Vagamos o vacamos y con amigos damos

Por esas calles andamos no sé si vacando o vagando, donde reconocer cuesta, a los que te vas cruzando, y desde luego a esos más que amigos, conocidos, imposible. En este deambular cada cual va más de reflexiones que ojo avizor para el reconocimiento. Aun así hay personas que serían identificables por muchas cosas. En una de éstas, aunque poco dado a interpelar a amigos o conocidos, me paro con Álvaro Garrido, por otro lado lejano pariente o aun no tanto si se considera que ambos hijos de primos de primer grado. Con Álvaro, como no, evocar el Mesón de Calvos, allí donde se halla la estación ferroviaria de Taboadela, hoy nudo central del nuevo ferrocarril y de depósito provincial de contenedores de basura hacia su destino de reciclaje en Sogama, donde de más fama el mesón, que dio nombre a escaso núcleo porque el principal de Calvos, a escasos centenares de metros. El Mesón, por ser obligada, o parada de carromatos o coches de caballos de viajeros que iban al sur, bien para el cambio de postas o caballerías o para alojamiento de pasajeros. Aquella más que casona, solar en su día de los Outeiriño, o sea de antepasados no tan lejanos, presenta la ruina de la desocupación y cuesta creer que aun a principios del siglo XX tuviese intensa vida: bullicio de viajeros, caballos que se cambian, comidas que se daban regadas de vino en aquellos mesones, posadas o ventas, precursoras de la industria hostelera. El ferrocarril y el automóvil acabarían con éstas casonas que resistirían el paso de los siglos. Y el mesón podría pasar a manos ajenas a la familia al estar en venta, me dice Alvaro, que no muy andador en su día, ahora debe hacerlo, aunque de diaria pugna entre la inercia que el sedentarismo da y la salud. En un paseo por las margen izquierda del rio, que por acá lo de rive gauche poco que ver tiene con lo que en París significa el rio Sena que separa la intelectualidad, del dinero que a la droite se atribuye, nos encontramos con dos zodiacs de la policía rastreando el Miño, y un dron registrando en video todas las orillas a la búsqueda de una supuesta ahogada que depositando sus ropajes cuidadosamente en la orilla, se sospecha decidió poner fin a su vida, o la forzaron; alguno creerá que o se piró a otra vida dándola por muerta acá, como se especula. El despliegue de búsqueda exige un coste en medios que solamente pueden permitirse estos estados llamados del bienestar. De retomada por el paseo Barbaña encuentro a Rosa Gil y a su marido Amadeo R. Piñeiro, de antepasados comunes no muy lejanos; le traigo a la memoria el haberme contado él allá cuando por la mili en Madrid le encargó su comandante gallego elaborar el árbol genealógico de los Outeiriño, porque él de comunes antepasados, y en ello se embarcaría por los archivos parroquiales de la comarca de A Merca, Taboadela o San Cibrao lo que le valdría para un permiso extra, pero lamentando ahora no conservar una copia o algo así. Lo que no daría él por aquello y yo, acaso menos, pero si por el interés del árbol genealógico familiar. Es inevitable no rememorar los tiempos de la Caja cuando él, subdirector de la entidad, y yo en su departamento. Rosa me recuerda que colega de una de mis hermanas en las oficinas de Educación. Con estas concomitancias estuvimos de conversa de añoranzas pasadas en un parlamento donde los tres por igual, cuando raramente se da que alguien no acapare toda la charla, predispuestos como estamos a hablar sin escuchar al otro, en conversaciones a veces disparatadas en las que uno expone y ni se molesta en escuchar al otro. Esto no se dio aquí, y tampoco robar la palabra al prójimo. Evocamos a Milucho Outeiriño y Pepe” Macarrillo”, que han dejado un hueco allá en su entorno del Liceo, y recientemente Quique Tovar, como antes Quino Lozano, Andrés Tabarés…Los impertérritos y voraces años van privándonos hasta lo que el poeta Antón evocó, en su poemario en el” Tren y las cosas”, mentando a su padre que dirigía por los pasillos de la casa un humano e infantil tren: yace en Castilla aquel a quien nosotros creíamos un invencible rey…porque se les murió prematuramente el padre enterrado en sus castellanos lares. Ruando, esta vez en matinal sabatina, a más que escasa llovizna con amigo de siempre, que a modo de asesoría para montañeros pantalones demandaba, y que pocas donde elegir pudo o por talla o por gusto, nos damos de bruces con Abel Fraga, que por más que centenares de seguidores en Facebook cuenta. Abel, futbolista, concejal, en Caixa Ourense y sus sucesivas hasta la prejubilación, nos para y me dice que me lee con asiduidad y yo tengo que confesar que a él no, porque yo de escasísima visión de las redes sociales donde se mueve con más soltura que pez en el agua. Dice que escribo distinto a lo que de hábito se lee; yo le contesto que privilegio tener lectores a quienes a veces se exige no una lectura, si no varias, por estas figuras en las que uno se mete a conciencia, no sé si por deformidad de mis libreras fuentes. Le agradezco el que sé que no es cumplido, porque me consta, por las preguntas que le hago, que nunca formará parte de esa legión que solo hincará el diente en algunos párrafos míos acaso, o cuando más, en el títular o la foto. En un mundo de tan prolífico en escritos y todo lo que de accesible disponemos, hallar un lector sería como recordar aquello del que tiene un amigo tiene un tesoro o lo otro de si quieres saber cuantos amigos tienes, pídeles dinero… pero, claro, que no viene al caso porque te quedarías sin ninguno. Fraga se fue sin demandar ni siquiera mi reconocimiento por dedicarme unos minutos de seguimiento.