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“Veintipico años con penas"

OURENSE (CEMENTERIO SAN FRANCISCO). 31/10/2017. OURENSE. Retrato, de profesión enterrador. FOTO: ÓSCAR PINAL
photo_camera Juan González, ayer en el cementerio de San Francisco.

Con 20 años de experiencia, Juan González es el más veterano de los enterradores del cementerio de San Francisco. Con excepciones, se define inmunizado al dolor ajeno, en un trabajo que prefiere a una oficina. "Aquí me siento libre". 

Juan González, de profesión, enterrador. Enterrador oficial de cementerios para ser exactos. Lleva 21 años trabajando en el de San Francisco, es el más veterano, 21 años que han dado para mucho. Para haberse creado una costra que le protege de la pena, porque eso y no otra cosa es lo que ve a diario, caras desencajadas, un dolor que se hace insoportable cuando el que va dentro de la caja apenas tenía unos meses de vida. Veintiún años que sin embargo dice que no le han hecho olvidar a una señora mayor que día tras día orinaba encima de una tumba, siempre la misma, la de su marido. "Cada un chora por onde sinte" recibió como contestación cuando fue a llamarle la atención. "La pobre murió hará unos diez años", recuerda, en una historia con aires de leyenda.

Juan no tuvo una infancia fácil. El menor de cuatro hermanos, el único varón, quedó sin madre a los siete años y pocos después se vio en la calle. Era un niño todavía. "Me tuve que buscar la vida, aprendiz de ebanista fue mi primer trabajo", remarca. Le tiraba lo forestal ("estuve apagando incendios, no sólo en Galicia",) hasta que se cruzó en su camino la oposición a enterrador. "Vivía solo, la preparé y la aprobé. Llevo sin pedirle nada a nadie desde que tenía 12 años. Nunca se sabe si me jubilaré aquí, me gustaría aprobar las oposiciones de bombero, ya sabe, todo lo relacionado con lo forestal. Lo que no haría nunca es una que te lleve a trabajar en una oficina, para mí esas cuatro paredes serían como una cárcel. En el cementerio me siento libre, aquí nadie se mete con nadie, para que le den con un palo en la cabeza y le quiten el bolso salga fuera", refiere.

Desde fuera

Aceptará que desde fuera dé cierto repelús eso de un enterrador... "Todos los enterradores tenéis un humor tétrico' me dice mucha gente. Puede que sea así. Lo que sí sé es que no le tengo ningún miedo a la muerte. Era pequeño cuando murió mi madre e iba mucho al cementerio, sé de muchos que apenas fueron un par de días. En este oficio ves muchas penas, en otros se quejan de estrés y ansiedad, en el suyo por ejemplo. Te acostumbras, te haces inmune, he enterrado a un montón de familiares de amigos. No a todo, el otro día enterramos a un bebé de un mes, fue un palo tremendo", relata.

¿Sería capaz de decirme cuántos entierros ha hecho? "Uf, miles, más de cinco mil. Y levantamientos de cadáveres, más de treinta mil. A un amigo fui yo el que le presentó a su padre, había muerto cuando él tenía año y medio y treinta después levantamos el cadáver, estaba como si lo acabásemos de enterrar. Fue tremendo".

"A un amigo le presenté a su padre, había muerto cuando él era un bebé. 30 años después levantamos el cadáver, estaba como si lo acabásemos de enterrar"

Es mediodía del martes y, cosa rara, no tiene entierros programados. Tiene por tanto tiempo para explayarse. "La fe ha decaído mucho en los últimos 15 años, los que guardaban la tradición están aquí", señala a las tumbas. "Sí sé sin embargo de tres personas que vienen todos los días, tres viudos. Hace años eran un centenar los que venían a recordar a sus seres queridos. Al final todos los trabajos son mecánicos, yo ni miro, no quiero ver la pena en la cara de la gente. Tardamos apenas 15 minutos, casi tarda más el cura. Recogemos el féretro, llegamos a la sepultura, sellamos y cerramos. Eso es todo. He visto de todo, entierros con mucho dolor y otros en los que casi aplaudían".

La muerte. "Para mí, la muerte es el término de lo malo, la vida es una pesadilla que hay que pasar. Hemos venido al mundo para sufrir", subraya. "No, mis hermanas no quieren saber nada de esto. Mis niños se lo toman como algo natura. Yo les digo que un entierro es como meter a la gente en la cama por última vez", recalca. Y luego están los amigos. "Muchos te piden anécdotas, y luego, cuando les das detalles, te dicen 'para, para'. ¡Pues no preguntes! Mi mujer sí que no lo lleva", concluye.

Juan trabaja una semana sí, una no. Entre las 09,00 y las 19,30 horas. "Falta personal, ya sabe, los recortes. Somos 15, pero enterradores somos siete, el resto son operarios. Aquí no hay programación posible, hay días con cinco entierros y otros sin ninguno. En la oposición te preguntan por la Constitución Española, el Estatuto de Autonomía... Ya me dirá qué tendrá que ver con enterrar. Cuando no entierro, me dedico a atender a todo aquel que viene, algunos llegan tan desorientados que te preguntan dónde está la sepultura", asegura.

Arañazos en la caja

Más de una vez han salido a la luz casos de cajas arañadas... "Aquí nunca. Eso pasaba con alguna frecuencia hasta hace 25 años, la catalepsia, una frecuencia muy baja en los latidos del corazón y en la respiración. Desde hace tiempo se hacen electros para asegurarse de la muerte, cerebral y coronaria. Lo que sí nos pasó alguna vez fue levantar y encontrarnos la caja rota. ¿Qué quiere decir? Que el muerto falleció después de haber sido enterrado. En un caso así nunca hay que golpear la caja, la rompes y te cortan los cristales. Habría que presionar por los lados para abrirlas. Pero esa es otra historia".

Me hablaba que quería ser bombero, de trabajar en un cementerio a pegarse con el fuego, menudo contrasentido... "Llevo veintipico años con penas a todas horas. Intentas que no te pueda, pero llegas a casa y te comes la cabeza. Por mucho que no quieras es algo inevitable", finaliza. n

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