José Manuel Lage, un voluntario con sabiduría de museo

Era madrugada, llamaron a la puerta. Desde el asilo alguien pedía auxilio en nombre de las monjas; un interno muy alterado las amenazaba con un cuchillo. El médico rural se presenta raudo con el sobresalto del despertar y la crudeza del anuncio. Al señor, lo redujo con la palabra. “Querían que me duchara, e eu na casa nunca o fixen”; soltó en la habitación a modo de explicación por lo sucedido. “¿Vostede non fixo a mili, na mili non había piollos, non había sarna, alí non o obrigaban a ducharse?”. Tras una serie de afirmaciones mudas, aquel hombre doblegado por las circunstancias, y la vida, atendió -dice- a razones. Cuando José Manuel Lage se jubiló, tenía claro que lo de la vida pasiva no sería destino; ni siquiera el covid-19 alteraría sus planes, al menos hasta que el estado de alarma lo confinó como a todos. A caballo En los bajos del Concello de Maceda, junto a una puerta de una habitación donde reza un cartel “sala de exploracións¨, se ve -en tamaño real- la imagen de un hombre ya mayor a caballo ataviado con una pelliza y sombrero. Sobre las altas botas de montar porta una manta que le sirve de abrigo. La imagen de Manuel Álvarez Vázquez, médico rural que ejerció en la zona de Ramirás, evoca todo lo que estos médicos significaron en un entorno de circunstancias hasta que en los años 90 surgieron los centros de salud. A todos ellos y a los médicos de atención primaria, José Manuel Lage les rinde homenaje en el museo, con las equipaciones de tres consultas de médicos que ejercieron en Maceda, Manuel Pascual, Manuel Blanco Álvarez, y la suya propia. La pandemia. “Con el covid se tardó apenas unas semanas en tener el código genético, con el sida fueron varios años”. En los años 80 en Maceda, Lage se topó con dos enfermedades novedosas, de las que “no se sabía causa, tratamientos, evolución, pronósticos, ni nada”. Una, sida, que iniciaba su macabro periplo. Aún hoy no existe vacuna, aunque sí fármacos; la otra enfermedad fue la provocada por el aceite de colza. “Recuerdo visitar a una familia de cuatro miembros desplazada desde Madrid, fiebre, malestar general, síntomas inespecíficos. Les aconsejé que lo resolvieran en Madrid, donde había más casos; tres de ellos murieron”. La labor del médico rural siempre fue solitaria, y precaria, reconoce, “tenías que aportar tu domicilio, el teléfono, coche, ni una libreta ni formación te daban”. Con el covid-19, y con lo que vendrá después, el papel de estos médicos es fundamental. “El primer punto de ataque de cualquier enfermedad está en atención primaria, tiene que haber unas dotaciones tan importantes como las de un centro hospitalario”, comenta. La premisa de la higiene es vital ante cualquier pandemia, una vez desatada -reconoce- no queda otra que el confinamiento. Aunque se muestra muy crítico con todos los previos de movilidad y la desatención a las señales aportadas por la enfermedad desde que surgió en Wuhan, un destino que conoce bien Lage, así como sus mercados “aquello era un caldo de cultivo para que hubiera una pandemia, allí degüellan, matan, ves todo por el suelo; no me extraña que durante años hubiera coronavirus allí”. Antes del desarrollo de la pandemia, Lage ya estaba dando charlas preventivas sobre la enfermedad y las medidas de higiene. Es insistente con la importancia de la prevención en sanidad, y pone como ejemplo la vacuna de la gripe, que se da gratis, y a la que sólo acuden un 55% de la población, una enfermedad que provoca todos los años 15.000 muertes. Lo grave de esta pandemia que afecta por brotes, igual que la gripe, está en el nivel de sero prevalencia bajo, representado en el muestreo realizado, “puede haber un rebrote en los meses de invierno, hay que tener mucha precaución sobre todo sabiendo ahora lo que sabemos. Muchos médicos jubilados como Lage se ofrecieron al Sergas, al principio de la crisis. La vocación, en cualquier oficio, es muy importante. Al salir, vuelvo la vista a la imagen del medico a caballo, bonita estampa. Todo un homenaje a esta gente. Pues eso.