EMIGRACIÓN

Volver y sentirse otra vez extranjero

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photo_camera esús Alonso, Carmen González, Enrique Alvarez, Asunción Enríquez, Antonio Vispo, Daría Garrido y Carmen Bolaño. (MIGUEL ÁNGEL)

El 29 de marzo de 1960, el gobierno alemán y el de Franco firman un acuerdo para permitir la emigración legal a Alemania.

El 29 de marzo de 1960, el gobierno alemán y el de Franco firman un acuerdo para permitir la emigración legal a Alemania. En ese momento, según los datos del entonces Instituto Español de Emigración salen hacia ese país 9.490 españoles, aunque para la oficina alemana el número alcanzaba los 26.745. Ocho años después de esa legalización, el matrimonio formado por Carmen González y Jesús Alonso tomaba un tren rumbo a ese país, dejando atrás tres hijos, la menor con tan sólo 14 meses, y sabiendo que los contratos laborales que habían firmado los iba a mantener, al menos durante un año, separados en distintas ciudades.

"Fue tremendo dejar a mis hijas aquí, eso es un dolor que te mata", recuerda Carmen González, "y además para llegar al país sola, porque yo me tuve que bajar en otra estación. Trabajé en una fábrica con 115 mujeres, de las que solo tres eran españolas". Pero esta emigración no fue el único desarraigo que padeció el matrimonio.

Retornaron en 1984, aunque Carmen asegura con firmeza que "me hubiese quedado allí por mis hijas, pero Jesús quiso volver". Y ahora ambos sufren esa ausencia, separados por segunda vez en una misma vida. "A una de mis hijas hace siete años que no la veo, porque no ha podido venir, y yo por problemas de salud que arrastro desde que llegué a Alemania, tampoco puedo viajar". Esta herida aún sangra en abundancia en la vida de muchos retornados. También coinciden en que "al volver, nos llegamos a sentir mal mirados e incluso despreciados por muchos vecinos". "Algunos desconfiaban de nosotros, y no sé por qué", incide Antonio Vispo, emigrante a Suiza.

Antonio Rodríguez, de Lobios, también emigró al sur de Alemania en 1969. Lo hizo soltero, y se volvió a Ourense en 1998, ya casado. Aunque reconoce que "al principio yo quería ahorrar y andaba hasta mal vestido, tanto que un señor me regaló un traje y una camisa. Todo por querer ahorrar para volver"; ahora que ya está de nuevo aquí, no entiende "el maltrato del Gobierno, que parece que somos delincuentes".

Las historias de todos ellos, de ese viaje de ida, que entre 1959 y 1973 llevó hasta el continente europeo a algo más de un millón de personas, con un desplazamiento medio anual en ese periodo de 73.000 personas, es similar fuese el destino Suiza, Francia o Alemania.

Un contrato de trabajo firmado desde aquí les embarcaba en un largo viaje en tren -"donde íbamos marcados con etiquetas como si fuéramos ganado"- recuerdan todos ellos, que les llevaba hasta un destino desconocido. "Yo cada vez que llegaba a una estación cogía la maleta, porque no sabía dónde tenía que bajarme", recuerda Antonio Vispo quien emigró con su mujer, Asunción Enríquez, el 13 de diciembre de 1968 a Suiza y que vivió dos retornos. "Volvimos para quedarnos en el 77 y marchamos de nuevo en el 81. No lo veíamos claro aquí". El retorno definitivo se produjo en 2004. Dos de sus tres hijos siguen viviendo en Suiza.

Todos ellos se enfrentaron a una cultura y a un idioma que desconocían. "No sabes lo que te vas a encontrar. Iba a hacer la compra con un papel escrito por la señora donde trabajaba, como si fuera tonta. Aprendí a hablar francés viendo la televisión", recuerda Daría Garrido, quien emigró con 19 años, soltera, primero a Francia y después a Suiza, "porque tenía allí un hermano". Con 56 años decidió que era el momento de regresar a Cantoña, en Paderne. Enrique Alvarez tampoco se aleja en su historia de ida. En 1964 cambió Manzaneda por Suiza y allí encontró a su mujer. Regresó en 1984 "porque era hora de tomar la decisión. Mis hijos entraban en una edad complicada y era el momento para que no echaran raíces". Fue a clases para defenderse con el idioma porque tiene muy claro, "que la vida es una lucha".

Todos se fueron para "hacer cuatro perras y volver lo antes posible" y al hacerlo, al cumplir ese largo sueño acariciado durante años, se encontraron con una realidad que les golpeó.

Antonio y Asunción, quienes empeñaron su arras de boda para conseguir francos suizos porque sus salarios eran muy pequeños, aseguran que "nos fuimos por necesidad, y lo haríamos otra vez".

Todos ellos, a pesar de aquel desarraigo, aseguran no lamentar aquel camino emprendido, y Daría Garrido va aún más lejos y asegura, contundente, que "no siento haber emigrado, sino haber vuelto, porque nos están tratando como a un perro".

Al contrario de lo que pudiera parecer, el retorno no fue el final de un camino, ni tan siquiera una merecida recompensa a tanto sufrimiento. El antropólogo Manuel Mandianes, quien ha publicado "Viaxe sen retorno", destaca que "para aquellos que lograron volver, el retorno no supuso más que una segunda emigración, porque se encontraron con un país totalmente diferente. Al regreso se encontraban con un país que no era con el que habían soñado. La emigración es la fuente de una profunda soledad, a la ida y a la vuelta". Soledad porque en muchos casos los hijos se quedaron allí y aquí ya muchos faltan, y de nuevo esa sensación de desarraigo familiar golpea el estómago.

Pero, además, como señalan, "somos emigrantes dos veces, porque nos trataron como extranjeros donde fuimos, y volvimos a ser extranjeros en nuestra propia casa. Nunca en la vida esperábamos tener los problemas que tenemos por volver a nuestro país".

Estos emigrantes retornados, que han padecido el sentimiento de culpabilidad de dejar atrás, en algunos casos, a sus hijos; que se han enfrentado a la soledad y dureza de un país extraño con un idioma que no se entendía; sin internet ni dinero para conferencias telefónicas con los suyos; con horarios interminables y trabajos duplicados para poder volver cuanto antes, enviando remesas de dinero que ayudaron a este país a salir adelante y modernizarse, son ahora, en cambio, los grandes delincuentes fiscales a perseguir por el Ministerio de Hacienda.

Fueron a Suiza sin maletines y a trabajar, recalaron en Alemania para llevar una vida mejor, pero sin áticos de lujo ni flotas de BMW o Mercedes, y pasaron por Francia sin poder deleitarse en la Sorbona.

El coraje

Ahora con pensiones humildes, ganadas con su trabajo, y años de vida a sus espaldas están demostrando una vez más el coraje y la valentía que los acompañó en los 60 a enfrentarse a vidas desconocidas.

Han plantado cara al mismísimo Ministerio de Hacienda y han creado la Plataforma de Emigrantes Retornados, a cuyo frente está Carmen Bolaño, emigrante a Suiza que siguió allí sus estudios y fue, entre otras cosas, profesora de los hijos de emigrantes. Carmen Bolaño insiste en la necesidad de transmitir un mensaje claro: "Esto no es una cuestión de política, sino de derechos . No podemos quedarnos sin hacer nada. Es necesaria la retirada de la ley 35/2006, porque nos afecta a los retornados, pero también a todo aquel que, sin ser retornado, cobre de dos pagadores".

Desde los consulados y las consejerías laborales en los países de recepción, hasta las delegaciones de Hacienda y asesorías en el país de origen, a los retornados se les aseguró que no estaban obligados a presentar declaración, por los convenios bilaterales existentes.

Resulta poco creíble que todos, llegados de distintos países europeos y procedentes de todas las comunidades autónomas, con pensiones que se ingresan en cuentas bancarias legales controladas por Hacienda, establecieran un complot internacional para defraudar. Sólo son emigrantes que al final vieron cumplido su sueño de volver, aunque eso supuso otro alto coste emocional que aún pagan.

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