El verano que nos ha de llegar

No te conozco y sin embargo te quiero”, reza un escrito sobre pared. La ciudad está llena de pintadas, algunas con texto. Un relato. A quien sí reconozco es a Luis Ramón Barreda, del café Novelty, quien se ha tomado la nueva realidad como un reto para garantizar en el local máxima seguridad para clientes y trabajadores. Menos mesas, mamparas separadoras en las mesas y en la barra y hasta una pantalla detectora de temperatura en la entrada del local; al margen de medidas de seguridad, en algunos puede ser de entretenimiento. El local, reabre mañana. A Andrei se le plantea un dilema con la RISGA de 400, si toca en la calle la pierde. “Con ese dinero no vivo”, se lamenta No sabíamos de veras el significado de nuestro bares y cafés de siempre, bueno sí, aunque tuvo que venir la maldita pandemia para recordárnoslo de verás, en otra dimensión. ¿Algo más reconfortante que el sabor de un café y la lectura en papel prensa? La normalidad y las cosas que valoras son también esos locales donde te relacionas y socializas, “¿qué otra cosa es la vida?", comenta Paco Boluda, de Carrileros Foula, con quien platico en la cola de un Coren Grill; en las colas también se socializa, algunos hasta ligan, pero no hacen -por su dimensión sicológica y estética- ni la más mínima gracia. Un camarero con mascarilla recoge el desayuno en el Jardín del Posío; nunca nos hubiéramos imaginado en esta ciudad, que cuando llega la canícula es un horno, el calor que rezuma en su interior una mascarilla, sólo falta ahora un paseo por las Burgas o una inmersión en las termas para acelerar el sofoco. En la abadía de la Trinidad, en obras desde el pasado verano, uno posa la mirada en la cripta donde dan misas. “Aforo máximo 60 personas”. Geles por doquier, de uso obligatorio igual que la mascarilla, información por todos lados; hasta una máquina sulfatadora a la entrada y dos grandes botellas de lejía entre las sillas. La cripta, muy acogedora, está decorada con escenas de la Biblia, ejecutadas con el particular estilo del hermano Luis de Oseira, desde hace tiempo en San Isidro de Dueñas. Las obras en la abadía -comentan- estarán listas en mes y medio. Las calles en el estado de alerta eran desconcertantes, vacías en desesperación. Hasta para que alguien te iluminara el camino con el que trazar unas líneas tenías que hacer kilómetros; hoy es distinto. Han vuelto los músicos a la calle, como Andrei Eugene, 51 años, rumano de Transilvania. Antes de la otra crisis mudó su oficio de albañil, por el que -dice- no cotizaría su entonces jefe. “A mi edad nadie me quiere dar trabajo”, con su saxo electrónico y sus bases pregrabadas toca de todo, “música disco, de bailar, romántica”. Al enfilar la Plaza Mayor hacia Lamas Carvajal su presencia es reconocible en un par de notas. Además, ahora afronta un dilema. Le acaban de conceder la RISGA de 400 euros, con la condición de la asistente social -firmada por escrito- de no volver a tocar en la calle. “Yo estoy tocando en la calle para poder sobrevivir; con 400 euros pagar alquiler, agua, luz, comida, no llega para nada. Si el Estado me diera 800 yo dejaba el saxo y no salía más a la calle”. Hace un lustro también se la concedieron, y se la quitaron por ejercer su oficio en la calle; “es injusto”. Al alcalde le pide una regulación para los músicos callejeros, como en otras ciudades; “él, también se beneficia; este instrumento -700 euros- lo compré en su tienda”. Pues eso, llega el verano.