Deambulando

El tío Luísisis, el agua del Turzós y otras peculariedades

Una rememoranza de ese hombre genial que fue el tío Luis al que por su soniquete de acabarlo todo en íssisis... llamábamos tío Luísisis, porque lo era en primer grado.

El tío Luísisis había sido de los últimos funcionarios del ayuntamiento de Canedo, allá por el 42 cuando lo anexionaron a Ourense, que fue como suprimir la personalidad pontina por otra difuminada sin tanta identidad, que aunque se pretendiera nunca fue así; las gentes del Puente tenían ese sello de potencia económica con respecto a los de la orilla izquierda del Miño, además de poseedoras de una estación ferroviaria y unos almacenes que suministraban a todo el área metropolitana y aun provincial. La rive gauche del Miño, como todas las de las ciudades, son como las depositarias de la cultura del urbano núcleo.

El tio Luis era un habitual de La Viña como nos decían los urbanitas parientes, porque era un viñedo de una hectárea, aunque arrancadas la mitad de las cepas, el resto para huerta frutales y algún lameiriño donde cuando pequeños se sacaba a pastar una vaca y más tarde un caballo por allí anduvo. El tío Luis, como era un agricultor de la excelencia, podaba sus cepas selectas, injertaba algunas, hacía unos fresales primorosos y raramente saboreaba sus frutos porque nosotros por docenas asaltábamos sus fresas; si acaso bebía de los vinos elaborados en aquella bodega, que cuando el viñedo extenso había que vender, porque nosotros grandes comedores de uvas nunca se nos daría por el vino. La única que a hurtadillas se permitía alguna licencia, y esto en festividades, era nuestra madre y el tío Luis, aunque más gustaba del agua fresca en aquellos veranos en los que andaba por los fresales, o un poco antes azufrando cepas. Entonces, para aliviar sus sudores, encargaba al señor Rápasis, que no otro que el sobrino Parras, que le trajese el agua del Turzós, un vecino de porte con tienda de ultramarino y un pozo en su heredad del que se sacaba mediante bomba manual, un agua que empañaba las jarras por lo que muy apreciada por la vecindad, que siempre tenía la cancilla abierta como para ofrecer a todo el que de sus aguas quisiese libar, las cuales extraídas de un caldero de cinc, que se elevaba mediante una roldana o polea. Parras iba todas las veraniegas tardes al Turzós, traía la jarra empañada y se la daba al tío Luis que de una tacaba trasegaba todo el contenido mientras se humedecía al paso en el pecho para mitigar tantos calores. Pero Parras de tanto andar de acá para allá, díjose un día que en lugar del agua do Turzós cogería la de la nevera recién estrenada que era del pozo de la casa y que, claro, empañaba la jarra, y además la tenía a mano. Al beberla el tío Luísisis exclamaría como en éxtasis: "Non hai auga coma a do Turzós". Al mismo tiempo que le enviaba al sobrino una propina como de real, siempre por aéreo correo, o sea, lanzándole como cincuenta céntimos de entonces, que daban para mucho. El señor Rápasis jamás sería descubierto en su trapacería mientras llenaba sus alforjas con las monedas que le permitían jugar al futbolín o ver alguna película en el Xesteira o el Principal. O jugársela a las bolas, como decíamos a las canicas. El tio Luísisis, entre otra de sus peculiaridades tenía la de cambiar el orden de las palabras. Así un botón era un tobón, Paquito era Toquipa, Parras era Rapas…

Crisis en Conxo

Después del cuidado, en lo que un verdadero agricultor de sus fresas o de sus cepas, le acaecía de vez en cuando algún episodio nervioso de resultas del cual se le enviaba al Conxo en Santiago por algunos días hasta que la crisis remitía. Acompañado de otro de su confianza, el tío Justo, o un tío de éste llamado Luis Barril, que lo llevaba como nadie, pero en esta ocasión fue Justo con el que se presentaría en un atardecer a las puertas del psiquiátrico compostelano; el tío Luis, ante los loqueros que prestos a intervenir se encontraban, dando un empellón al tío Justo, exclamaría: "Ahí queda ése; mañá veño a buscalo", y así fue como el tío Justo, no se sabe cómo, se vio embutido en camisa de fuerza e introducido por los enfermeros y cuanto más protestaba más por loco era tenido; mientras, el tío Luísisis de noctívago por los tabernáculos, no se cree que por otras casas que de lenocidio pudieran ser, donde la nocturnidad aliada. Si lo fue a buscar al día siguiente o al pactado, nunca se sabría.

Pues este genial tío no podía soportar lo obvio, tal un ¿ya viniste?, cuando evidente que ya estabas presente o un ¿no sabes? Como coletilla, o cualquier imprecisión del lenguaje para quien ahorro de él hacía desechando lo superfluo. 

Durante su etapa en la administración de este periódico donde a su aire, pero de una pulcritud exagerada en su trabajo, como lo era en su vestir donde a pesar de su extravagancia de gabán siempre sobre los hombros y aun la chaqueta, los pantalones subidos hasta casi el pecho por lo que entreveían la alba canilla y siempre blanquísimas camisas, se paseaba a veces por la Redacción o los Talleres a la venta de unos pitillos minúsculos que hacía o liaba en una maquinilla y que vendía a 5 céntimos al clamor de: ¡Se venden pitillosis! Los empleados le decían, don Luis, deme cinco; otros, dos, cuando el fumar implantado en todos. De vez en cuando y para sus adentros y para tranquilizar su conciencia, al se venden pitillosis, añadía: A precios abusíbosis. Y es que la ganancia no era ni de un céntimo, acaso perdiera y, además, no tenía en cuenta su trabajo. De tan escrupuloso que era. No existían entonces ni los ducados ni los celtas ni todas esas marcas. El tabaco se liaba, generalmente a partir de la llamada picadura. El tío Luísisis tenía una amistad sui generis con el profesor Felipe Pedreira, de la Escuela Normal del Magisterio, casi tan raro como él, que así eran tenidos los que a los cánones de la normalidad no se sujetaban, con el que horas podría estar en el café bar Jardín cruzando tan escasas palabras que más monosílabos parecerían, imitando no se sabe quién a quién, con este amigo de tan pocas y precisas palabras como él. A veces pasmaban ante una partida de tute o de dominó, “chamelo”, o pasaban a la acción.

Después se iba no se sabe dónde, aunque entendiendo su amor a la viña, cuidaba sus cepas con primor en la suya propia do Santo do Can, ignórase si extrañando el agua do Turzós de su pícaro sobrino el Sr. Rápasis al que si ya costaba traerla de un Turzós limítrofe, y aun de la más próxima nevera, imaginaos desde o Turzós al Santo do Can. El señor Rápasis podía ser cual fiel escudero, pero su sentido del ahorro de la ecuación trabajo-tiempo se imponía siempre.

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