+Pesca

La pandemia no acabará con nuestros recuerdos

Cuando acepté la posibilidad de colaborar con La Región en “ +Pesca”, obviamente trazamos unas directrices que marcarían, al menos inicialmente, los contenidos de las primeras colaboraciones.

Estas directrices recogían la posibilidad de compaginar los artículos con otro tipo de actividades ahora mismo irrealizables por la situación sanitaría.

Me ofrecí a realizar cursillos de iniciación a la disciplina que yo controlo, la pesca con mosca. Lanzado Básico, evaluación y prueba objetiva ( no patrocinada por marcas comerciales) de equipos para su práctica, cañas, carretes, líneas, vadeadores….y también a trasmitir el conocimiento necesario para iniciarse en el montaje de nuestras propias moscas.

También contaba con la intención de realizar cambios de impresiones con todo tipo de pescadores, de cebo, de cucharilla de mosca con buldo para que nos enriquecieran y aportaran su valioso punto de vista sobre la pesca.

Quería que los comerciantes del ramo también tuvieran voz en esta sección, pero creedme que el virus está dificultando sobremanera todos estos planes.

Mientras me replanteo próximos contenidos, he optado por rememorar una bonita historia de pesca vivida en primera persona hace ya bastantes años a mucha distancia de aquí.

Poco tiempo después del triste “Corralito” que sufrieron en Argentina, aprovechando la ventaja que nos ofrecía la debilidad de su moneda respecto de nuestro euro, programamos un viaje de pesca a la Patagonia Argentina, que hasta ese momento era un destino fuera del alcance de nuestras economías.

Una de las tres semanas de nuestro viaje la pasaríamos pescando en el rio Gallegos, que está considerado como uno de los mejores del mundo para la pesca del Reo, que allí denominan “plateada”.

Habíamos concertado los servicios de un excelente y económico guía local, Orlando, que además de conocer el rio mejor que el pasillo de su casa, podía ocasionalmente proporcionarnos algún acceso por la cara a determinadas estancias (Bellavista, Carlota, Buitreras, Güeraike ...) donde los turistas pescadores, generalmente norteamericanos pagan una fortuna por pescar.

Junto con mi esposa y dos amigos pescamos incansablemente durante cinco jornadas con unos resultados muy discretos, algunas plateadas que no superaban el kilo y truchas “residentes” que en contadas ocasiones si lo hacían. Ya sé que eso para nuestra Galicia son resultados estratosféricos, pero para un rio donde el tamaño medio de sus plateadas es de cinco kilos, eran pobres y no justificaban un desplazamiento de 14.000 kilómetros.

El sexto y último día mis compañeros ya habían perdido la esperanza y fueron a hacer turismo y visitar una Pingüinera, pero yo, que en lo de la pesca soy bastante constante, no abandonaba mi propósito de pescar un pez importante en un rio que quizás no volvería a pescar en el resto de mi vida.

El guía y yo trabajamos todo el día pescando duro, y solo a última hora recibí mi recompensa.

Estábamos pescando, ya con poca luz, en aguas de libre acceso de la zona de Güeraike. Era un gran pozo que en su cabecera además de la corriente principal tenía otro chorro de entrada de no mas de dos metros de ancho y no mucha profundidad en el que comenzó a comer con verdadero escándalo una tremenda plateada. Calculo que estaría casi a unos 25 metros de mi posición y conseguí colocarle la mosca decentemente en varias ocasiones. Evidentemente de no estar allí ese truchón mi mosca no hubiera alcanzado esa distancia ni de coña. Era una voluminosa mosca de foam imitando un saltamontes que era ignorada por el pez lance tras lance.

Se me encendió una lucecita que me sugirió que, al igual que los pescadores gallegos de reo, proporcionara tirones a la línea para que la mosca “riscara”, es decir fuera dejando estela sobre la superficie del agua.

La maniobra fue mano de santo, el animalón engulló el engaño presentado de esta forma y comenzó a saltar, correr y revolcarse de una manera tan exagerada que…a los pocos segundos consiguió zafarse del anzuelo. Imaginad la cara que se me quedó, una semana detrás de un pez como ese y a los pocos segundos se me escapa; quedé desolado.

En pleno trance de recuperación psicológica una vez superados mis primeros pensamientos suicidas, pude observar cómo en el centro del pozo se cebaba con sutileza pero regularmente otro pez. Le lancé varias veces el saltamontes, unas veces dejando estela y otras no, pero no conseguía que tomara el engaño. Cambié por otra mosca mas discreta y a la primera pasada se la zampó.

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No era tan grande como la que se me acababa de escapar, pero en uno de sus saltos estimé que pesaría sus buenos cuatro kilos. Cuatro kilos de plateada que por fin logró su objetivo, en una de sus piruetas, de librarse del molesto anzuelo… Verdaderamente no era mi día, pero cuando más desolado estaba lamentando mi desgracia, pude ver que en el mismo chorro donde clavé la primera estaba su hermana gemela zambulléndose aparatosamente.

Ahora si sabía que sería mi última oportunidad. Lancé, recogí dejando estela con el saltamontes de foam que había recuperado su puesto de trabajo y zas, a la primera.

Tras una dura pelea pude arrimarla a la orilla y desanzuelarla . Una preciosa plateada de 6,5 o 7 kilos, según el guía, que hasta el día de hoy sigue siendo la trucha mas grande que he pescado con mosca seca.

No sé donde fue a parar la desastrosa foto que pudimos hacer, ya con muy poca luz y sin flash antes de retornarla al río para que prosiguiera con sus quehaceres reproductivos, pero el recuerdo de este lance seguro que no lo perderé nunca.

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