Vendavales y toponimia cantábrica

Los vendavales obligan a los barcos a resguardarse en los puertos y no a estar al simple abrigo de las bahías. A dos veleros que tengo a la vista, a uno lo recondujo una embarcación neumática al abrigo, a pesar de sus reiteradas muestras de querer salir a navegar a vela; para el otro no hizo falta escolta, tomando la decisión por sus propios medios. Los grandes cargueros a la espera de descargar la bauxita traída de Guinea-Bisau, en el puerto de la factoría de Alcoa, o para cargar el mineral que se extrae de las minas a cielo abierto de Bares, en el puerto del Celeiro, permanecen impávidos a unas millas de la costa a pesar del oleaje. Cuando la mar se encrespa ni las rías suponen resguardo, y el ventarrón de estos días obliga a acogerse en los puertos. Casi llegamos a los 100 km/hora en las rachas en la rasa costera cantábrica; un poco en el interior la furia ventosa fue disminuyendo. Un más conato de salida en bici, que en eso se quedaría porque a nada que pusiese el pie en el pedal las ráfagas me ladeaban con estos vientos costeros que se van mitigando en el interior, pensaba, pero es que no me dejaban progresar, así que todo en conato quedado. Y varios días después una enormes olas, poco frecuentes, congregaron en el oeste de esta playa a casi un centenar de avezados surfistas, que no sé cómo se las arreglan para estar puntuales en la ola, que la más monumental que en estos días se anuncia para Nazaret, en Portugal, de más de 20 metros. Y aquí en esta playa de Cobas, donde ahora tantos surcan las olas, en 1810 un naufragio se cobraría más de 600 víctimas de dos navíos de guerra que formaban parte de la flota anglo-española del Cantábrico que se oponía al dominio napoleónico. La fragata Santa María Magdalena y el bergantín Palomo después de sufrir la galerna del Cantábrico fueron a refugiarse cerca de la playa, del lado oeste en los bajíos de los llamados Castelos, que todavía conservan puente romano de ladrillo, donde se hundirían estos grandes veleros a una profundidad de 8 metros en el mayor desastre naval, a juzgar por el número de ahogados, acaso más de las 550 oficiales, que lo convirtieron en el de más víctimas de que se tenga memoria en toda nuestra costa. Me doy una vuelta, para compensar, por el interior de este municipio vivariense para impregnarme de lo varia que es Galicia donde puedes encontrarte con topónimos que no hallarás en otra parte. Así que te encontrarás con Xota, un lugarejo de cuatro casas, o Ximarrá, de unas pocas más, ni Catarou que te sorprende al lado de un Pontigo, porque cercano a un arroyo y con puentecillo, cuando por Teixós te imaginas a los tejones o teixos; en Ermosende te llama la atención que no fuese Fermosende; en Suasbarras parece que no cuadra, pero si en Pumariño, dado que manzanos en abundancia como en todos estos lugares, donde hasta hace poco los sidreros asturianos compraban, amontonando una gran pila en la explanada trasera de un hotel equidistante de los lugares de aprovisionamiento; ahora se caen o pudren en el manzano muchas de ellas; de Fornela, pudiera ser por esa tradición de hornos del pan que por acá se cuece, hasta que al paso por Penahedra certificamos que la hiedra presente, como en gran parte de Galicia; Mereta ,indescifrable, y Borralleiros por la borralla o bulleiro que tenía, pero desde que las rúas aldeanas se acimentaron y el ganado más se estabuló que se alojó en la parte baja de la vivienda, menos bostas. En la toponimia, etnonimia, hidronimia…no se repiten estos nombres por las provincias del sur, así que hay que asumir la variedad dentro de la comunidad galaica. Por estos lugares casi no existe aldea que no tenga una casa de indianos, porque tantos emigrantes idos al Caribe a principios del siglo XX querían que sus aldeas tuviesen una escuela y un local de esparcimiento, por eso, como en Asturias, dejaron su impronta; lástima que tantas escuelas, locales y aun palacetes que se construyeron estén en tal decadencia que no podrían sufrir sin desmoronarse varias décadas más.