La vuelta al pueblo ladrillo a ladrillo

Vivir en el rural es una apuesta arriesgada en la que se gana en calidad de vida, pero no todo es color de rosa. "Me gusta el rural y me voy a quedar aquí, pero mis hijos crecerán y se irán. Así no se repuebla el rural, la gente que quiere irse a vivir a los pueblos se siente abandonada por las administraciones", relata Alfredo Castilla. Este venezolano, que lleva 20 años en Ourense, se mudó hace dos con su mujer, Ana Beatriz Romero, y sus hijos, Brais y Diego, desde A Valenzá hasta la aldea de Bentraces, también en Barbadás. Contra los elementos En uno de los extremos de esta aldea no muy alejada de la ciudad, instalaron su nido familiar, una vivienda autoconstruida –"la fachada la levantó una constructora, pero lo demás lo fuimos haciendo nosotros"– en la que los cuatro conviven con el sueldo de ella, que trabaja en un supermercado, y él, que está jubilado y cobra tan solo un euro de su pensión venezolana, que se complementa con el mínimo que le da la Seguridad Social española. Cree que la inmigración, que es el colectivo en la que más esperanzas han depositado las administraciones para repoblar el rural, sí está volviendo, pero que las cosas no se están haciendo bien. "Parece que nos dejan a nosotros toda la responsabilidad. No tenemos problemas en ir al rural, es más, queremos ir, pero debe haber una colaboración". Cuando se movieron de un piso de A Valenzá hasta un entorno un poco más rural se toparon con una realidad. "No tengo farmacia, no tengo colegio y el transporte es precario. En el pueblo hay mucha gente mayor, solo debe haber ocho niños y mis hijos se aburren". Alfredo relata la dificultad que tuvieron para empezar su vida en el rural construyendo de cero una vivienda. "En 2014, me gustó el pueblo, compré una finca y pedí la primera licencia de construcción, que tardó en llegar cuatro años. El proceso en muy engorroso, muy lioso, y por eso no se ven proyectos de construcción y reforma en la zona". Los primeros trabajos empezaron en 2016 y, tras años de esfuerzos, consiguieron instalarse a finales de 2018, tras 20 años en A Valenzá. "Yo vine para quedarme, eso lo tengo claro, el problema será para ellos (señala a sus hijos), que se acabarán marchando". La casa, aún por rematar los exteriores, la hicieron por su cuenta. "Teníamos tiempo, pero lo que no teníamos era dinero", añade. Insiste en que las administraciones deben "ponerse de acuerdo" si quieren repoblar el rural. "A nosotros nadie nos dio nada. Compramos el terreno y lo montamos todo y ni Gobierno ni Xunta nos dieron un duro. Hay muchos venezolanos que viven con familiares, quieren ir al rural a independizarse y se encuentran con el problema de la falta de servicios", abunda Castilla. Haciendo cálculos, su casa de 80 metros cuadrados autoconstruida, muy diferente de las que hay en el entorno, les habrá supuesto una inversión de más de 60.000 euros. "El plan del arquitecto, 6.000 euros; estudio del suelo, 1.200, después permisos de la Hidrográfica, impuestos de construcciones...", enumera el padre de esta familia que se ha involucrado en la vida social de Ourense. "Hemos sido familia de acogida de Cruz roja durante muchos años", precisa. Calidad de vida, más gastos Son felices donde están, porque han ganado "calidad de vida", aunque hay demasiados peros. "Después de mudarnos, descubrimos que vivir aquí es más costoso que vivir en A Valenzá en un piso alquilado. No podemos pagar lo mismo por la luz y el agua los que vivimos aquí que los que viven en la ciudad. Así es difícil que los jóvenes se instalen. No tienen que regalar nada, solo se necesita facilidad de las administraciones para aportar para frenar la despoblación".