La situación de las víctimas de trata se ha agudizado con la pandemia: "Ao pechar clubes e cambiarse horarios, foron ocultadas en pisos aos que non é tan sinxelo entrar. Empeorou moitísimo a primeira toma de contacto con elas. Ademais, se reduciron as probas de VIH", lamentan desde Alumar, un programa perteneciente a Cáritas contra la exclusión social de las mujeres, muy vinculado a situaciones de trata y prostitución, cuyas víctimas proceden de América Latina y África en buena parte de los casos.
Sus técnicas advierten de que, a pesar de las restricciones, "durante o confinamento, os puteros seguían acudindo aos pisos e até esixían as mulleres que foran ás súas casas. É un ano de medo: ao contaxio, á necesidade de estar prostituíndose e a non poder pagar as deudas cos proxenetas, cando moitas delas teñen responsabilidades nos seus países de orixe".
E identificar a los proxenetas no es tarea fácil: "Sempre buscan saídas legais para evadir a lei. E atopas ás veces a vítimas de trata menores de edad, de 17 anos, ás que se ameaza. Con mulleres nixerianas ata empregan o vudú". Entre las víctimas, subrayan desde Alumar en base a su trabajo diario, "hai unha base de inxustiza social, a lotería de nacer nun país pobre, tomar a decisión de vir aquí e non atopar o que querías. Trasládanas, ameázanas e obríganas a estar á forza".
Un testimonio
Marta Pérez (nombre ficticio), acudió a Ourense tras ser víctima de trata en Madrid. Por esta situación, consiguió una ayuda de 600 euros que dura solo un año y se le acaba este mes. Pero los servicios sociales del Concello de Ourense le dieron cita para dentro de medio año, en junio.
Aunque trabajaba cuidando a una anciana de la ciudad, todo cambió al empezar la pandemia: "Dijo que era muy peligroso y se fue a una residencia. Me prometió que cuando termine todo podría volver, pero claro, esto nunca acaba", lamenta Pérez. Ahora lucha cada día por encontrar un nuevo trabajo e intenta no perder la esperanza. " Cuando llegué era muy insegura, no podía estar con otras chicas. Pero desde Alumar me levantaron el ánimo", agradece.
Intervención
Explican desde Alumar que "o programa se divide en varios eixes: unha vivenda con cinco prazas para mulleres e seus fillos e a transición á vida autónoma. Temos un centro de día no que se atenden as demandas das mulleres, tanto a nivel psicolóxico como xurídico (a maior parte delas se atopan en situación irregular)", añaden. También llevan a cabo trabajo de calle, asistiendo a pisos y clubes. Al llegar a ellos, celebra una de las técnicos de Alumar, "as mulleres sempre acollen a nosa chegada bastante ben".
Solo en 2020, atendieron a un total de 534 mujeres en riesgo de exclusión en la diócesis de Ourense y acogieron a 14 de ellas. Además, tratan las secuelas emocionales de la trata: "Poden verse moi afectadas tras pasar tanto tempo baixo o control de alguén. Traumas, trastornos de disociación, ansiedade, depresión…".
La clave, concluye una de sus técnicas, es la sensibilización de toda la sociedad: "Sempre que exista demanda, haberá quen se encargue de organizar a oferta, aínda que sexa de forma opaca".
“Quiero que las mujeres hablen y pierdan el miedo a denunciar"
Marta Pérez (nombre ficticio), residente en Ourense, fue víctima de trata. Lamenta que esto le siga ocurriendo a otras mujeres y cuenta su experiencia para que no se repita en nadie más: "No se lo deseo a nadie, porque es horrible. Quiero que las mujeres hablen y no tengan miedo de denunciar".
Para convencerla de viajar a España desde su Paraguay natal, le ofrecieron 800 euros mensuales y el pago de su pasaje a cambio de cuidar a una anciana de Madrid: "En Barajas, me recogió un señor y me llevó a un hotel. Era un hombre muy educado". Algo después, la invitó a salir "para conocer la ciudad. Y me llevó a una discoteca. Ahí me quitaron mi pasaporte y el teléfono. Al preguntar qué había pasado, me decía que no me preocupara. Así me tuvo tres días. Luego me dijo: vamos a conocer a la señora. Se me fue el miedo mientras la anciana me agarraba y me besaba la mano. Pero nunca volví a esa casa ni a ver a mi antiguo acompañante. A día de hoy, aún sigo preguntándome cómo un señor que me trataba como si fuera su hija pudo hacerme eso. Cuando regresé al hotel a por mis cosas y bajé a la calle, me esperaba con su coche un hombre rumano. Tenía mucho miedo. Si le preguntaba algo, me mandaba callar. Puso una pistola en la guantera para que viese que tenía un arma. Él me llevó al club, uno en algún lugar muy lejos de la ciudad, porque fueron dos horas de trayecto. "Cállate, que voy a matar a toda tu familia", decía. Yo me callé pero seguía llorando. Al llegar, recuerdo un club con muchas luces a cargo de una señora colombiana. Yo le dije: no quiero que nadie me toque sin que yo lo quiera. La primera noche, nadie me obligó a nada. El segundo, me pegó y me encerró en un cuarto oscuro".
Hasta que un día pidió un teléfono y logró contactar con su hermana mayor y llamar a la policía. Al llegar los agentes, "los del club les dijeron que nadie estaba a la fuerza, pero yo tenía el cuerpo amoreteado. Enseñé mi brazo lleno de golpes, cogieron mis cosas y me llevaron a comisaría".