Vida OurenSana

El castaño, árbol sagrado

El célebre castaño de Pumbariños, en Manzaneda.
photo_camera El célebre castaño de Pumbariños, en Manzaneda.

El libro Physica contiene más de dos mil remedios con sus principios naturales

Durante mi peregrinación desde la Umbría a Compostela, a la cual hice referencia el otro día, estuve acompañado por mis amigos León, Gil, Silvestre y Rufino. Bernardo se había quedado a mitad del trayecto ayudando a un enfermo que encontramos en el camino. Aun resonaban en mi interior las palabras que con él había leído en el evangelio: “No llevéis nada para el camino, ni bastón, no alforja, ni calzado ni dinero” y que me hicieron comprender que debía dejar todo el cuidado de mi vida en manos del Creador.

Providencialmente, cuando entrábamos en la Gallaecia y comenzaba a arreciar el hambre, nos encontramos un bosque de castaños, cuyos frutos saciaron nuestro apetito. La Castanea sativa, el “castiñeiro”, como le llaman por estas tierras, es un árbol perteneciente a la familia de las Fagáceas. No hay que confundirlo con las castañas de indias (Aesculus hippocastanus), que no son comestibles.

Del castaño, citado ya por los clásicos Homero, Virgilio y Plinio el Viejo, se cuentan innumerables leyendas ligadas al misticismo popular. En la cultura celta centroeuropea fue considerado árbol sagrado. Es símbolo por excelencia del otoño y existen ejemplares de dimensiones extraordinarias, algunos seculares o milenarios, como el de Pumbariños, en Manzaneda.

En la biblioteca del obispado de Asís, pude acceder, antes de mi partida, a la lectura del libro “Physica” de sor Hildegarda de Bingen, mística alemana que vivió entre 1098 y 1179. En él se contienen más de dos mil remedios curativos a base de principios naturales. Afirma la autora que, en toda la creación, en los árboles, en las hierbas, en las plantas, en los animales y en las piedras preciosas, hay fuerzas terapéuticas escondidas. Esta religiosa benedictina, que coloca la ciencia médica en un ámbito cósmico, nos desvela, entre otras, las propiedades sanadoras del castaño, especialmente para estados de debilidad, agotamiento, estrés, deficiencias del sistema inmunitario y eliminación de toxinas. En caso de disfunciones hepáticas se recomendaba pulverizar las castañas y tomar frecuentemente, en pequeñas dosis, la harina obtenida mezclada con miel.

En realidad, todo es útil en el castaño. Su madera, de gran calidad, dura y resistente, era la preferida, en estas comarcas, para la construcción de casas, hórreos y muebles. Sus hojas, frescas o secas, se usaban en tisanas como expectorante, antidiarreico, febrífugo y antirreumático. Sus frutos, que se encuentran dentro de cápsulas, conocidas como “erizos”, y que se abren al madurar, fueron desde la antigüedad un alimento indispensable y una importante fuente de nutrición, sobre todo en áreas de montaña, también en mi tierra natal.

Las castañas se utilizaron y se siguen utilizando en innumerables recetas de cocina, dulces o saldas: pan de castañas, mermeladas, croquetas, pasteles, helados e incluso licor. Enteras o en puré constituyen una perfecta guarnición para acompañar carnes al horno. Si se conservan en frío, pueden ser utilizadas durante todo el año. Hervidas en leche y espolvoreadas con canela o azúcar son deliciosas. También cocidas en almíbar hecho con agua, azúcar y cascara de limón. La miel de castaño y las castañas secas, conocidas popularmente como “castañas pilongas”, son exquisitas.

A nuestro paso por tierras francófonas supimos que allí las utilizan para confeccionar frutas confitadas (marrón glacê), un dulce muy apreciado de elaboración dedicada, del que disfrutan especialmente en las fiestas navideñas.

En fin, las castañas son un excelente alimento energético, con el único inconveniente de generar flatulencia si se comen en demasía. En estas fechas del año es típico comerlas asadas, en los populares “magostos”. Se pueden condimentar con “nébeda” cuando se cuecen, pero de ello hablaré otro día.

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