niño desencadene una patología cuando sea adulto, que luego puede arrastrar durante toda su vida. ¿Llegan a su unidad muchos chicos con problemas psicológicos derivados de bullying o acoso? Al rededor de un 10% de las consultas en salud mental infantil y juvenil vienen derivadas por situaciones de bullying escolar. El perfil del acosador se cocina fundamentalmente en las relaciones intrafamiliares conflictivas, y las consecuencias emocionales para su víctima pueden durar décadas. ¿El problema de la medicación excesiva afecta también a los menores de edad cuando sufren patologías como el TDH? Se produce en todas las franjas de edad. Lo he podido observar incluso en centros de internamiento de menores. Con respecto al TDH, el tratamiento más adecuado pasa por el estudio de dinámicas familiares y la alternativa de actividades deportivas, juegos educativos, terapia artística o mindfulness. El fármaco controla el síntoma sin solucionar el problema y además tiene efectos secundarios. ¿Es más difícil para la mente de un menor vivir en la sociedad moderna? Me siento un afortunado: en mi infancia la hiperactividad la canalizábamos en la escuela de la calle. Ahora nuestras vidas están monitorizadas, se miden todas nuestras conductas. Si a eso le añadimos la incertidumbre social, el resultado es que por primera vez en la historia nuestros hijos vivirán peor que sus padres. ¿Están las personas con trastornos psiquiátricos en una situación especial de vulnerabilidad? Claro. Cuatro de cada cinco personas con enfermedades mentales está por debajo del umbral de la pobreza, y el 80% de este colectivo ha intentado entrar en el mercado laboral pero se les han cerrado las puertas. ¿Hay alguna evolución positiva? Estamos dando pasos hacia atrás. Cuando empecé a trabajar en el centro de salud mental de Toén, ya cerrado, conseguimos externalizar a gente que llevaba 30,40 y 50 años encerrados allí, una vida entera en reclusión. Y en la actualidad estamos volviendo a esto. Muchos de los profesionales que trabajaron en salud mental décadas atrás ya mostraban interés por el paciente y los factores ambientales, pero ahora se utiliza castración química para controlar aún más al sujeto. ¿Existen ejemplos positivos en la provincia? Destaco el trabajo de los profesionales de AFEM Morea en O Barco de Valdeorras, por su respuesta integradora. Existe además una gran sinergia con la sociedad, y el estigma prácticamente desaparece. El encuentro entre personas con enfermedad mental y el resto de la ciudadanía está totalmente normalizado allí, con un factor ambiental de ayuda mutua y el interés de tratar al otro como uno mismo. No existe la sospecha ante personas con patologías, como pasa en Ourense y otras ciudades. Y fuera de España, ¿hacia dónde debemos mirar? Los países nórdicos nos llevan 40 años de ventaja. Allí la medicación tiene poca presencia y los ciudadanos con enfermedades mentales se mantienen en sociedad. Aquí hacemos lo cómodo. Debemos ser valientes y contar con las personas. La crítica constructiva es muy importante para mejorar.