Deambulando

Aquellos veraneos familiares por A Lanzada

Esta es la superpoblada costa de la pontevedresa ría, antaño de dispersas casas.
photo_camera Esta es la superpoblada costa de la pontevedresa ría, antaño de dispersas casas.

Yendo, no de Jerusalem a Jericó, como en algún pasaje de la Biblia, sino de Ourense a Toxa con dos hermanos de más hablar que uno, nos venían a la memoria tantos acumulados recuerdos familiares cuando la mater familias de los primeros chapuzones infantiles de dos o tres allá por la playa del Parrote, en Coruña, donde el tío Justo hacía una mili de unos cuantos años, acaso un quinquenio, decidió trocar, años más tarde la más soleada meteorología das Rías Baixas. Así que O Grove sería el veraneo por más de dos meses de los quince vástagos, de los que la mitad o más con unos cuantos cates debíamos someternos a la disciplina de un magister plagosus que era el padre de familia con sus latines, franceses, geografía y otras cosas de la lengua, amén del recitado de las 100 mejores poesías de la lengua española. Fueron veranos inolvidables cuando la tropa de infantes, adolescentes y jovenzuelos sentábamos plaza en O Grove, mientras el pater dejaba sus quehaceres periodísticos o enviaba algún manuscrito de sus Márgenes a este periódico, se iba tomar café en el casino, charlaba con unos cuantos en especial con el arrendador de la casa, el doctor Paco Bea, al que ¡oh cosas!, hasta acompañaba por la contorna en alguna salida a pacientes, sentado en la Vespa del citado, que de tanta sanitaria labor se haría un nombre que le llevaría años después a la alcaldía.

En estos recuerdos, en el que más escuchante de los tres, al paso por A Lanzada de mediano abarrote, en aquellos finales de los 50 y principios de los 60 cuatro gatos por sus arenales, con un Chelís Tovar al que a veces acompañaba su hermano Antón, el poeta, o al revés, que no recuerdo cuales, como permanentes vigías asentando sus reales de tienda de campaña en unos peñascos, compartiendo espacio con los Mirelis de Santiago, con tal fidelidad que por más de lustros vigías de permanentes baños en las lanzadinas ondas, a modo de unos tarzanes, siempre tostados, porque de frecuente bañador. Era cuando la mitad del verano la pasábamos bajo la niebla y algunas lluvias nos obligaban a echarnos la lona encima viajando en la baca del autobús “La Unión” que hacía el trayecto O Grove-Lanzada. Allí encontrábamos acampados en una tienda, de aquellas de cutre lona que habían mangado al Frente de Juventudes de la Falange, con Pepe Chuco y Jaime Quesada, que se camuflaban en las dunas playeras, y que en alguna de aquellas lluvias frecuentes no podían tocar ni con un dedo la cubierta de su tienda porque calaban las gotas más que si al raso estuviesen. Cuando llovía dentro y fuera, comíamos los bocatas vespertinos que les llevábamos y que ellos por toda diaria manutención, de lo que un tanto flacuchos. Alguna vez, un Jaime un tanto daliniano, aunque picassiano de condición, cual vaquero acosado en carreta por los sioux, exclamaba a todo pulmón fuera de la tienda ¡Qué veñen os indios!, y los indios (la pertinaz lluvia) no cesaba. Así que Jaime hasta podía parecer algún poseso corriendo por entre las dunas en la bruma del abierto Atlántico.

Mientras en estos recuerdos, la chocante realidad de un luminoso y por demás tórrido día nos devolvió a la realidad de una playa colonizada, un paisaje en extremo andropizado donde de A Lanzada a O Grove, pocas casas, y de aquella a Sanxenxo, que entonces se decía, cuatro casas donde ahora ni un hueco para ninguna. Son los tiempos reflejo de la expansión, colonización y arrasamiento de la especie homo sobre el entorno, cuando la ONU aconseja reducir la población mientras todos vociferan por un creced, creced, como conditio sine qua no para el llamado progreso, porque lo es, desde cuando nosotros viajábamos por cuatro horas hasta O Grove en una furgoneta DKW más cargada de ajuares caseros que de humanos. Porque la mitad de la familia en el Auto Industrial para transbordar en Pontevedra en la Unión. Un viajecito de no menos de 4 horas para aprobar, por la constancia paterna, lo que colgado dejábamos para septiembre, que poco no era.

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