Deambulando

Viñedos de la Ribeira Sacra lucense y Oseira, ese formidable mosteiro

Vista desde el oeste del mosteiro de Oseira en el que se observa obra nueva a modo de anexo.
photo_camera Vista desde el oeste del mosteiro de Oseira en el que se observa obra nueva a modo de anexo.
La llegada a Oseira depara siempre la sorpresa por estar oculto, pues no se avista si no cuando se está casi encima

Por las tierras del valle de Lemos, esa planicie donde se asientan su capital Monforte, Saviñao, Ferreira, Bóveda o Pobra de Brollón, antaño tierras del Condado de Lemos, cuya nobleza más asiento de Ponferrada hizo que del mismo Monforte, señores éstos los Fernández de Castro, de los que uno protector del mismo Cervantes y otro antepasado, combatidor incansable de Os Irmandiños a los que derrotaría en las cercanías de Santiago, juntamente con Pedro Madruga y el arzobispo de Santiago. Pues por estas tierras de unas cuantas nieblas en su invernía, a veces de asiento de más de un día, fuimos como cinco de más desplazamiento en auto, que las piernas ese día a poco esfuerzo sometimos. Así que desviados, pasado el alto da Guítara, renombrado en el ciclismo local, de los que algunos representantes rodando por tan peligrosa carretera, que aunque casi todos con trasero piloto intermitente, por equipados de negro la mayoría a más peligros se exponen, cuando entramos en Ferreira de Pantón o Castro de Ferreira en cuyas cercanías la fermosura del pazo de Ferreiroá, dedicado que se hubo a bodas y eventos, el románico conventual de monjas bernardas de las que siempre se recuerda su dulcería, o el todavía más románico, iglesia hoy solo, de lo que monasterio fue de San Miguel de Eiré o Eire, que aquellas tierras así dichas en esa parcela del valle porque pobladas en su día por católicos irlandeses huidos de una iglesia que empezaba a ser anglicana al separarse de Roma Enrique VIII. A menos de 1 km, otra iglesia, de más reciente factura, la parroquial dicha de San Xulián, que se enlazan a pie por camino y carretera en pequeño bucle. 

Y siguiendo la carretera a Chantada arribamos a Torre Vilariño, casona-pazo, renombrada por su hostelería, que solo funciona por encargo en esta pandemia, se prepara para la reapertura, como nos dijo una amabilísima y por demás dispuesta joven, saliendo de la hostería, al volante, que no dudaría en señalarnos alguna posada abierta, pero antes recalaríamos a pie recorriendo el trayecto de Torrevilariño a la casona museo de Arxeriz y su inmediato castro, todo en un breve circuito que con el mirador do Cabo do Mundo no alcanza la legua, y donde el castro que vimos de refilón porque el acceso acordonado y obligatorio su paso por la casa museo del rural; como la hora de comer sonando, continuaríamos al dicho mirador do Cabo do Mundo, ese promontorio enorme y boscoso, que cual cuña obliga al Miño a un amplísimo meandro, por el que a esa hora navegaba un catamarán, que el colmo de la metamorfosis oí a algún paisano que le llamaba castramarán. Retornados la emprenderíamos, volante en mano, por las sinuosas bajadas de San Xoán da Cova, que a medio camino la románica popular iglesia, impactante, espléndido mirador de todos esos viñedos aterrazados que se caen al río, antes laderas o boscosas o de praderías.

Íbamos con ánimo determinado de dar satisfacción al estómago, pero frustrados porque el luciente día había atraído por docenas a las gentes del contorno, sin hueco en mesa alguna resolvimos continuar por la siniestra margen del Miño hacia Belesar con los viñedos que de tan colgantes parecieren amenazantes. Subida por entre el viñedo, pasados a la otra orilla hasta alcanzar la carretera Chantada-Monforte donde varios miradores invitaban a quedarse, más por sus vistas y temperatura que a encerrarse entre las paredes del mejor mesón o de sus terrazas. Así que proveídos de sabrosos panes, jamón, queso, como los camperos cánones demandan, nada extrañaríamos de las mejores cocinas o eso decíamos entre bocado.

De retorno nos dispusimos a ir a Oseira, que tan a desmano no caía, con previa parada en Cea para toma de cafés y continuar hacia ese monasterio que dicen el Escorial de Galicia, que será por su magnitud, que por antigüedad y arte supera al escurialense. La llegada a Oseira depara siempre la sorpresa por estar oculto, pues no se avista si no cuando se está casi encima, pasmados por la magnitud de sus tres claustros (claustro de los Caballeros, claustro de los Medallones y claustro de Los Pináculos) que evidencian el esplendor de los edificios de la regla benidictina reformada por san Bernardo de Claraval. Una reducidísima comunidad de monjes donde antaño más de medio centenar acaso, entregada al Ora et Labora y sus vísperas, completas, maitines y laudes, oraciones repartidas en la jornada de estos cartujos, que elaboran licores de marca propia como el benedictine.

Oseira, antaño lugar de osos, por lo que podría ser también Ursaria, desde lo alto de la sierra da Martiñá donde parece recostarse en las puestas de sol, ofrece su vistosidad, y también al aún cansado peregrino, que se ha desviado en Cea para seguir a Castro Dozón, o cuando lo contempla desde la cima volviendo la cabeza imbuido de ese misticismo que impregna, incluso a viajeros sin fe en la trascendencia. Por trascender con lo inmediato nos proveímos de unos panes en Cea.

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