Existe la creencia de que la miel es más natural…pero realmente tiene de natural lo mismo que el azúcar de caña o el azúcar de remolacha. La diferencia proviene de sus composiciones químicas. El azúcar de caña o de remolacha es sacarosa en su mayor composición, mientras que la miel se compone en un porcentaje alto de fructosa (39%), glucosa (31%), y en menores proporciones maltosa y sacarosa (7% y 1,5%) -queda pendiente una sencilla y educativa explicación de los azucares y almidones…-. Un pequeño porcentaje de la miel la componen varias enzimas, minerales, vitaminas y agua.
Es gracias a estos minerales (potasio, calcio, fosforo…) y a sus vitaminas (vitamina B y C), por las que la miel gana su fama de “más saludable”, antibacteriana y antioxidante. Cabe decir también, que la miel ofrece una gama de sabores gracias a la labor de recolección de las tan importantes abejas.
Dichas abejas, en su arduo trabajo para la producción de miel, pueden llegar a recoger esporas del temido Clostridium Botulinum, la bacteria que crea la toxina botulínica, un veneno al que las personas adultas, al tener el sistema inmune desarrollado, podemos hacer frente a pequeñas cantidades de la toxina en nuestros intestinos. El problema viene si les damos a nuestros bebés miel contaminada con esporas, pues su sistema inmune no puede destruirlas, pudiendo desarrollar botulismo infantil.
Concluyendo: La miel no es más natural que el azúcar de caña o de remolacha.
Tiene ciertas ventajas a nivel nutricional, pero no debe ser el sustituto del azúcar blanco.
Las recomendaciones de consumo de miel a menores está marcada a partir del primer año. Aunque desde OurenSanos, nuestra recomendación es que ni siquiera a partir del año se les den sistemáticamente a nuestros pequeños azúcares añadidos, pues si incluimos frutas en su punto óptimo de maduración, frutas deshidratadas o especias como la canela, estaremos endulzando su paladar y nutriendo su cuerpo de una forma más saludable. ¡Si ellos por defecto ya son unos “pastelitos”!