Vacunados, la “MemOria” de Lezcano y otras lecturas

Ya de más amplio horizonte, por levantamiento de restricciones y vacunación, en la que los de mi espectro de edad, acompañados los más, en sillas alguno, de torpeza otros pocos, así que cuando invitado por el ATS correspondiente, joven por demás extravertido, de fácil comunicación con el ambiente que, la verdad, invitaba menos, pero que el desbordante optimismo de este técnico sanitario llenaba de tal modo el ambiente haciendo de la vacunación algo distendido, el cual al introducirme en la clínica le dijo a una escribana: Anota ahí a este joven. Ya tenía remangado el polo y diciéndole cuándo me vacunaba, me contestaría: Ya estás. Así mi sorpresa mayúscula por tan eficaz e indoloro pinchazo por parte de un profesional, que repartía simpatía ordenando la humana concentración con la palabra adecuada para cada paciente que iba introducíendo. Después de lo cual, café en terraza, comentaba con un par de amigos, uno de ellos vacunador de cerdos por millares, el otro de muy activa jubilación, que no había gripes este año de pandemia. Será por las mascarillas con las subsiguientes precauciones que nos han mantenido al amparo por las invernales acometidas de los gripales virus. Acaso la mascarilla se imponga más allá de la pandemia. Para unos cuantos, disfraz adecuado. Ahora ya recluido, entrando en algunos libros por el tiempo del que uno dispone; lo de varios, digo, ya que uno amante de comenzar uno, finalizar o mediar otro. Así que desde “MemOria”, de Ruco Lezcano Tabarés, paso a “Civilizados hasta la Muerte”, de Christopher Ryan, o “Viaxem a Portugal”, de Saramago, aunque encuentre más atractivo ese otro por Portugal de ese frustrado Nóbel que fue Miguel Torga. Lezcano en ese libro postmortem, que me remite su viuda Viruca desde Coruña, me hace recordar en ese gallego enxebre aquellos tiempos en los que va desgranando desde el Alzamiento, o Rebelión militar, pasando, entre otros, por el famoso episodio del cerco a unos guerrilleros por el Ejército y la G.Civil en los 50 en frente donde hoy el municipal Auditorio. Alguno escapó, otros malheridos de los que uno ejecutado a garrote vil como los cánones de aquellos siniestro tiempos demandaban, aunque fuese inútilmente defendido por el padre de Ruco; de estas evocaciones, numerosas alusiones a los prohombres de la cultura: Risco u Otero Pedrayo; su anterior libro “Risco segundo Risco” o sea Vicente Risco visto por su hijo Antón en un incesante cruce de preguntas y respuestas entre el hijo y Lezcano que intimó mucho con el prócer del galleguismo, del que vecino. Es un reencuentro con una Oria que no otra cosa que un Ourense, como entonces se decía. Ruco hace alarde de una memoria prodigiosa, de un estilo que requiere mucha atención del lector, con ese caudal de conocimientos que le dejarán como imborrable cronista de aquellos cuarenta hasta los setenta del pasado siglo cuando, por traspaso, o más bien exilio laboral de su natal ciudad, que le llevaría por Pontevedra, Ferrol y, finalmente Coruña, adquiriendo mayores competencias periodísticas que le llevarían a director de Ferrol Diario y finalmente a redactor jefe de La Voz de Galicia. Este libro se merece una presentación por lo que aporta a la ciudad, su fluido estilo y el abundantísimo caudal de datos, amén del placer de unos lectores que han vivido muchos de aquellos trances en la MemOria(Orense). Muchos otros pasajes donde se rememora la emigración, los acontecimientos internacionales… Queda materia para otro comentario, por lo mucho que da de si el libro, que áspero en principio, sabroso a la mitad y bien cocinado en el epílogo. “Civilizados hasta la Muerte” aborda la cuestión de que no siempre lo que llamamos progreso, civilización en suma, haya hecho mejor al género humano, el más depredador que haya parido el terráqueo globo. Aquellas civilizaciones de cazadores recolectores eran más justas, más igualitarias, no existían liderazgos (que se ganaban por el saber o competencia, nunca por herencia) o si solo para una ocasión, cesada la cual el líder se diluía o lo diluían apartándolo, en aquellas sociedades de bandas o clanes forrajeros donde la gente no es que viviera menos a lo que hoy por estándar de edad, sino que hallada la media, no sobrepasaba la treintena por la gran mortalidad infantil. Los cazadores recolectores, en suma los forrajeros, no conocían las enfermedades derivadas de la hacinación en poblados o ciudades donde los deshechos y las contaminadas aguas causaban epidemias constantes, la concentración y almacenamiento surgiendo élites por acaparamiento del sobrante, que extendían su dominio en la colectividad. Empezaron las grandes diferencias sociales, las clases, los tiranos, algunas repúblicas asamblearias, otras cuasi perfectas pronto devenidas en imperios. Aunque yo prefiera la prosa de Torga, me he embarcado en la Saramago sobre todo cuando viaja al norte de su país mas o menos conocido y que los galaicos que contactamos con nuestros vecinos, amamos. Es un disfrute viajar con Saramago por Arcos de Valdevez, el por allí bravío rio Vez que da nombre a la villa y a poca distancia la vistosa torre de Giela, del XIV, con abandonado palacio al pie; más arriba por Sistelo donde los bancales sobre el rio Vez nos retrotraen a los gigantescos arrozales aterrazados del sureste de Asia, o por Castro Laboreiro, A Vila para los entrimeños con su castro y Castelo, que de sus dos puertas, una se llama do Sapo. Todo en muy gratos pasajes. Claro que vale la pena perderse en todas estas lecturas, y no digamos en el vecino país al que sus gentes más amable hacen.