Crónica

El universo Santoalla: el cómic que nunca llegó a ver la luz

Verfondern era reivindicativo, tozudo y, según se dijo ayer, "muy justo". A la hora de reclamar, hasta por el dinero de más que había recibido de su póliza de hogar por los daños causados por una fuga de agua en sus libros.

Martin Verfondern preparaba una especie de cómic con todas sus vivencias en Santoalla. Y por respeto al tribunal, su amiga Teresa N.V. ayer lo contó tal como sucedió. 

En esa obra gráfica que nunca llegó a editarse, el Holandés, "un tipo peculiar" para el alcalde de Petín, Miguel Bautista, alto y corpulento -95 kilos-, llegado desde la Europa más moderna, encarnaba al héroe idealista que luchaba por una aldea con unos servicios públicos a la altura de su belleza natural. Pretensión épica en toda regla: mejoras para una vida entre montañas más apetecible. De ahí que, cada poco tiempo, se dejara caer por el consistorio para que el alcalde escuchara la retahíla de peticiones. "Era muy reivindicativo -destacó el regidor- y quería muchas cosas para su pueblo". 

El empecinamiento hizo que la relación del alcalde y su vecino más contestatario se tensara por momentos (hasta Batman transitaba por  zonas oscuras). "Llegué a enfadarme porque llegó a ser complicada la situación; también me llegaban quejas de otros vecinos que me decían que él invadía sus terrenos", explicó Bautista.

Pero Martin también era noble. María Jesús R.L. relató que en sus más de 20 años de profesional de los seguros nunca nadie había reclamado por una indemnización excesiva: "Le reconocieron 2.000 euros, porque una  fuga de agua en su casa le estropeó libros y productos agrícolas, y vino a reclamar. Le parecía una barbaridad de dinero".
Este cómic tenía un papel para los malvados. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve un héroe sin villano? Da igual que lo sea por venganza, dinero o dominación rural. 

En el universo Santoalla, el líder tiránico, al que él denominaba "jefe del clan", tal como recordó una testigo, había recaído en Manuel Rodríguez el Gafas, un octogenario que pese a su edad y problemas de movilidad marcaba la pauta en el acoso que denunciaba Verfondern. Un antagonista que no siempre lo fue.

El primer día que Martin y su esposa, Margot Pool, llegaron a la aldea los únicos vecinos del pueblo -Manuel, su esposa Jovita y su hijo Juan Carlos- los invitaron a comer. Y hasta le permitían usar su teléfono fijo para llamar a lugares situados a miles de kilómetros.

En el guion había varias versiones de Martin Verfondern. En el taller donde reparaba el Chevrolet Blazer, Antonio, la última persona con la que charló en vida, lo notó "muy apagado y triste". Hacía bastante tiempo que sentía miedo (hasta Spiderman sufría crisis existenciales).

Temía a sus vecinos y quiso contratar un seguro de vida a finales de 2009, poco antes de morir. "Era muy caro porque tenía más de 50 años y traté de disuadirlo... No le creí.  Ahora me siento muy culpable", confesó María Jesús. Eso sí, como llevaba dinero encima que no gastó, dejó pagada por adelantado la póliza del coche.

 Al fin y al cabo, las pugnas de los que escriben sobre héroes son de índole creativa. n

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