Obituario | Un modesto pontino

Antonio Saburido, el que puso en marcha la Cafetería Mesa Redonda, había llegado al Puente a montar aquella modesta zapatería que existió en un extraño local de la avenida das Caldas. Extraño local, porque había surgido de unas reformas que hubo que hacer en la fachada de uno de los pocos edificios que en los años cuarenta existían en la zona comprendida entre la iglesia y la que sería nueva zona ferroviaria, que convertía los portales en sótanos y los pisos primeros en nuevas entradas. Y es que había que elevar el nivel de la entonces calle General Mola a la altura de la que sería nueva estación para que, rellenándola, continuara siendo la carretera de Vigo. Antonio llegaba de la zona de Quintela y enseguida encajó entre los pontinos. Empezando por los chavales, empeñados en jugar al fútbol en la extraordiaria nueva calle, soberbio terreno de juego para la práctica del fútbol, liso y amplio, sin que los pocos coches que de vez en cuando circulaban por la zona molestasen el desarrollo del juego; bastaban un par de bocinazos a distancia para que se interrumpiera el juego y los conductores salvasen sin prisa los pedruscos que la gente menuda habíamos colocado como porterías. Claro que aquello a quien molestaba era al bueno de Antonio, porque con demasiada frecuencia nuestros pelotazos se colaran en su sencillo negocio, llegando a causar desperfectos que iban desde el vuelco de frascos de cola y tintes, a molestar a los clientes, que hacían que el zapatero nos amenazase con que “vouvos raxar a pelota” pero que, naturalmente, era incapaz de cumplir por más que insistiéramos en los disparos a gol. Las reparaciones de calzado fueron a más y Antonio se convirtió enseguida en un popular personaje pontino. Hubo un tiempo que entró a trabajar su hermano Tito y, animados por el éxito, ampliaron su labor a la cafetería, dándose el caso curioso que este hermano sorprendía popularizando un bar Orellas nada menos que en Valladolid, que llegaba a adquirir gran popularidad. El paso de los años fue incrementando el tráfico y los chavales dejamos de molestar, también porque con la adhesión de nuestro Puente Canedo al Ayuntamiento de Orense los futboleros tropezamos con los “guardias de la porra”, la Policía local, que amenazaba con multarnos y desde luego requisarnos las pelotas. Pero, vamos, Antonio se convertía en hombre de negocios al que iban bien las cosas y fueron pasando los años, covertido en un pontino más disfrutando él y los suyos de una larga vida. Una vida que se truncó ahora inesperadamente y de manera bien sencilla y tranquila, por cierto, llegó a su final.