Del Ulises de Joyce a las conquistas de Alejandro, héroe macedónico

No me atreví con el “Ulises” del irlandés Joyce, por monumental, y nunca reparé que la Odisea no lo era menos, cuando fue lectura obligada en la adolescencia. Lo que pasaba es que las aventuras del rey de Ítaca a su regreso de la guerra de Troya las iba digiriendo, por emocionantes, una tras otra, y luego entra la etapa de las de Telémaco, su hijo, tratadas por el cardenal Fenelón, como a modo de catecismo para la educación del delfín de Francia. En francés fue una lectura que no perdonaba el pater familias, y, lo cierto, es que se agradece ese complemento de lo que fueron las de su padre Ulises, ya en la guerra de Troya inventando el ardid del caballo de madera, ya por casi todos los mares del Mediterráneo oriental, aunque yo me quedaría con la del gigante Polifemo en la aventura de la evasión de la cueva del cíclope en agreste promontorio colgándose bajo el vientre de las ovejas mientras el ogro de un solo ojo, cegado por el palo ardiente del héroe, tanteaba a sus carneros pasándoles la mano por encima, y cuando los huidos en el acantilado, comenzando a lanzar grandes piedras para hundir la nave de los huidos en el momento en que el gigante reclamaba ayuda de su congéneres que a la pregunta de ¿quién te ha herido? contestaba: "Nadie", porque por este nombre se hizo pasar Ulises cuando fue apresado por Polifemo. Las aventuras con la maga Circe, con la ninfa Calipso, con los escollos de Scylla y Caribdis, atándose al palo mayor para resistir los encantos de las sirenas y evitar el naufragio. El Ulises, de James Joyce, hoy me desmoralizó por su extensión, no obstante tiene a su favor su mundial resonancia y la capacidad del autor de acomodarlo a un tiempo presente. Tal vez más adelante le hinque el diente. Joyce, como fabulador, pareciere como penetrado de ese espíritu gaélico que siempre lo pone en contacto con esas culturas atlánticas, especialmente con la nuestra galaica. El éxito de su tiempo acompañará al Ulises de Joyce, porque, como espejo del héroe homérico, es intemporal. En otra lectura, esta si completa, me merendé el “Alexandros”, de Valerio Máximo, un literato italiano que ha acudido a todas las fuentes conocidas sobre Alejandro Magno y visitado todos los lugares hasta los límites de la India para ilustrarse in situ sobre el personaje, su dimensión, las más de cien ciudades fundadas con su nombre de las que perviven unas cuantas. El héroe macedónico, imitado por todos los guerreros subsiguientes e incluso estudiado en las academias militares, presenta un caso sintomático de un personaje que trasciende la historia, quien en apenas 13 años logró dominar a todos los imperios conocidos compitiendo en el campo de batalla con un ejército netamente inferior en efectivos al de su rivales. Es el único caso en el que un guerrero, conquistando tanto, nunca fue vencido. Piensan muchos que si superase las fiebres babilónicas (la malaria), que se cree acabaron con su vida, se podría lanzar a la conquista del occidente de Grecia para colonizarlo todo. Una incipiente potencia, Roma, ya dominaba una parte de la península itálica, cuando comenzaba a despuntar. ¿Acaso hubiese existido nuestra civilización latina de vivir Alejandro unos cuantos años más? Probablemente, no. El gran acierto de su política subsiguiente a sus conquistas en Asia y Egipto fue el respeto de las costumbres de sus vencidos y no pocas veces de sus vidas, aunque como todo guerrero haya tenido excesos y ajusticiado a traidores supuestos o reales de entre sus filas. El periplo guerrero, aun en un hombre cultivado por la filosofía aristotélica, no estuvo exento de crueldad. Y siempre nos trae a la memoria aquel extracto de un poema horaciano: bella matribus destestata (las guerras detestadas por las madres), o aquel real o ficticio encuentro con Diógenes en Corinto al que fue a visitar atraído por el, si no fuese Alejandro quisiera ser Diógenes, en el que el ya dominador de Grecia le dijo que le pidiera lo que deseara, y su deseo por boca propia: “Que te apartes con tu caballo y me dejes tomar el sol”.